Beatriz Suárez-Vence Castro
Doctor
El papel del médico de familia, al que antes llamábamos médico de cabecera, ha ido perdiendo peso sentimental. De ser alguien cercano y familiar ha pasado con su visita, a engrosar la lista de trámites en nuestra agenda.
Las condiciones en las que los facultativos tienen que trabajar, con pocos medios, con prisas, ha ido difuminando la figura de la persona que además de tratar y curar, escucha y tranquiliza. El médico vocacional, al que le gusta el trato con el paciente y disfruta con su trabajo, ganándose la vida sin que prime en él un afán de cumplir y embolsarse su sueldo sin más preocupación que cumplir tarea y horario, resulta difícil de encontrar.
La de médico es una profesión de la que esperamos, quizá más que de ninguna, una especial humanidad, porque a nadie le gusta caer enfermo y las revisiones alteran la rutina y el humor. La aprensión, las largas esperas y el cansancio, son sentimientos comunes en las personas que esperan turno en una consulta médica.
Si una vez dentro, se les despacha sin apenas prestarles atención, la preocupación del enfermo y su inseguridad, aumentan. Son pocos los médicos que a lo largo de su carrera no pierden el entusiasmo por "reconocer" de verdad, a quien tienen delante. Por eso cuando encontramos a alguno que,francamente se ocupa de nuestra salud, entra a formar parte de nuestra vida. Se convierte, en cierto modo, en un amigo porque llega a conocernos por dentro tan bien como por fuera.
La semana pasada tuvo lugar el fallecimiento de quién fue "mi médico" desde que yo tenía dieciséis años hasta que él tuvo que retirarse prematuramente hace aproximadamente unos cinco. Tenía su consulta en Marín. Siempre llena de gente. De gente que, a pesar de estar enferma, esperaba tranquila.
Esa tranquilidad de sus pacientes venía de la seguridad de que iban a poder contarle al doctor lo que sentían, tanto lo que les dolía como lo que les preocupaba. Él les explicaría, incluso con un dibujo o un esquema, lo que no entendían, para que saliesen de la consulta sin ninguna duda, reconfortados por haber sido tratados con consideración y cariño. Con el alivio de quien sabe que está en buenas manos.
Esta clase de médico es absolutamente vocacional. Nace y muere con vocación de servir al enfermo y aliviar su sufrimiento por encima de todas las cosas.
Otros llegan al trabajo pensando en hacer caja, como si en vez de personas estuviese manejando mercancía numerada. Escoge su medio de vida, más como medio para conseguir un fin, que como dedicación de vida. Ese fin suele ser el status que espera alcanzar por licenciarse en medicina y ejercer la profesión, sin importarle la manera de desempeñar su trabajo: concienzudamente o con una falta absoluta de conciencia. Se le distingue porque suele tener tanta prisa que si pudiera, desnudaría con la mirada a los enfermos en la puerta, para no perder el tiempo. No explica nada, porque desde el convencimiento de su superioridad intelectual, cree que el paciente no le va a entender, y se molesta si le preguntan o contesta lo primero que le viene a la cabeza. Si el paciente sufre o no, vive o no, no afecta a su profesionalidad, tal como él la entiende.
Hay un tercer tipo de médico: El que va cambiando de trato y manera de trabajar a medida que avanza en su profesión. Este tipo ya está lo suficientemente asentado en su profesión como para no molestarse demasiado con lo que se le presenta. Quiere abarcar tanto, (sanidad pública, privada, conferencias, colaboraciones, clases y consulta particular) que acusa tal grado de agotamiento que al paciente le dan ganas de intercambiar papeles y ayudarle para que no se caiga redondo antes de extenderle la receta.
Quien frecuenta las consultas médicas por enfermedad o simples revisiones sabe que existen, independientemente de su capacitación, estos tres tipos de médico: El que tiene auténtico interés por el enfermo, el que no lo tiene y el que lo tuvo pero lo ha ido perdiendo por el camino.
"Mi médico", el médico de buena parte de marinenses y pontevedreses era del primer tipo. De los que dan sentido a la palabra doctor. De los doctos, esto es sabios y, por añadidura, bondadosos. De los que todos quisiéramos que nos tocasen en suerte cuando lo necesitemos. Salvador de nombre y vocación. Inspiró a muchos profesionales que, afortunadamente, aún existen y son como él fue: médicos al servicio de sus pacientes. Y de nada más.