Beatriz Suárez-Vence Castro
El Síndrome de Papá Noel
Somos muchos a los que la Navidad suscita sentimientos encontrados. Alegría y nostalgia se mezclan en una especie de cocktail de sentimientos que nos hace girar como en una noria.
Sorprende también el aluvión de buenos deseos que nos cae encima por parte de personas que el resto del año está en lo que podríamos llamar el anonimato. Como si estuviesen poseídos por el espíritu navideño, te abrazan y te besan como si formaras parte indispensable de su vida y su corazón, dejándote perpleja, sin saber muy bien cómo reaccionar ante tal despliegue de cariño por parte del alguien que el resto del año no te da ni los buenos días. Esta versión del amigo invisible vuelve, una vez pasadas las Fiestas a su estado primitivo, es decir, el pasotismo absoluto.
Con las nuevas tecnologías esta sensación tan desconcertante se ha acentuado. Resulta extraño recibir felicitaciones en nuestro móvil de gente que apenas tratamos o que incluso tenemos que esforzarnos en recordar. Muchas veces forman parte de un grupo de whatsup en el que otro compañero, muy diligentemente, nos ha incorporado sin saberlo nosotros.
Se hacen grupos de lo más variopinto: de gente que coincide contigo en el gimnasio, de padres de compañeros de tus hijos, de vecinos, de parientes lejanos y de parientes de los parientes lejanos. Una vez incorporado al grupo nadie quiere ser el primero en dejarlo pero una vez que leemos en la pantalla: "Luis ha abandonado el grupo", todos seguimos a Luis porque estamos igual de saturados que él del soniquete constante del móvil que avisa de conversaciones cruzadas en las que nadie se da cuenta quien interviene y acaban produciéndose unos malentendidos de lo más absurdos. Ahí es cuando empiezas a darte cuenta de que
Luis es un tipo que le echa valor a la vida y empiezas a mirarlo con otros ojos. No todo va a ser malo. La nueva Psicología habla también del peligro que supone la generosidad excesiva, lo que se ha venido en llamar el Síndrome de Papá Noel. Se trata de aquella persona, en muchos casos madres y abuelas, que creen que si no cocinan estos días para veinticinco personas, y tienen además un detalle con cada uno, no cumplen su cometido y las van a dejar de querer.
Por fuera ponen su mejor sonrisa; están para todos: niños, mayores y mascotas. Por dentro, están rezando a todos los santos para que se acaben las Fiestas y poder descansar. Este tipo de síndrome se sufre durante todo el año, pero es en Navidad cuando resulta más dañino para el que lo padece.
Deberíamos acostumbrarnos a dar cuando queremos y podemos hacerlo, sin que las celebraciones supongan un momento de presión. Hay familias que tienen que hacer verdaderos esfuerzos por no parecer tacaños a la hora de regalar, cuando realmente no están en condiciones de hacerlo.
No deberíamos exigir a nadie, ni ahora ni el resto del año, un esfuerzo por encima del que puede hacer. No es necesario trabajar como una esclava, ni comprar el regalo más grande para que te aprecien en lo que vales. O no debiera ser así.
Cayendo en este tipo de comportamientos, probablemente con la mejor de las intenciones y siguiendo la inercia de lo que vemos alrededor, no hacemos más que pervertir el auténtico sentido de la Navidad: Ayudarnos todos de una manera sincera, auténticamente generosa, sin enfados ni exigencias para hacer más fácil nuestra vida y la de los demás.
Y mantener esa actitud, siempre.