Beatriz Suárez-Vence Castro
Acuerdos, pactos y pipas
Tras los resultados de las últimas elecciones el panorama no es muy halagüeño. Como se preveía, hará falta un pacto y, si los candidatos no superen la tendencia a pedir que ceda el otro siempre, mal vamos
Los políticos, al fin y al cabo, no tienen costumbres tan distintas al resto de los españoles en materia de pactos. Llegar a cualquier clase de acuerdo nos cuesta la vida. Va en nuestro carácter la pretensión de que ceda el otro siempre, sea el vecino, la pareja o el compañero de trabajo.
Ayer me contaba la dueña de Pipas, un Golden Retriever precioso, que se había liado una buena en el parque de Amalia Álvarez, lugar que todo el mundo conoce como "el cuadrado", situado en la calle Filgueira Valverde, una de las transversales a la calle Joaquín Costa.
Pipas y su dueña acaban de llegar cuando un niño le dio una patada a un balón. Pipas salió corriendo detrás del balón y lo cogió con la boca. La dueña del perro le preguntó al niño el balón se había estropeado y el niño le dijo que se lo había roto "un poquito". La chica se disculpó por lo que había hecho Pipas y le dio al niño 5 euros por el desperfecto. Al rato, llegó el padre de la criatura, hecho un basilisco, y le dijo a la dueña de Pipas que el balón había costado diez euros, que tenía que controlar a su perro y que iba a llamar a la Policía por lo que había pasado. La chica le dijo que lo sentía muchísimo, que le daba el dinero que faltaba y que Pipas habitualmente es muy tranquilo pero que lo acababa de soltar en aquel momento y se había encontrado con el balón delante.
Al señor no le convenció la explicación y siguió erre que erre con dar aviso a la Policía porque, decía, no hay derecho a que los perros estén sueltos por los parque; suponen un peligro público y hacen cosas tan espantosas como querer jugar con las pelotas de los niños y mucho peores. Finalmente no hizo falta avisar a ningún agente, cosa que habrá agradecido muchísimo porque seguramente tendría cosas más importantes de las que ocuparse.
Después del incidente de Pipas, sucedió otro, con un compañero suyo. El perrito se acercó a unos niños que estaban jugando y uno de ellos que. o bien le tenía miedo, o bien quería sacarlo del medio lo antes posible, no se le ocurrió otra cosa que darle una patada. Este amigo de Pipas es pequeño de tamaño y jovencito, pero muy fuerte y valiente; hace honor a su nombre: Toxo. Se recuperó bien de la patada y no tomó ningún tipo de represalia con los dientes, porque los perros, al contrario de lo que la mayoría de la gente piensa, no van atacando a los niños para divertirse, incluso aunque sean los niños los que los ataquen a ellos, cosa que suele suceder con bastante más frecuencia.
Episodios como estos se solucionarían, a mi modesto entender, con dos cosas: educación y organización del espacio. Tanto los perros como los niños necesitan jugar para desarrollarse correctamente y a los dos les suelen gustar los mismos juguetes. Si al perro se le enseña a respetar al niño y al niño a hacer lo propio con el perro, asunto solucionado.
En cuanto a los parques, son espacios comunes, esto es: para todos. Si se delimitan por zonas y éstas se respetan, se termina el problema. La cuestión es que el reparto sea equitativo y si los niños tienen un espacio habilitado para sus juegos, el de los perros sea al menos suficiente para que puedan correr.
Realmente las auténticas víctimas a las que no se menciona nunca son los ancianos que, al estar sentados en el parque o paseando despacio, terminan siendo víctimas de los balonazos de los niños y los saltos de los perros. La cuestión es que mientras no se organice el espacio con lugares adecuados para unos y otros, y todos pongamos de nuestra parte, los momentos de relax en los parques seguirán siendo un puro estrés.
A lo que quiero llegar contando el episodio de Pipas y su amigo Toxo es que, si no somos capaces de llegar a un acuerdo civilizado en una cuestión, al fin y al cabo tan prosaica, como es poder disfrutar de las zonas verdes, ¿Cómo vamos a pretender hacerlo en cuestiones más importantes?
Cierto es que a nuestros representantes públicos debe exigírsele más, porque tienen la responsabilidad de llevar adelante el país, pero tenemos que ser conscientes también de que para exigírselo a ellos también nosotros debemos cuidar de lo Público y ceder en las cuestiones diarias, que al fin y al cabo tienen su importancia y atañen a lo que ellos gestionan.
No se tiene nunca la razón en todo y no podemos interesarnos solo por la parte de realidad que nos toca, porque hay que compartirla con los demás. La convivencia, como la política, es eso: defender tu propia idea, respetando la del otro y, si dos posturas son antagónicas, ser lo suficientemente cívico como para llegar a un acuerdo que, cediendo cada uno un poco de lo suyo, resulte beneficioso para todas las partes implicadas.