Karina Muñoz
Psiquiatría y actualidad: Vamos a hablar del "Bullying"
Desde hace unos días los medios de comunicación vienen haciéndose eco del suicidio en Madrid de un niño de 11 años por un presunto caso de bullying.
Probablemente lo que más llama la atención de los medios de comunicación y de la propia sociedad en la que vivimos, es que alguien tan joven, que según las escalas de psicodesarrollo empieza a entender el concepto de fallecimiento (sobre los 10 años de edad es el momento en el que los niños empiezan a comprender el significado de la muerte) haya tomado la drástica y dolorosa decisión de poner fin a una vida que apenas empezaba.
Bien mirado, decidir morir para no regresar a la escuela, proyecta una intensa sensación de soledad y desesperanza, de que las cosas ya no tienen solución y de que no hay ayuda posible.
Mi profesión me ha hecho ver casos como el de Diego con bastante más frecuencia de la que me gustaría. Diego no está solo en el sufrimiento del bullying, ni Diego ha sido el único niño o adolescente que ha intentado poner un pronto final a su existencia para dejar de existir.
En mi experiencia profesional puedo decir que los casos similares al de Diego no han sido niños que han experimentado el rechazo de sus compañeros durante días o pocos meses; al contrario, han sido víctimas incluso durante años de situaciones que experimentan como violentas o humillantes. Asimismo, el bullying no siempre se trata sólo de conductas abiertamente hostiles; en ocasiones es algo mucho más sibilino e incluso difícil de detectar: como el niño con algunos kilos de más al que los compañeros le cierran una de las dos puertas de clase para que tenga más dificultades para entrar en el aula.
También en mi experiencia profesional, en lo relacionado al acoso escolar, varias cosas me han llamado la atención: lo difícil que es su detección, los pocos programas de detección, y cómo las instituciones gubernamentales parecen mirar para otro lado.
Como decía, no siempre es fácil detectar las situaciones de acoso puesto que pueden llegar a ser muy sutiles; no obstante, un inexplicable miedo y ansiedad los domingos por las tardes, la disminución del rendimiento académico y los primeros suspensos, la irritabilidad, las fugas de los colegios… pueden constituir señales de alarma.
Muchos centros escolares tampoco tienen muy claro qué deben hacer cuando los padres del menor víctima de abuso denuncian la situación; algunos centros sí inician una investigación pero otros, en cambio, simplemente dan carpetazo al asunto con buenas palabras, y es el menor víctima de bullying quien finalmente termina cambiando de escuela.
El propio temor -lógico temor- de los menores a denunciar la situación ("si le dices algo a alguien vas a tener más problemas, por chivato") hace que sea más complicado realizar una adecuada investigación; y es que en la mayoría de los centros escolares (al menos en Galicia) no se ha implantado ningún plan de actuación que garantice la seguridad de la víctima o que proporcione a los centros educativos unas directrices de actuación.
Comprender el bullying no es fácil, no. La violencia, en general, es un mundo difícil de atajar. Por eso no me llama la atención que el actual Ministro de Educación en funciones haya sugerido la solución de habilitar un teléfono gratuito para denunciar a los acosadoras, porque "hay que hablar". En mi humilde opinión de ciudadana de a pie, las instituciones no comprenden el problema (y por tanto, no serán capaces de plantear una solución realista). No es una fuente de votantes.