Beatriz Suárez-Vence Castro
El palomar
He encontrado en la calle varias palomas heridas o enfermas.
La primera, hace unos meses, en A Illa das Esculturas, un día de calor en los que efectivamente se caían los pájaros. Estaba moribunda. Y anillada. Esto último hizo posible que se hicieran cargo de ella en el Centro de Recuperación de fauna Silvestre de Cotorredondo. Allí me facilitaron el contacto de la persona que se encarga de las palomas mensajeras, Enrique, que hace un estupendo trabajo con ellas. Localizó al propietario del animal, que finalmente murió, y le devolvió las anillas.
Ayer me encontré otra. Lo malo es que no tiene ninguna característica especial. Es una paloma común, joven, que todavía no ha completado su desarrollo. Tiene las patas en mal estado y no puede volar. Nadie se hace cargo de ella porque no es una especie protegida ni un animal salvaje. Según me han dicho, entra en la categoría de animales domésticos, con lo cual si te la encuentras herida tienes dos opciones: O pasas de largo o la cuidas tú. El Centro de Recuperación de Fauna Salvaje remite al Ayuntamiento porque entienden que es competencia municipal.
Desde que Pontevedra se ha inundado de veladores, las palomas y gaviotas se pelean entre ellas por la comida de las mesas. Las gaviotas han llegado a robar porciones de las manos de la gente. Comprendo que pueda resultar desagradable pero van buscando alimento y no atacan directamente a las personas. Desde el Ayuntamiento se busca la manera de erradicarlas, así que no creo que se hagan cargo de la paloma de mi jardín.
Cuando nos encontramos un animal herido, la mayoría de las personas (estoy convencida de que somos mayoría, a pesar de los continuos casos de maltrato animal) hace lo posible por socorrerle pero en el caso de las aves no hay nadie a nivel local que se haga cargo de ellas, así que acaban muriendo en la calle, salvo que te las lleves a tu casa, situación que no es muy recomendable si no dispones de un espacio abierto, por la cantidad de bacterias que una paloma puede llevar encima. Además el común de los mortales no tiene ni idea de cómo se cuida un polluelo de paloma.
Las palomas, ahora proscritas, siempre han formado parte del paisaje urbano y en nuestra ciudad resulta imposible encontrar a alguien que no haya ido con sus hijos a darles de comer en la Plaza de la Herrería o que no tenga el recuerdo de haber ido con sus padres cuando era niño a darles maíz. La estampa de nuestros mayores, sentados en los bancos, alimentándolas también está en la mirada de todos. La Herrería sin palomas sería mucho más triste. Ya que han contribuido a nuestro álbum de recuerdos, deberíamos encontrar la manera más natural posible de preservarlas, sin que molesten a nadie. Las gaviotas, aunque pueden resultar más amenazantes y sus graznidos desde los tejados un despertador realmente odioso por las mañanas, también ocupan su lugar en la cadena natural.
Los búhos de plástico de colores que se instalan en los veladores no sirven más que para darte un susto al doblar la esquina. A las aves no las ahuyentan. A muchos humanos, entre los que me encuentro, sí. Espero que pasen a considerarse parte del feísmo urbano y los retiren.
También espero que si algún niño se encuentra una paloma como la que ha acabado en mi jardín, pueda ir a algún sitio con sus padres para que le ayuden a curarla. Si en el colegio le enseñan a ser respetuosos con los animales y le llevan a granjas-escuela pero luego en la calle nadie cuida de los animales, el mensaje que le estamos dando, además de contradictorio, es nefasto. Las preguntas que los niños pueden hacer al respecto van a ser mucho más incómodas y difíciles de responder que las que yo, o cualquier otro adulto, formulemos.