Vicente G. Rivas
Somos todos un poco corruptos, o no
No seré yo el que haga de abogado del diablo a la hora de opinar sobre la situación actual de la clase política. Sin embargo, a tenor de todo lo que ha acontecido, creo que es justo poner un cierto límite por varias razones. La principal tiene que ver con la supervivencia del propio sistema.
Llámenme caduco si así lo desean, pero no soy partidario de una anarquía; tampoco de los que creen que la clase política es un mal necesario de la democracia, antes al contrario, es una parte muy importante para su consolidación, mantenimiento y protección.
Esto no quiere decir que no sea lícita la crítica dirigida a los representantes públicos, es más, es absolutamente necesaria para que la ciudadanía pueda ejercer una fiscalización, llamémosla social, a la que se debería unir la judicial, conformando un binomio prioritario para el sistema. Para ello los medios de comunicación, y los periodistas en particular, juegan un papel protagonista, ahogado por desgracia en los últimos años, pero con una luz al final del túnel: internet.
Sin desviarme del tema inicial me pregunto ¿la corrupción es sólo cosa de políticos o es inherente a la especie humana ibérica?
Que éste es un país de pícaros es algo que nadie puede poner en duda, pero ¿llevamos la corrupción en la sangre, en el carácter? Mi respuesta es afirmativa y para ello simplemente basta recurrir a algunos ejemplos. Cuando criticamos a los políticos es, en muchas ocasiones, porque se sirven de un cargo en su propio beneficio pero no nos percatamos de que en nuestra vida diaria, en cierta medida, también actuamos de manera reprobable.
Lo hacemos cuando vamos al médico y buscamos a algún conocido que nos 'cuele' para evitar la espera, cuando alguien nos comenta que en su trabajo está bien visto pagar un 'dinerillo' o hacer un regalo al encargado de turno de la ventanilla x para que acelere tal o cual trámite, cuando los operarios de cualquier administración local o de una diputación provincial se las arreglan para sacarse, en su horario de trabajo, un sobresueldo (que "no es para ser millonario" se encargan enseguida de justificar). Quién no tiene un sobrino policía o un primo de un conocido que nos hace un apañito para renovar el DNI porque lo necesitamos y está caducado; por no hablar de los enchufes para acceder a un empleo en un medio de comunicación (¡¿eh, colegas?¡)... Son todos ejemplos que se dan a diario y que ¡TODOS! conocemos o de los que hemos oído hablar. Visto lo visto, la conclusión es que, dentro de las posibilidades de cada uno y en su ámbito de actuación (privada, pública o personal), la población española es, a un determinado nivel, corrupta, lo que también explicaría que presidentes autonómicos, alcaldes, etc, tras ser imputados, procesados e, incluso, condenados por delitos relacionados con el cargo para el que han sido elegidos, repiten gracias al beneplácito del pueblo en forma de respaldo en las urnas.
La solución a todo esto sería un análisis médico-científico de nuestra idiosincrasia para poder determinar el origen (al estilo Freud) y, lo más importante, los posibles remedios. No obstante, los recortes se han cebado también con la investigación, así que no nos queda otra que aguantar y esperar a que vengan tiempos mejores. Es una pena que en los centros mundiales de tomas de decisión no tengamos un primo o un conocido porque, de ser así, nuestro país, gracias a una serie de gestiones un tanto confusas, saldría antes de la crisis, lo que a su vez significaría, por la llegada de dinero, el impulso, entre otras cosas, de la investigación con la que podríamos determinar la génesis de esa peculiaridad típicamente ibérica.
Volveré en otra ocasión sobre la clase política, de la que solemos generalizar las malas conductas pero no las buenas. Nunca es bueno pluralizar, tampoco en relación con este asunto. Por el momento, yo duermo con la conciencia tranquila pero si mañana me encuentro un sobre en un bar con 24.000 euros... no sé, no sé.
23.01.2013