Paco Valero
Grecia: orgullo y ficción
Tantos días de calor seguidos le dejan a uno exhausto, poco disponible para el realismo sucio –salvo que sea novelado– y solo acto para las divagaciones. Grecia, por ejemplo. He escuchado y leído por doquier la palabra "orgullo" para calificar al pueblo griego. La empleó una y otra vez Tsipras para animar al no en el referéndum que organizó de un día para otro tras la espantada en la negociación con los líderes europeos, y también la utilizaron Pablo Iglesias y sus devotos para jalear al jefe de gobierno griego en su enfrentamiento con los demás miembros de la UE. Millones de griegos fueron a votar "no" orgullosos, y luego decenas de miles de personas proclamaron su orgullo en las calles por el resultado obtenido. En España, como no podía ser de otra manera, muchas columnas de prensa, radiadas y televisadas se rindieron de admiración. ¡El orgulloso pueblo griego había salvado el honor de Europa y la democracia al decir no a la Troika! Han pasado unos días y ya sabemos que todo aquello fue teatro. Hoy Grecia ha puesto encima de la mesa de negociación lo que el día antes de la convocatoria del referéndum era innegociable por humillante. Un columnista de The Telegraph –que al parecer cuenta con el exministro de Hacienda griego Varoufakis como fuente habitual– ha escrito incluso que en realidad Tsipras quería perder el referéndum para salvar la cara y poder irse a su casa, incapaz como era de asumir la realidad y mucho menos cambiarla. Pero el pueblo griego, henchido de orgullo, la lio parda haciéndole caso. ¡A saber!
A los palmeros españoles de Tsipras todo esto les ha dejado desorientados y han optado por callar y disimular. Ellos se lo pueden permitir al parecer. Los griegos no. Tal vez deberían leer la entrevista que le hicieron al escritor griego de novela negra Petros Márkaris dos periodistas de El Mundo que intentaron por todos los medios que declarara ¡la UE es culpable!, como manda la ideología de la buena conciencia. Pero Márkaris no se dejó: "Esta crisis no la ha creado Angela Merkel. Si Grecia está como está es culpa nuestra". Es un viejo activista de la izquierda el que lo dice. Un ciudadano que ve el drama y se niega a seguir la comedia. ¿Pero es que no han leído a los clásicos? Los dioses alientan la hibris (la desmesura que desata el orgullo) entre los hombres a los que quieren volver locos y a los que luego el destino, esos mismos dioses, castiga caprichosamente. ¿No conocen la novela de Jane Austen y esos personajes que ahondan en su infortunio empujados por el orgullo y los prejuicios? En todo caso, estamos en la era de internet y pueden introducir la palabra "orgullo" en las muchas páginas de citas y refranes para comprobar que pocos filósofos y humanistas han dejado de advertirnos contra ella. Es una de esas palabras que parecen darte alas y te sostienen por encima de todo –de los hechos, de la realidad–, palabras que te arrastran y no admiten retirada. Con ellas los dramaturgos han creado grandes tragedias. Pero utilizadas en la política son otra cosa: te conducen a un callejón sin salida o, peor aún, a un precipicio. ¿Y luego qué? Algunos han creído que en la era de las redes virtuales y del "me gusta" la política era ya otra cosa. Pero no, sigue siendo el difícil arte de picar piedra, día tras día, y batallar con la dura realidad procurando no estropear lo que ya funciona y tanto ha costado conseguir y mejorar lo posible. Los buscadores de atajos populistas han llevado a los griegos a un escenificación política apelando a su orgullo, de la misma manera que en España Rajoy apela al orgullo para justificar las medidas que ha tomado para sacarnos, dice, de la crisis. Unas medidas que han ahondado, todavía más el abismo social. Bonitas ficciones, pero una vez pasada la efervescencia que suscita el orgullo, ¿qué queda? Solo el desaliento. Que suele traer luego peores noticias.