Bernardo Sartier
Cara de ladilla
Tenía dos asuntos sobre los que escribir. Uno era la renovación generacional en la nueva política, que como todos sabemos encarna el púber Beiras, que viene de consultar a un dermatólogo por el tema de su acné, y el otro, las declaraciones de Sinaí, que, citado a declarar, dijo que todo obedecía a una conspiración político-judicial contra él porque Caballero teme que le arrebate la alcaldía de Vigo. Te equivocas, Sinaí. El que realmente está acojonado, porque teme que le birles la presidencia es Mariano, que ya te veo en Europa replicando a Merkel.
Decía que eran los temas pero murió Lampreave y toca el recuerdo necrocinéfilo (le regalo el "palabro" a la Real).
A Chus, contrariamente a lo que habitualmente se cree, no la descubrió Almodóvar. Pedro se aprovechó de Chus y Chus de Pedro. A Chus ya la había puesto de largo Marco Ferreri en "El pisito", aquel esperpento genial de Azcona en el que dos realquilados conversan en el pasillo (uno come, el otro mira): "siempre comiendo ¿es qué no hay cosas más importantes que hacer?", y el "papador" que responde sin inmutarse "no". Pues así, porque aquella era una España con frío, con hambre y sin televisor y sin radio. El propio Azcona decía que en "El pisito" se limitaron a otear la calle y sus gentes, y luego a caricaturizarlo todo.
En "El pisito" Chus era la secretaria del jefe, aquel empresario cabrón y aprovechado que sangraba a sus subordinados y los comisionaba, para alguna gestión, en una especie de isocarro en el que malamente cabían dos y en cuyo capó, en vez del cuerpo metálico, plateado y molón de una pantera, como en el "Jaguar", lo que lucía era la cabeza de un gallo con una cresta descomunal y una leyenda propagandística enorme, "Avecrem".
La historia del cine está llena de duelos interpretativos, Vivien Leigh y Kim Humter, Bette Davis contra Anne Baxter; desengáñense, ninguno como el protagonizado por Rosy de Palma y Chus Lampreave en "La flor de mi secreto", Rosy con aquella su escafandra de permanente por peinado -y su perfil etrusco- y Chus con su toquilla de abuela manchega y sus gafas de sol, en pleno salón: "Cállese ya, madre; cállate tú, cara de ladilla".
El cine es la tragedia pintada en la cara de Irene Papas o de Anna Magnani, o la belleza irrefutable de Marilyn Monroe y Ava Gardner; pero también una posta intermedia, una tercera vía, una zona de sombra llena de dotes actorales modestas aderezada con una fealdad maruja y tolerable, una fealdad latina y secundaria, relegada y como de suburbio que encarnaba Chus. Aparentemente poco bagaje para que, sin embargo, no podamos reputarla como una de las imprescindibles de nuestro cine.
Porque las pelis en las que actuó no se conciben sin su rostro de mandíbula ansiosa y retroactiva diciendo, con absoluta parsimonia, "no me grites que me sube el azúcar", o "hija mía qué pena, con lo que me costó sacarte adelante, tan joven y ya estás como una vaca sin cencerro". Lápidas expresivas en el imaginario de los cinéfilos patrios, que sabemos que el cine español pare al año una o dos obras maestras por más que nuestro "termitismo" (de termita, te la regalo, Darío) nos impida reconocernos geniales, e incluso nos mueva a calcetarle a las pelis el peyorativo "españolada".
Chus Lampreave quería ser pintora y se matriculo en San Fernando. Pero se cruzó Ferreri. Decía que si la llamaban para el cine bien, y, si no, bien también. No se puede esperar, al mismo tiempo, tanto y tan poco de una profesión. Ni con mejor talante. Ahora que Chus ya no está el cine no será lo mismo sin su jeta de comadre mesetaria discutiendo con la Rosy Von Dona, que hacía de su hija, en su casa de Parla: "no sale de casa" (la hija), "y para qué voy a salir ¿para qué me mate un skinhead?" (la madre), "claro, como siempre les llamas jipis y guarros" (la hija); o explicando su rechazo a las intervenciones quirúrgicas, "porque las operaciones son como un melón, que hasta que no se abre no se sabe cómo está por dentro"; o enfadada diciendo a su hija, sentada con las piernas muy cerca de la mesita del salón y dificultándole el paso "aparta "pallá", o quieres que salte con pértiga".
En fin, retazos nuestros, mementos interpretativos que nos trasladan a una época de la mano de una secundaria enorme, que bien podría pasar por nuestra particular Anne Moorehead, una vis cómica tan natural como espontánea ("me aburrís, paso de vosotras"). Tan natural y tan espontánea, tanto, como lo que le suelta a sus hijas, a modo de despedida, en "La flor de mi secreto": "Voy a ponerme el supositorio de glicerina, que si no, no cago".