Beatriz Suárez-Vence Castro
La sencillez de un mito
El cuatro de Abril se cumplieron 100 años del nacimiento del actor Gregory Peck. La manera en que Peck humaniza sus personajes es imposible de olvidar. Para mí siempre será Atticus Finch, el abogado sureño, defensor de los Derechos Humanos, ejemplo intachable para sus dos hijos, huérfanos de madre. Pero antes que Atticus fue el Doctor Anthony Edwards, brillante director de un hospital psiquiátrico, enfermo él mismo de amnesia provocada por un trágico suceso ocurrido en su infancia. En esta película, Spellbound (Recuerda, en español), dirigida por Alfred Hichtcock y coprotagonizada por Ingrid Bergman, empecé a admirar su manera de actuar, sin los excesos interpretativos de otras estrellas.
Sus registros y su versatilidad a la hora de crear un personaje pueden ponerse en duda, quizá porque Peck no dejaba de ser él mismo, más allá del personaje. A mí, como espectadora ,esta circunstancia no me hace valorarlo menos, porque la mirada de Peck es lo que llena su creación de matices. Su profundidad compensa con creces, cualquier posible carencia interpretativa. Es difícil elegir una sola mirada pero la suya está, desde luego, entre las más expresivas de la Historia del Cine. Y su presencia, esa manera de llenar la pantalla como solo los mejores pueden hacer.
Sin poseer la belleza deslumbrante de otros actores como Paul Newman, o la elegancia dandy de Cary Grant, su atractivo reside en su distinción. Peck es la naturalidad y la sobriedad; dota a su personaje de una sinceridad que permite descubrir al hombre en el fondo del actor, sin que por ello su talento resulte menor. Permite que nos asomemos a través de la pantalla, a su auténtica manera de ser. Desprende humanidad.
Moby Dick o Duelo al sol (especialmente en su escena final con Jennifer Jones), son otros de los títulos en los que aparece el Peck más puro, aunque, en el papel de vaquero enamorado de la misma mujer que su hermano, el director King Vidor le aparta un poco del patrón de hombre correcto y bondadoso que suele ser común a todos los personajes que encarna. Probablemente porque él también debió ser un hombre bueno. Todos, hombres y mujeres, nos lo llevaríamos a casa después de verle actuar, porque si pensamos en el tipo de persona que quisiéramos tener cerca, sobre todo en aquellos momentos en que necesitamos desesperadamente que alguien nos reafirme en la confianza de que el ser humano merece la pena, todos tenemos la misma imagen: Atticus Finch o, dicho de otro modo, Gregory Peck. Cien años después de su nacimiento sigue siendo inimitable e inmenso.