Juan de Sola
Cosas de abuelos
Las pequeñas corrían una y otra vez por aquel establecimiento de cálidos cafés y sabrosa repostería. Las frías y lluviosas tardes de invierno, en Pontevedra, suelen contar con numerosos fieles que dedican su tiempo a la tertulia o lectura de un periódico manoseado, transcurridas varias horas desde su impresión. Incluso, algunos emplean una extrema concentración a cada página, a cada línea escrita; como si intentasen retrasar su anunciada muerte con el paso del día.
Las niñas continúan con el jugueteo. Escapan una y otra vez al radio establecido en la mesa en la que se encuentran sentados sus padres. Golpean con dulzura descontrolada los cristales de los mostradores donde los pasteles descansan y presumen de su reciente horneo. Donde el sentido de la vista se declara incapaz de eludir las diferentes tonalidades y sabores que acaban por provocar una imaginaria y tentadora distracción gastronómica en la mente.
Al fondo, próxima a una puerta de salida acristalada, una pareja de ancianos no hace cosas muy distintas a las del resto. Ella mira continuamente, por encima de la montura de las gafas, el trasteo de las dos retoñas. Se intuye alguna sonrisa en una cara que surfea entre las arrugas de la experiencia. Vuelve a centrar la mirada en un televisor mudo hasta que una de las pequeñas grita con tanta vitalidad que logra contagiar a todos los allí presentes.
La madre pide orden a las dos. Obedecen y se tiran, de golpe, sobre sus piernas. Es imposible negarse a sonreír y sentir una sensación intensa que mezcla la inocencia con la alegría. Aquella mujer vuelve a fijar su atención en los balanceos de los bebés que muerden con deseo una golosina que acaban de recibir.
Por fin, despierta y sale a relucir la abuela que viaja en su interior Se anima y pregunta por la edad y el nombre de cada una de las niñas. Padre y madre improvisan una respuesta coral. Y, poco a poco, emergen los nostálgicos sentimientos de no tener a los nietos cerca de casa: "No tengo la misma suerte que vosotros. Están muy lejos".
Sin poder evitarlo, se escapan unas cuantas lágrimas. Saltan al exterior de unos ojos que no disimulan haberlo visto casi de todo en la vida, aunque todavía se declaran aptos para seguir emocionándose como una adolescente. Mientras solloza, asegura que hubiese anhelado cuidar y malcriar a un nieto de la misma edad que se encuentra en Andorra. "Mi hijo es médico y allí tiene trabajo".
Esta cotidiana escena incide en dos ideas: Hoy en día los abuelos se han convertido en una parte fundamental de la sociedad por su impagable contribución a la conciliación familiar y laboral. Todo un servicio social no reconocido por las administraciones al que a muchas personas no parece inquietar, en exceso, con tal de poder ocupar el último tramo de sus vidas en "cosas de abuelos"