Enrique Sánchez Sotelo
La caja
Me acerco, como tantas otras veces, a la cola del hipermercado X a pagar las patatas, el queso y la leche que acabo de coger de las estanterías. Veo que hay una gran fila que va avanzando paulatinamente hacia el destino deseado: LA CAJA.
Sin embargo, observo, como otras veces, las tentadoras cajas situadas (en un lugar privilegiado y con menos parroquianos) que me llaman, cual sirenas encantadoras, a sus brazos. Cajas que no te ofrecen un "buenos días" o una sonrisa o una bolsa de plástico para meter tus compras. Cajas que parecen para listos, porque hay que saber de naves espaciales para pasar los productos y pagar. En fin, cajas que no tienen dependientes.
Y me dio por preguntarme, en voz baja, claro, si aquello era un adelanto de la sociedad de consumo. El "hágalo Ud. mismo" ya está aquí, desde hace tiempo, la verdad. Y sí, puede ser que a la gente le guste hacerlo, que no le importe que ahí había una persona pasando los códigos de barras, cogiendo la bolsa, sonriendo a tu hija pequeña o dándote los cupones de descuento. Pero a mí, sí.
A mí me importa que haya huecos, que la gente no consiga trabajo en un supermercado porque una máquina la ha sustituido, o en un puesto de peaje de la autopista porque ahora hay algo llamado "pago fácil" o en una ventanilla de Renfe para dispensar los billetes, pero más que eso me importa que la gente no lo mire, que la gente vaya a lo cómodo, a pagar en esos sitios porque es más rápido sin pensar que en ese puesto podría estar trabajando tu hermano, tu hermana, tu primo, tu amiga que ahora están desesperados buscando trabajo.
Seguimos engordando (y encima a cambio de nada) las cuentas de las grandes empresas que mueven millones de beneficios, empresas que prefieren tener una máquina a un trabajador que pueda coger una baja, que quiera trabajar por el vicio de querer cobrar o que incluso pueda protestar si lo puteas con horarios de esclavo.
Las máquinas no protestan, y es una pena. Seguiré haciendo cola.