Bernardo Sartier
Kim África cambiado de sexo
Con las Campos coincidí yo en Román hace años una noche de toros.
De toros, no de cuernos.
Cenaban con Fran Rivera en la mesa de al lado. Se lo juro: Una conversación breve entre los difuntos de Neno y Ricardito resultaría más enjundiosa que las chorradas escleróticas que escuché al trío.
De aquella, Fran era un torero mediocre y uno de los hijos guapos de Carmina. Carmina falleció pero todo siguió igual. Terelu cabía en la faja. Ahora, las Campos semejan mobiliario urbano televisivo y cascado.
El otro día una cadena nos culturizó con un reality en el que las Campos, Mari Te y Terelu Borrego nos abrieron su vida cotidiana. Aclaro que lo de Borrego se ha encargado Terelu de eliminarlo, como el asesino eficiente sus huellas, por el más bucólico y pastoril Campos. Abrirse paso entre la bosta catódica con el apellido Borrego es como demandar un manual de filosofía existencial escrito por Arnaldo Otegui.
Las Campos abrieron las puertas de sus casas y comprobamos que las famosas televisivas que hicieron pasta en la cosa padecen el síndrome de la casa descomunal. Tan grande como equiparable a su fealdad. Porque feas son de cojones, sus casas. Háganse idea: museo de pueblo al que se incorporan objetos de emigrante indiano hortera operado del cerebelo infructuosamente. Supongo que las revistas del corazón no pagan exclusivas en apartamentos cutres.
También comprobamos que la Campos senior tiene servicio doméstico y lo uniforma. El servicio le llama "señora". Parecido a cuando en la égida de Paca la Culona la élite social tildaba a las del servicio doméstico de fámulas, chachas y marmotas. ¿Hemos evolucionado mucho? O será que han evolucionado poco son las Campos.
Escribí en Pontevedra Viva un artículo, "La mona de Gibraltar". Decía "España no puede ir bien cuando al servicio doméstico todavía se le uniforma como cuando el General Prim". A ver. A lo mejor resulta que uniformar a quienes se emplean en el hogar no es un atavismo, ni una jerarquización retrógrada; mucho menos una segregación estética con toneladas de clasismo: cofia ridícula, mandil cursi. Yo mando y retribuyo. Usted obedece. Lo curioso es que la cadena que paga por esa (dispensen) lata de caca escora a lo progre en sus informativos.
En uno de los momentos del programa Mari Te recibe a unas amigas. No tengo nada contra los talleres de recauchutados. Una de ellas mantiene -dogmáticamente- que el cáncer se produce como consecuencia de una "somatización". Como soy hipocondriaco iba a apagar al oír esa evidencia científica, feliz con la cura del cáncer: nada de quimio, basta no somatizar. Pero me dije que si la historia iba de rebuznos no quería perderme el concurso. Dicho y hecho. Empezaron a tirarle coces a la ciencia y aprendimos a hacer gazpacho y ajoblanco. Mari Te no necesita el de brikc del Mercadona. Tiene chica sudaca que le maja el pan. Y ella vinagre para añadirle. Por supuesto, en esta fábula de riqueza sobrevenida, alardeada y retransmitida, el gusto dudoso motorizaba el docupupú.
Pero ya dije, la cosa prometía y apareció Bigote Arrocet. Mari Te le llama Edmundo o Humberto, que es más o menos lo mismo. Esto puedo entenderlo. Decir a tu pareja "¿me quieres, Bigote?" o "fóllame, Arrocet", como que no. Y entonces Doña Mairruchi, quiero decir Humberto o Edmundo que comienza a hacer el papel de compañero perfecto, de yerno ideal y plurideseado aunque pelín pasado de velas en la tarta. No me interpreten mal. Edmundo -o Humberto- me parece un tipo estupendo. Es más, no tengo nada contra los caniches sentados en las piernas de una señora mayor que los acaricia. Y Humberto -o Edmundo- venga a cubrirlo todo de miel de brezo. No sé por qué Bigote -perdón, Humberto o Edmundo- me recordó a Alfonso Díez, el compañero postrero de la ducal Cayetana al que muchos comparaban con un Geyperman por su manera de andar. Dicen que le quedaron tres millones de euros, uno por año, por los tres en que hizo feliz a la de Alba al alba. Me ofrezco: "Columnista de provincias, amateur y fracasado, acompañaría a anciana rica. Se ofrece ganchete. Chistoso y tal. Bien dotado (intelectualmente)".
En otra entrega de "Las Campos", Mari Te enseña cincuenta pares de zapatos carísimos a sus amigas mientras Terelu compra bragas de mercadillo. No, Sinaí no estaba. En fin. Qué tiempo tan feliz. El de la tele blanquinegra. Antes los coros y danzas de Franco que las Campos mostrándonos la escobilla de su váter. Y luego ese acento ortopédico de malagueñas de toda la vida cuando llevan toda la vida lejos de Málaga. Glamur, o sea.
Un día me dijo un amigo que Terelu le recordaba a Kim África intervenido de cambio de sexo. Lo reconvine cariñosa pero severamente: para nada. Terelu es mona. Muy mona.