Bernardo Sartier
Ahora se lamentan
No soy hidrólogo ni biólogo. Ni meteorólogo ni arquitecto ni ingeniero de caminos, canales y puertos. No tengo ni puta idea de volúmenes, cabidas ni áreas. Burra peideira en urbanismo, ordenación del territorio o riego por aspersión, carezco de cualquier tipo de conocimiento científico sobre catástrofes naturales, calamidades públicas o humectación de las capas freáticas. Nada.
Pero cincuenta tacos dan para mucho. Para observar y hacer memoria, por ejemplo. Y recuerdo que en el año mil novecientos sesenta y siete o sesenta y ocho, en Fernández Ladreda las lluvias desbordaron el Gafos, que llegó a los adoquines de la avenida. Veinte años después, en noviembre del ochenta y nueve se cortó al tráfico alcalde Hevia porque el río se salió del cajón en que lo metió algún subnormal con corbata tecnocrática. O sea, que cada veinte años damos con lluvias de las de toda la vida que provocan desbordamientos.
En Biescas un oligofrénico opositado y con plaza decidió que un cono de deyección de un glaciar no era mal lugar para instalar un camping; vinieron entonces unas lluvias torrenciales y caprichosas y se encargaron de acreditar que aquel técnico era gilipollas. Murieron ciento y la madre.
Tengo en mi poder una fotografía aérea de Pontevedra. "Paisajes Españoles" se llama la empresa que la hizo y que se encargó, a principios de los sesenta, de fotografiar desde el aire muchas ciudades de España demostrando que la estupidez humana es ilimitada: si se compara aquella realidad con la de hoy se comprueba con que ímpetu sañudo nos aplicamos a cepillarnos buena parte de los ríos y de la costa.
La foto de la que les hablo revela que la idiocia sucesiva de nuestros gobernantes transformó una zona inundable (el agua lamía Pasarón, lo juro) en un canal hormigonado para el Lérez. Pero como la naturaleza tiene memoria un día terminará pasando factura: aquel en que una pleamar equinoccial coincida con lluvias torrenciales no va a haber pino para tanto féretro. Y fíjense que fácil evitarlo: escuchando a los mayores, que saben dónde no se puede construir.
Pero lejos de eso vemos a algunos políticos mediocres (que los hay) pedir la declaración de zona catastrófica allí donde dieron previamente el visto bueno para construir en su plan de (des) ordenación urbana. Qué decir del rico revenido (al rico revenido se le ve venir porque no es nadie sino comparece en la Herrería para fardar de casa con muro de perpiaño) al que se la sudó construir en zona inundable aunque la ley de aguas y su reglamento prohíben hace tropecientos años hacerlo a muchos metros del río.
Luego está el ostentoso de la segunda residencia, que compró en el paseo marítimo consciente de que como venga un tsunami va a ir a buscar la lavadora y la bici de Manolito a Puebla de Sanabria. Y después unos se lamentan y piden la declaración de zona catastrófica, o sea el politiquerío populista, y otros claman y reclaman subvenciones para la rehabilitación de la vivienda anegada, cuando a lo mejor a unos habría que abrirles unas diligencias previas por golfos y a los otros mandarlos a freír puñetas por gilipollas.
Por eso cuando veo justificarse a unos y lamentarse a los otros en la tele la apago, por no estrellarla contra la pared, que las teles van caras de cojones.