Beatriz Suárez-Vence Castro
Llueve sobre mojado
La realidad puede llegar a ser muy repetitiva, tanto como aquellas lecciones machaconas del colegio que nos hacían repetir accidentes geográficos, listas de reyes, órganos del cuerpo. Repetir no le gusta a nadie pero nos empeñamos en hacerlo.
¿No tienen ustedes la sensación de que las noticias son las mismas, día tras día? Cambian los nombres, las caras, los lugares, pero las actitudes objeto de noticia siguen siendo las mismas. Porque aprendemos poco. Y además tenemos tendencia a repetir los errores.
El chico de Barcelona que intentó masacrar su instituto y finalmente mató a un profesor nos encogió el alma, pero hizo lo mismo que muchos otros adolescentes en EEUU. O lo que "el asesino de la ballesta" hace no tantos años en España. El piloto que estrelló el avión en Los Alpes provocó una enorme conmoción, pero ya había precedentes.
El hombre que acuchilló a su mujer en Ourense o la muerte de la niña Asunta, son sucesos escalofriantes pero, por desgracia, no son los primeros casos de violencia doméstica ni serán los últimos. El componente que más impresiona en todos ellos es la premeditación porque todos fueron planeados con tiempo, calculados, ensayados incluso. Y eso los hace diferentes pero no originales.
Las leyes, agujereadas como coladores, sirven de filtro a comportamientos que se repiten una y otra vez. Leyes mal hechas que no se rehacen. Leyes que existen pero no se aplican. Y muy poca o casi ninguna justicia preventiva.
Somos más partidarios del castigo que de la prevención sin tener en cuenta que a quien quiere causar daño el castigo no le importa. Entra en sus planes y lo acepta. Una vez conseguido su objetivo le da igual ir a la cárcel o salir volando pegado a una bomba lapa.
Los asesinos solo son originales en las novelas. En la vida diaria no les hace falta serlo. Tienen el camino hecho porque el sistema no sabe prevenir. No tiene en cuenta las señales. Va en la naturaleza humana no poner remedio hasta que sucede algo grave. Pero con algo tan importante como la seguridad de las personas, es un lujo demasiado caro.
La mujer asesinada en Ourense ya había sido víctima de otro ataque, sin embargo la juez no tuvo en cuenta los indicios. No había pruebas. Asunta iba drogada a clase con benzodiacepinas, un ansiolítico cuyos efectos tienen poco que ver con los medicamentos para la alergia que su padre dijo que tomaba para justificar el estado de la niña. El piloto suicida llevaba tiempo sin reunir las condiciones médicas necesarias para volar. El chico que mató a su profesor había alardeado de lo que haría algún día en el centro escolar.
Es cierto que hay reacciones imprevisibles, comportamientos que nadie puede prever pero, ¿tantos? No se trata de volvernos paranoicos y desconfiar de todo lo que se mueve pero tampoco desentendernos de lo que pasa a nuestro alrededor para evitarnos posibles problemas, porque a la larga tendremos un problema más grave.
Hace unos días, en Badajoz, la policía detenía a una pareja, hombre y mujer, que se estaban pegando en plena calle. Ambos agredieron a los agentes que les detuvieron. No era la primera vez que montaban un numerito semejante. Tenían a su cargo a un niño de seis años, hijo de los dos, situación ya conocida por las autoridades, y entiendo que también por su entorno más cercano. Cuando los agentes les preguntaron dónde estaba el menor, ellos contestaron que estaba en casa, solo. Cuando la policía fue a buscarlo, lo encontraron dormido en un sofá, rodeado de suciedad. Fue necesario requerir la presencia de una dotación sanitaria para conseguir despertarle porque había sido sedado. El niño contó a los agentes que no había comido nada desde el día anterior.
Ahora está bajo la custodia de un familiar. Ahora.