Bernardo Sartier
La "dimi" de Espe
La dimisión de Esperanza llega tarde, mal y arrastro. Porque debió ser antes (no siempre vale más tarde que nunca) y porque lo hace forzada por "La Sexta", a la que ella -la cólera de Aguirre- llama "La Secta". Esperanza debió tomarse el carallazo con Rajoy, aquel del helicóptero, como un aviso. Y marcharse a cuidar de sus nietos. Cuestión de hacer de arúspice del propio destino y decirse a una misma "ya basta. Me voy a mi casa".
Hay más dignidad, lo digo sin acritud, en un yayo flauta llevando las criaturas al parque que en su dimisión, aparatosa, parafernal y trapacera. Pero Esperanza, que amaba desmesuradamente a Aguirre, se dijo que sin ella el caos. Y no fue lo peor decirlo, lo peor fue arroparse con el convencimiento de que era así. Esa dicción y ese convencimiento tenían una apoyatura, su omnipotencia matritense y la dependencia del partido, a nivel nacional, de su chiringuito. Ella era -y así se sentía- la mesías elegida por la deidad del neoliberalismo para salvar al mundo de los peligros de la izquierda, de las coletas con piojos y de la demagogia podemita, y de paso y si se terciaba, para joder (con perdón) a Gallardón y Rajoy y convertirse en una suerte de Thatcher castiza y chulapa (que no en una Merkel porque la diferencia entre Merkel y Esperanza es la mismiña que existe entre mi prosa y la de Umbral, un oceano).
Espe se puso técnica -como yo en las tertulias de los sábados, que les hablo de la fisiocracia y me miran como la vaca al tren en el valle del Cerrato- e invocó la responsabilidad "in eligendo" e "in vigilando", que parecía yo mismo en el Master de la Abogacía explicándole a los chavales el mil novecientos dos del Código Civil. O sea, Espe en versión estupendísima, recuperando su pleistocénica profesión de técnico -ella, tan sencilla- y buscando cataplasmas para justificar su eternidad en el cargo en vez de decir lo que procedía, es decir lo siento, la he cagado y ya es hora que gente joven tome el relevo.
Y yo, decepcionado ante la visión de plumero tan descomunal que voy de mi corazón a mis asuntos y recupero a la Espe en calcetines, porque el calcetín da un toque cálido y hogareño y nos recuerda a nuestra abueliña, y entonces, claro, casi estamos dispuestos a perdonar la inoportunidad del "in vigilando" y el "in eligendo", que son preciosos términos técnicos para una ponencia jurídica pero cursilería estomagante e inadmisible en una rueda de prensa (salvo que confundas a los reporteros con catedráticos de derecho civil).
Medios de Madrid dicen que la dimisión la honra. Creo que no. Creo que la delata. Porque con esta huida hacia adelante, Espe muestra impúdicamente -aunque sin querer- que solo trata de ponerse tras el burladero de la política para evitar la embestida de las togas. Sabe que del silencio de sus exsubordinados a una contestación comprometedora en un interrogatorio hay una tela de araña. Y es ese miedo es el que la hace dimitir. El miedo al banquillo. Otra cosa es creer que a los niños los engendra París.
Un capítulo más de esta política española cutre, en la que es mejor aparentar que hacer. Todo lo que sea que se vayan quienes encarnaban la "renovación" de los partidos (Villalobos, Guerra o Rosa Díez) viene bien, que al final de tanto estabularse en la dieta se termina jugando al Candy Crush. O dando cabezadas en el sopor del escaño.