María Jamardo
En un país multicolor
Es la primera vez en democracia que concluida la jornada electoral de las generales, ignoramos quién será el próximo presidente del gobierno (por no ahondar el complejo escenario al que nos enfrentamos, no haré salvo envidiar las ventajas que un sistema presidencialista habría tenido en estas circunstancias y reivindicar sin ambages la imprescindible reforma de la ley electoral vigente). Es la primera vez en democracia en que el presidente saliente no consigue revalidar segundo mandato de forma consecutiva con claridad, viabilidad e inmediatez. Es la primera que en España el bipartidismo ha dejado de serlo… a medias. Es la primera vez en que los nacionalistas, por fortuna, no serán llave de gobierno en exclusiva. Es la primera vez y por eso, como todas las primeras veces, duele más.
Se intuía que tras una campaña electoral atípicamente mediática – por la amplitud de la oferta partidista que no ideológica - podría haber sorpresas, pero pocos advirtieron (ni siquiera en los sondeos edulcorados hasta el empacho) un escenario tan disperso y atomizado. Quizás, porque ignoraron que apostar todo a la única carta de la recuperación económica – innegable pero demasiado sutil todavía – ya no sería suficiente para convencer, ni siquiera a los propios, y garantizar una reelección solvente. Una lástima porque con una mayoría absoluta (la mayor de nuestra democracia reciente) se podrían haber abordado muchas reformas necesarias y esperadas, si hubiese habido voluntad y sobre todo valentía. Ojeando superficialmente los resultados, una evidencia innegable: habría sido mucho más inteligente arriesgar para ganar, aún con la posibilidad de perder, antes que descafeinarse. La ambigüedad política ya no sólo no se premia sino que, además, se penaliza.
Los españoles hemos elegido un escenario complejo reflejo de una sociedad inmadura, que lo único que confirma con rotundidad es que quiere seguir estando tutorizada. Una sociedad de sensaciones encontradas, emociones contenidas y que no es capaz de identificar el liderazgo de un proyecto en exclusiva para abordar esa visión sólida de país moderno y competitivo que nos hace tanta falta. Los recién llegados no han conseguido empujar con la fuerza necesaria para desbancar a los de siempre y los de siempre no han sabido interpretar las señales inequívocas que en los últimos meses, acentuadas con el proceso catalán, clamaban la necesidad de leer entre líneas para adaptarse a la demanda. Y ya sabemos gracias a Darwin que no es la especie más fuerte, ni siquiera la más inteligente la que sobrevive, sino la que mejor se adapta al cambio.
Es evidente, salvo para una formación que se autoproclama como la única izquierda legítima con un 20% del total de votos emitidos (y eso habiendo contado con presencia en medios 24 horas 365 días al año) que no hay sin embargo voluntad de cambio constitucional, ni de sistema. Resulta pornográfico, no tanto por el 69 de los escaños que suma, que teniendo los ejemplos evidentes y palpables del desastre en América Latina y con el nivel de información de que disponíamos (no será porque no nos hayamos cansado de repetirlo) haya quienes todavía crean que la solución a nuestros problemas vendrá de la mano del neocomunismo.
Ahora que somos más Italia que nunca, nos tocará elegir si queremos ser un poquito más Portugal o Alemania, pero para nada Venezuela. Por fortuna y con el Senado blindado en mayoría absoluta, es imposible que así sea.
Desde ayer vivimos en un país multicolor con una buena dosis de incertidumbre, con lo poco que gusta a los mercados… Es vital consolidar referentes y perseverar en medidas que confirmen la recuperación económica. Nada de triunfalismos (aunque tampoco esperen autocrítica). Toca diplomacia política y dejar de lado los intereses partidistas para que los pactos sean los menos dañinos posibles.
Quizás por primera vez en democracia, el cliente tenga la razón. Quizás los españoles hayamos acertado dinamitando nuestras propias expectativas para forzarnos a hablar entre nosotros y buscar nexos comunes que sirvan de punto de partida. Hay muchas reformas necesarias y trabajo por hacer, pero consistente, del que perdure. De ese que independientemente del signo de quien gobierne, circunstancialmente, sea reflejo de un proyecto de país que hoy por hoy no sabe muy bien lo que quiere, pero que está tratando de descubrirlo. Ojalá el multipartidismo sea catalizador de un diálogo maduro con nosotros mismos. Tenemos la obligación, dadas las circunstancias, de demostrar altura de miras y ser valientes, de abordar los temas que de verdad importan. Ese es el mandato. España no es ingobernable, pero exige sacrificio, responsabilidades y el esfuerzo de buscar en el pragmatismo político de minorías dialogantes, soluciones estables y consensuadas para temas inaplazables.