Beatriz Suárez-Vence Castro
Entre Lennon y César
El horror de París ha sido la constatación de un mundo partido en dos. Desde el 11 S neoyorkino, Oriente y Occidente están más separados que nunca. La declaración de guerra contra el Yihad, hecha por Hollande tras los ataques del viernes pretende la colaboración del resto de Europa.
A todos nos gustaría que hubiera un camino de paz. Entiendo la actitud del líder de Podemos, al desmarcarse de un posible pacto de adhesión entre partidos. Yo también soy una soñadora. Y lo digo sin ningún tipo de ironía. No me emocionan los himnos nacionales ni las declaraciones de patriotismo, porque entiendo el mundo como algo global, en donde las fronteras, si queremos un mundo más justo, no tienen sentido. Pero aunque muchos tengamos el espíritu de Don Quijote, no nos queda más remedio que escuchar a Sancho Panza. Lo que tenemos enfrente es un odio larvado durante años, esperando su momento, posicionándose. Ahora ha salido de la crisálida y ha hecho eclosión sin piedad.
Occidente no está exento de responsabilidad, aunque no merezca semejante atrocidad, porque las grandes potencias han dominado el mundo distinguiendo entre países de primera y segunda categoría, gobernando como si sólo ellos existiesen y financiando armamento para azuzar más las guerras internas de los países en conflicto y quedarse con los restos.
Europa y Estados Unidos no lo han hecho bien.
Sin embargo a mi entender, el conflicto yihadista no es tanto un problema de desigualdad económica, de abuso del rico sobre el pobre, como sucede en el caso de África, que constituye la mayor vergüenza de la política mundial, o la India, países que han sido y son explotados por sus propios gobiernos corruptos y por los gobiernos extranjeros. Esto es diferente: El yihad llama a la Guerra Santa, a recuperar el poder del Estado Islámico por la fuerza. Quieren recuperar las posesiones que una vez tuvieron, a través de la autoinmolación ofrecida a un Dios, que según su interpretación, quiere sangre.
No les importa perder su vida; mucho menos arrebatar vidas ajenas. Y esto es nuevo. Hemos enfrentado armamento de todo tipo, incluidas bombas atómicas infinitamente más caras que un kalasnikov, pero aquí el peligro es la persona que la maneja. Los hombres y mujeres con cinturones de bombas a los que les da igual saltar por los aires. Y sí, mi parte de Quijote dice que quien tengo enfrente es un ser humano como yo. Y lo es. Pero está alienado. Quien maneja el arma está programado como un robot. Ha perdido, tristemente, el alma. Todos los testigos de los atentados de París coinciden en describir a los atacantes como autómatas, máquinas de matar.
La ofensiva francesa ha sido, en mi opinión, precipitada y es, en sus entrañas, como toda campaña militar, (porque de eso se trata aunque no en la forma clásica) injusta, porque no se puede acallar el odio infundiendo miedo. Hay que curarlo pero quizá sea tarde para eso. Lo hemos dejado enraizar demasiado. Para los terroristas, Europa y Estados Unidos son el enemigo a batir, sin diálogo, ni razones.
En España, no ha llegado a producirse del todo la integración. Para la parte más radical, y entiéndase solo la más radical, seguimos siendo Al-Andalus.
El International New York Times escribía en su edición de ayer que el objetivo que persiguen los musulmanes yihadistas es crear un nuevo Califato, recuperar el imperio perdido. Si esto es así, su afán es también imperialista, igual que el de quien llaman su enemigo. Y, entre unos y otros, van ya muchos muertos: árabes, occidentales. Da igual. Inocentes.
La respuesta de Francia, se ha hecho en caliente pero, ¿Pueden arriesgarse a esperar? Y, por otro lado: ¿Va a servir para conseguir su objetivo? Aunque Hollande haya bombardeado Raqqa, hay, como se ha visto, un vivero de yihadistas en territorio europeo.
Estamos ante un problema tan nuevo en sus formas, que resulta difícil tomar una decisión acertada para resolverlo. Crea, además, un conflicto de conciencia porque, en un mundo en que creíamos que la guerra era algo lejano (y esa era la falsa ilusión), nunca pensamos que tuviésemos que decidir si participar o no en ella, y menos en una de magnitud mundial.
Es cierto que en Occidente hemos hecho muchas cosas mal, pero también hemos luchado por muchos derechos civiles, el voto, la no tortura, la igualdad de la mujer, tantos otros. Queda mucho por hacer para que la consecución de estos derechos sea completa. Aún así, hemos creado una sociedad que, aunque a veces no lo parezca, está más civilizada que antes. Permitir que nos arrebaten eso a golpe de fusil, sería de necios.
Pero ¿cómo solucionar entonces, sin violencia, el terrorismo de El Yihad? ¿Se podrían llevar a cabo políticas de pacificación? ¿Se puede evitar la radicalización y captación de jóvenes, a través de las redes sociales en un mundo globalizado?
Ojalá hubiese una alternativa a la decisión de Hollande. Es difícil porque nada se arregla con bombas, pero tampoco llega con encender velas o poner flores.
El mundo que todos quisiéramos es el que nos cantaba Lennon pero estamos más cerca de cumplir la estrategia de César: Hacer la guerra, para conseguir la paz.
Una paz, conseguida así, no podrá ser duradera.