Beatriz Suárez-Vence Castro
Prejuicios
Recuerdo que en mi primer año en Santiago, tenía una compañera de residencia que me intrigaba muchísimo. Todas las mañanas se sentaba a desayunar con cara de no haber pegado ojo. Tenía el pelo rizo y no parecía que por él hubiese pasado peine alguno. La ropa no mejoraba el cuadro. Apenas hablaba con las demás y yo, en mi absoluto convencimiento de jovencita ignorante, llegué a la conclusión de que se drogaba: "Esta se mete algo por las noches, fijo", pensé, y seguí con mis cosas.
Era novata en la residencia así que tenía muchas cosas de las que preocuparme, todas ellas importantísimas como qué apodo me iban a poner las del último curso que andaban muy afanadas con esa clásica actividad de veteranas abusonas. El mío no se les ocurría. Me miraban, me miraban y nada. Casi todas las de mi promoción tenían ya uno, que había sido inspirado por su nariz, su pelo, u otra parte destacable de su anatomía de la cual la novata en cuestión no se sentía especialmente orgullosa. Pero a mí no me veían nada suficientemente característico, lo cual me causaba una duda tremenda: no sabía si aquello era motivo de alivio o de preocupación. Tan atareada estaba yo dándole vueltas a esto, mirándome en el espejo más veces de las que acostumbraba, ocupada también de llevar mis apuntes al día y de poder sentarme en el Aula Magna, como si fuese el metro en hora punta ,que no le presté más atención a mi extraña compañera.
Un día, cuando todas estábamos levantándonos del comedor, la vi, como siempre sentada sola, pero esta vez además estaba llorando. Aunque ya había decidido por mí misma que era drogadicta perdida y que no me convenía su compañía, siempre he sido condenadamente curiosa y además no me gusta ver llorar a nadie mayor de diez años, así que me acerqué a ella No le pregunté si estaba bien, que es lo que te suelen preguntar en esos casos aunque sea evidente que no lo estás. Le pregunté por qué lloraba. Pensé que me iba a mandar a tomar viento por no le haberle hecho ni caso durante todo el primer trimestre pero, en lugar de ello, esbozó una sonrisa tristísima y me dijo que era de A Coruña y que lo estaba pasando fatal porque echaba muchísimo de menos a sus padres. No tenía ganas de comer ni de dormir aunque se esforzaba por continuar su ritmo normal de vida.
Me sentí como la niñata boba y llena de prejuicios que era, hasta ese momento, porque aquella compañera, de la que por desgracia no recuerdo el nombre, me dio una soberbia lección. Una lección más importante que cualquiera que aquellos catedráticos pesadísimos se empeñaban en meter en mi cabeza a través de peroratas soporíferas: los prejuicios son uno de los primeros lastres de los que tienes que deshacerte en tu vida.
Volvía la anécdota de mis días universitarios a mi cabeza esta semana leyendo unas declaraciones de Carlota Casiraghi Grimaldi, princesa de Mónaco, en la que habla de cómo todos estamos llenos de prejuicios. Ella es guapa, rica, y archifamosa, con el agravante de ser rubia, y aunque le gusta ir de fiesta y todo el mundo tiene una imagen de chica frívola, es la organizadora de la primera edición de los Encuentros Filosóficos de Mónaco.
Carlota se aficionó a la Filosofía leyendo El Banquete, de Platón y Pensamientos de Blaise Pascal. Llegó a ella a través de la poesía que comenzó a leer con diez u once años, buscando refugio tras la muerte de su padre. Las Flores del mal, de Baudelaire fue su lectura preferida durante aquella época en la que se sentía tan sola y tan triste. Ávida lectora, tras acabar el instituto decidió matricularse en Filosofía en la Sorbona de París, para profundizar en el estudio esta materia que, junto a la Hípica en la que destaca como amazona, es una de sus grandes pasiones.
La gente no se lo acaba de creer hasta que acuden a algún seminario y la descubren hablando de Sócrates o Platón o leen alguno de sus artículos publicados en revistas y diarios.
Porque la gente llena de ideas preconcebidas de la cual yo formaba parte antes de conocer a la compañera coruñesa, solo concibe un mundo en el que los demás están etiquetados según su correspondiente patrón: Si eres guapa, eres tonta. Si eres feo seguro que eres simpatiquísimo y si estás gordito tienes buen carácter. Si te va bien en la vida, no eres honesto y defraudas a Hacienda. Y si eres pobre, a fuerza has de ser honrado. Si vives en la calle, eres alcohólico y sin estudios y si eres licenciado universitario tienes una conversación interesantísima. Si estás soltera o bien eres una fulana u odias a los hombres y vives rodeada de gatos y si estás casada y con hijos vives estresadísima pero feliz por haberte realizado en la vida ¿A que si vuelven a leer la lista se les ocurre más de algún conocido que rompe el cliché? Pues eso.
Hilaba yo también lo de la chica Grimaldi y su rechazo a los prejuicios, con la manía que les ha entrado a los de Marea Pontevedra con cambiar el nombre de la calle Javier Puig-Lamas. Como el mencionado señor era de familia bien, esto es "estudiada y pudiente" que dicen por aquí, y encima católico, pues se les ha metido en la cabeza que colaboró con Franco.
Yo creo que lo que ha acabado por liarla parda es que este señor tiene un apellido compuesto y con guion y eso, créanme, hoy en día está muy mal visto. No me pregunten por qué pero mosquea: la gente arruga la nariz cuando lo ve porque les huele a derecha rancia y te miran como si tuvieras el virus del Zika. Sé que puede sonar exagerado pero si Puig-Lamas estuviese en las mismas condiciones y no tuviese apellido compuesto no se habría disparado la alarma. Sobre todo por el guion del medio: el guion les puso sobre la pista y ahora estamos como estamos, a vueltas con el tema.
No sé yo si el apellido Paz Andrade lleva guion en el medio, pero como sea así les digo yo que después de haberse quedado tanto tiempo con un niño debajo del brazo, lo sacan del grupo escultórico, también por colaborador franquista, si no, al tiempo.
Curioso es, además, que el grupo escultórico del que forma parte el escritor sea conocido como el de "los músicos". No prometía nada bueno la denominación popular, porque músico como tal solo hay uno: Manuel Quiroga; pero como lo que más llama la atención es el violín pues les llamamos los músicos para abreviar y ya nos entendemos. Paz Andrade, en esto, ha sido un incomprendido.
No se sorprendan, que la gente es así. Yo tengo una amiga que, en una fiesta, no quiso ligar con un chico estupendo porque llevaba bermudas rojas de pinzas, como los borbones. Y mi amiga es una chica lista pero le pasa lo que nos pasa a todos que como dice Carlota de Mónaco, no vemos más allá de lo que nos permiten los prejuicios.