Guillermo Cerviño Porto
La voz de lo inerte #3: La muñeca de trapo
¿Que qué veo? Veo una mirada triste. Y cuanto más triste me parece, mayor es mi tristeza. También veo una mata de pelo descuidado, pelirrojo, cayendo en capas como alambre sobre mis hombros desnudos. ¿Y el resto? Un deseo no desear. Un quiero no querer, pero no puedo. Y aunque joven, sé que un corazón está condenado a latir en su pecho, a luchar por su existencia y a resguardar aquellos sentimientos que a menudo no tienes con quien compartir. Y cada efímera emoción es un mar de lágrimas que quisiera poder llorar. Y no puedo sino dejar pasar mi tiempo como algo imposible de detener. Como un gigantesco tren de hierro y acero que, tras la estela humeante, mis brazos extendidos señalan al pasar. Todo esto es la observación cuando una se siente triste. La nada reflejada en cada objeto cotidiano. ¿Es eso lo que llaman melancolía? Porque... ¿qué ve una cuando no ve nada?
Es una sensación extraña, como girar tus ojos hacia el interior de tu cabeza. Como querer ver tus pensamientos, tocarlos con las yemas de los dedos y sentir su nostalgia recorriendo cada poro de tu piel. Erizando cada bello. Sus impulsos eléctricos como cosquillas juguetonas escalando tu espalda. Soy una tonta. Lo sé. Ya que no tiene sentido que, ahora mismo, fije mi vista en puntos concretos teniendo todo el plano ante mí. Es la realidad que quiero ignorar, pero me acompaña. Supongo que así evito ver lo que no quiero ver. Aunque por otro lado, todo lo atisbo por el rabillo del ojo, despreciándolo con la esperanza de que desaparezca. Pero no desaparece. Tampoco cambia de forma ni de color. Y es que esa de ahí soy yo. Nada más.
Quisiera tener la fuerza para mirarme abiertamente. No hacia dentro, sino hacia fuera. Quisiera poder girar sobre mí misma y bailar hasta el amanecer, como tantas y tantas veces he hecho en mi imaginación. Pero no puedo. Siempre un no puedo. Estoy demasiado triste para poder. No sé por qué lo estoy ni cuánto tiempo durará este estado. Tampoco cuándo he empezado a sentirlo. Gracias al cielo, nada es para siempre, excepto el amor. O eso dice mi amiga. Ella es el centro de mi mundo. Es el sol de mi galaxia. Y lo sabe, porque se lo he susurrado mil veces al oído, mientras dormía, y al hacerlo, he visto cómo se giraban sus labios en una sonrisa. Es tan bella... Y sus labios tan tiernos y sonrosados... Es una coqueta. Y se contonea a menudo ante este mismo cristal. Se mira y se sonríe como una boba.
A veces también me mira a mí, y me guiña un ojo, por eso sé que aún somos amigas. Sin embargo, yo soy incapaz de dirigirle la palabra. De abrazarla como hacía antes. De acompañarla a todas partes. Porque algo ha cambiado entre nosotras y ninguna de las dos quiere reconocerlo. Tenemos miedo a enfrentarnos a la realidad. Por eso ya no hablamos. Echo de menos el viento sobre mi cara, cruzando el jardín en lo alto de sus brazos. Su risa pícara mezclándose con el rumor de los árboles. Sus secretos a voz baja. Sus arrumacos. Sus caricias. Porque yo la quiero. Y sé que ella me quiere a mí. Pero las cosas son diferentes ahora.
Ilustración: St.Moony