José Benito García Iglesias
Aquellas fiestas de la Peregrina. Juegos Florales de 1888
Si bien hay autores que nos retrotraen a la Roma Clásica para afirmar que fue en esa época cuando se instituyeron los Juegos Florales, juegos que se celebraban en honor a la Diosa Flora, hay otros muchos que fijan la fecha de 1324 y sitúan en Tolosa de Languedoc (Toulouse, Francia), la celebración de los primeros Juegos Florales, al constar en el registro de estos juegos, escrito en lengua provenzal, como, en un jardín del arrabal de San Esteban, siete distinguidos hombres de esta ciudad, apasionados por las bellas letras, resolvieron congregar, por medio de un escrito, a todos los trovadores y poetas de las cercanías con el fin de que compareciesen en Toulouse, el día primero de mayo, asegurándoles un premio en oro al que recitara los versos que considerasen ser los mejores, y así se mantuvo este certamen que se celebró hasta 1484.
Un repunte de nuestro esplendor ya olvidado, volvimos a tenerlo a finales del siglo XIX, cuando la vida política y cultural de Pontevedra se convertirá en lo más notable de toda Galicia. El traslado de parte de la vida política de Madrid a nuestra ciudad en los meses de verano, etapa que duraba desde junio a septiembre, al igual que la presencia de personalidades del mundo de las letras, será el causante.
A partir de 1888, la vida social pontevedresa iba a tomar nuevos rumbos con la llegada del insigne matemático y dramaturgo D. José Echegaray, invitado por Eduardo Vincenti para presidir unos Juegos Florales en nuestra ciudad. Echegaray, a quien el primer marqués de Riestra ofreció generosamente una parcela de terreno en las cercanías de Marín, edificó un "chalet" que convirtió en su residencia veraniega. Solía decir Echegaray: "Paso cuatro meses al año en Pontevedra y los ocho restantes pensando en volver a ella. Cuando estoy acatarrado en Madrid no creo que sea catarro, sino morriña de Galicia que tanto me cautiva".
Si bien en el año 1905 se le concedió, a D. José Echegaray, el Premio Nobel de Literatura, compartido con el poeta provenzal F. Mistral, convirtiéndose así en el primer español en conseguir esta distinción, en lo que realmente destacaba era en matemáticas, pues se le consideraba el mejor matemático español del siglo XIX.
En las fiestas de la Peregrina de aquel año, llenas de brillantes recepciones, no faltaron personajes tan ilustres como Montero Ríos, ministro y jefe de Gobierno, Eduardo Vincenti, diputado durante varios años y alcalde de Madrid en dos ocasiones, y el marqués de Riestra, gran propietario y personaje influyente en toda la comarca pontevedresa. Según nos dejó escrito D. Prudencio Landín de estas fiestas cuya organización corrió a cargo de D. Torcuato Ulloa:
"Celebráronse en 1888 grandes fiestas de la Peregrina. Juegos Florales, mantenidos por el glorioso Echegaray. Certamen musical, presidido por el insigne Carlos Sobrino. Exposición de artes y oficios patrocinada por el infatigable Vincenti. Exposición de pájaros, Flores y Plantas, concurso de ganados, campeonatos de natación, verbenas marítimas con asistencia de músicos y orfeones, retretas y cabalgatas, misas de campaña en honor a Echegaray, donde actuaron Vincenti, Esperón, Álvarez Giménez, Jesús Muruais, Rogelio Lois, Albino Simán, Renato Ulloa, Valcarce Ocampo, Peña y Nicolás Taboada, magníficas cohetadas y espectáculos fantásticos en las aguas del Lérez, escenario obligado de innumerables divertimentos nocturnos y diurnos".
Era Pontevedra brillante centro de la vida política y cultural, una época de su historia rica, como pocas, en inquietudes culturales, en iniciativas editoras y polo de atracción para políticos y artistas, con gran actividad periodística y con tertulias que se reunían alrededor de las figuras de más relieve: Echegaray, Manuel del Palacio, Casto Sampedro, Concepción Arenal y Jesús Muruais.
En el momento en que viene Echegaray a Pontevedra empieza el período más animado y más lúcido para la ciudad del Lérez, coincidiendo con el regreso, para quedarse definitivamente, de Jesús Muruais. El ambiente de esa Pontevedra de las últimas décadas del siglo XIX, hizo resurgir un esplendor en la ciudad como no se había tenido desde la Edad Media, si bien no lo fue en el aspecto económico, como en aquella época, sí que lo fue en todo el ámbito cultural.