Bernardo Sartier
El Rocío
A principios de los noventa fui con una chica a Doñana. Insistió en ir al Rocío y me dejé querer. La verdad es que tenía tanto interés en el Rocío como en tirarme a Eduardo Inda. Ella era creyente. Yo no pero empezó a picarme la curiosidad. Quería comprobar si aquello era una romería empeñada en un viático polvoriento y atávico, en un vía crucis de carro de vacas y quincalla. Una empanada cíngara y señoritinga.
A ella, cuando iba a entrar en la ermita un tío de sotana marrón le dijo "señorita, ahí tiene eso para ponerse". Eso era una maxifalda. Que tenían que ponerse por narices las mujeres si querían entrar. Curiosa esa aversión de la religión a la carne, esa consideración pecaminosa de las tibias y las rodillas. Esa catalogación del cuerpo como objeto de perdición. Se la puso y entró. Yo no. Exigí mi derecho a no entrar. De nuevo la religión troglodita deslizándose hacia el machismo y convirtiendo en subordinada a la mujer. Esa que todavía debate si pueden oficiar las féminas. Esa que solo cree en ellas como ordenanzas sumisas y diligentes.
El Rocío, qué quieren que les diga, me sigue oliendo a bosta taurina y dominguera, a boñiga de chotuno diarreico y a orines de vaquero ebrio, de vaquero submarinista en una cuba de fino que, recién salido de ella y tambaleante, se pone a mearle al viento, que era lo que hacía Julián Muñoz amparado por un carro en los buenos tiempos rocieros, cuando jugaba a seducir a la novia de España mientras ella cantaba que se le enamoraba el alma.
Aquella incontinencia urinaria del marinero de luces de secano, aquella micción incontenible y campestre de Cachuli delataba al preso diabético en que más tarde se convertiría, porque la triada probatoria de la diabetes es mucha hambre, mucho pis y mucha sed. De todo tenía Muñoz, pipí y pupú. E fame.
El Rocío tiene la misma vigencia hoy que una casete de Camela comprada en una gasolinera relicta y polvorienta de la Mancha, la misma que una sevillana de una María del Monte flatulenta después de comerse un bocadillo de mortadela caducada (salta la rana). María del Monte tiene un sobrino que también iba al Rocío, Antonio Tejado. Tejado es un prohombre del colorín revistero donde figura, por derecho propio, en lugar prominente. Él y su pilila. El mérito de la pilila de Tejado es semejarse, en su volumetría, al termo de un explorador del África negra. La España del "Deluxe" lleva tiempo nombrando honoris causa a algunos porque no encuentra agrimensor colegiado que les mida la cosita.
El "Deluxe", "Las islas" y "Los Grandes Hermanos" son lo que mayormente interesa en esta España lerda e intelectualmente subdesarrollada que se olvida de los neumáticos -y del fuego en el que arden- mientras los políticos se soplan el humo negro del reproche unos a otros.
Al Rocío le falta la troupe de la cabra que se sube a la escalera al son de una trompeta, y mientras cabra, trompetista y pedigüeño gorrista -y gorrón- no hagan bussines en el Rocío, el Rocío seguirá siendo una cosilla fallida y tremebunda. Al Rocío llegaron un día los dientes de Isabel Pantoja (dientes, dientes, que eso es lo que les jode); gustaron tan poco aquellos incisivos, hipocritones y adelantados, que la blanca paloma les echó un malaje y terminaron en la trena. Los dientes y ella.
En Heysel, Bruselas, en una final de la Copa de Europa la patearon aplastados ciento y la madre. A ver si va a pasar lo mismo en el Rocío, porque los que suben a la verja oubeando como monos epilépticos, un día la vencen y se escarallan. Y entonces el Ministerio de Sanidad va a aconsejar el Rocío con prudencia, como evento de alto riesgo, a publicitarlo como las cajetillas de tabaco, o sea "el Rocío mata", "saltar la verja puede romper crismas" o "la blanca paloma mina su salud lentamente" (algún forofo aun dirá "no importa, no tenemos prisa").
Este año llovió en el Rocío y los carros, enfangados, avanzaron a duras penas por la lama como los tanques de Hitler en el frente de Stalingrado. Se jodió el invento y el picnic, o sea la comida campestre, la exaltación del tupper de tortilla, la fiambrera de filetes empanados y su liturgia. La romería indigesta, hortera y aerofágica. A tomar por saco. Me desagrada ese paganismo grasiento y decadente. Es más. Yo les retiraría la taza del caldo, como la señora del anuncio de la telegaita: "mentras non arranxedes o do recibo da luz, ¡non-hay-mais!".
Y es que debería llover eternamente en Almonte, incluso café, para evitarnos el espectáculo de la lucha concurrida y fratricida por coger la peana de la virgen. Y el circo que montan esos sultans of swing balanceando a la santa y despreciando su sentido del equilibrio. Claro que ella a lo suyo. Inerte, con esa palidez asténica y esos ojos pequeños, de mirada temerosa, esos ojiños que parecen decir "un día vais a tirar conmigo, cabritos".