Guillermo Cerviño Porto
La voz de lo inerte #9 La pared
Un ojo perdido en la profundidad de mis grietas. Una mente abstraída en algún punto de mi traje descolorido, cuyos fantásticos detalles solo son visibles para él en este momento. Es ese el punto exacto de partida de un viaje tan misterioso como impredecible. Uno con retorno. Al menos, casi siempre es así. Y yo puedo verlo todo. Como no. Puedo sentirlo todo. Porque las paredes oímos, es cierto, pero también vemos y sentimos. Y otras cosas más que tal vez os cuente en otra ocasión. El caso es que lo veo por fuera y también por dentro. A él. Veo en su cabeza. Sus pensamientos son los míos. Mis temores son suyos. Y la quietud en esta sala blanca es absoluta, ya que el silencio ha decidido que este será el momento preciso. ¿Cuál iba a ser si no? Que así sea. Surcando está su alma, la del hombre, los misterios de su propia imaginación, mientras que su corazón se encarga ávido de transportar a golpe de latido todas las sensaciones que han de culminar en su piel. Que pronto erizarán el bello y le producirán escalofríos agradables y terribles. Y él tantea con manos inseguras las paredes de esos senderos que recorre. Tergiversando eternamente los recuerdos a su paso. Amoldándolos a su antojo. A mi antojo. Modulando unos sonidos que ya no pertenecen a esta época, pero que atrapados en algún rincón de su hemisferio, esperan la liberación. Y camina y camina sin saber su destino. Y avanza incesante entre la oscuridad y las sombras. El pasadizo no tiene fin y cada nueva habitación a la que llega se transforma en algo nuevo y sorprendente. Siempre sorprendente. Algo que pudo haber sido real… tal vez en otro tiempo… tal vez jamás lo haya sido… Porque el hombre tanto es un niño como adolescente en el interior de esos habitáculos de ensueño. Incluso un anciano a cuya edad no sabe todavía si llegará. Y charla con aquellos que ya no están. Y se ríe con ellos Y le cuentan aquello que no han podido contarle. Y recupera por fin el tacto y los olores de aquellas cosas… de aquellas situaciones… de aquellos momentos… ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿A qué época de su vida pertenecen? No quiere saberlo. No puede saberlo. Es imposible. Todo está muy confuso. Envuelto en dudas y sentimientos contradictorios. Porque esto no es un sueño del que pueda uno despertar. No señor. Él ya está despierto. Inconsciente… pero despierto. ¿No lo creéis posible? Os aseguro que sí.
Un portazo lo expulsa con violencia y sus ojos cobran de pronto el brillo de la vida. Se enfocan y se giran y observan atónitos a su alrededor. Observan al hombre de bata blanca que ha irrumpido en la sala, la cual le parece de repente la más fría del universo. La luz lo inunda todo como si no hubiera estado ahí un minuto atrás. El hombre sonríe.
―Es su turno ―escucha su voz grave pero afable.
Acude entonces la lucidez, como reaccionando a aquella fantástica voz, y sus facciones se relajan. Entrecierra los ojos. Suspira y contiene una risilla llena de nervios. El viaje se ha terminado por esta vez. En un rato llegará otro hombre… u otra mujer. Siempre es así.
―Por supuesto, doctor ―le dice y se dispone a seguirlo.
Ambos desaparecen tras la puerta. Los pájaros cantan en el exterior. Lo coches rugen al pasar. El silencio espera su momento. Yo también espero. ¿Qué iba a hacer si no?