El mal también bebe cerveza (28)

18 de octubre 2016
Actualizada: 18 de junio 2024

Tenía la cabeza aturdida, una sensación soñolienta que poco a poco (recorriendo con la mirada el blanco agresivo de la habitación) parecía disiparse. A medida que el dolor en uno de sus costados y la opresión en el pecho iban tomando terreno en su cuerpo, percibía el trasiego de dos enfermeras, una colocándole la vía intravenosa mientras la otra colocaba una serie de pastillas en una bandeja de cartón dividida en pequeños compartimentos. Cuando una de ellas le habló, preguntándole que si todo estaba bien, sonriéndole abiertamente, K. escuchó su propia voz en un monosílabo y, segundos más tarde, formular la pregunta que le recorría por la sesera desde que recobró la consciencia.

- Entonces, ¿al final no soy un fiambre?

La enfermera que le trabajaba el brazo negó burlonamente con la cabeza para terminar diciendo: "Vivito y coleando, Juan".

Se le demudó la cara cuando, al rato, con las enfermeras fuera de escena, llenaron el cuarto Ana, sus hijos, Baldomero y Nicanor. Si hubiera podido salir corriendo lo hubiera hecho, pero ante la imposibilidad buscó el rostro de Baldomero y le dijo con irritación: "Mi sombrero, alcánzame mi sombrero".

- Pero no seas adefesio, -contestó Baldomero, abriendo los brazos con ademán de fastidio- cómo te vas a colocar el puñetero gorro vestido con pijama. ¡Habrase visto!

K. insistió, tratando de incorporarse, lo cual le provocó una punzada de dolor que le hizo desplomarse sobre la cama.

Ana se puso a rebuscar en una bolsa blanca con el membrete del hospital y, al poco, sacó el sombrero hecho un autentico guiñapo. Se le moldeó con habilidad antes de colocárselo al enfermo.

Ana se había cortado el pelo, despejándoselo de la cara y haciendo resaltar sus ojos negros grandes y redondeados. Tal vez había engordado algo, no mucho, lo justo para que sus formas fueran más armoniosas y rotundas dentro de un ajustado pantalón vaquero. K. la miraba sin quererla mirar, bajando los ojos, desviándolos hacia los otros cuatro, pero deteniéndose de nuevo en ella, inevitablemente.

- ¿Qué tal te encuentras, Juan? -le preguntó ella, agachándose para depositar un beso en sus mejillas.- ¿Cómo se te ocurre cruzar General Ricardos a lo loco, pasando de los semáforos?

Baldomero le hacía señas, colocado en la parte trasera del grupo.

Sus hijos le observaban serios, uno de ellos, el pequeño, le apretaba con apego el dedo gordo de su pie bajo la sábana.

Nicanor permanecía callado, intranquilo, consultando su reloj de pulsera cada minuto.

- Buenas tardes, -dijo desde la puerta de la habitación un doctor joven con gafas de montura de pasta- me gustaría poder hablar con un familiar directo del paciente. - El doctor miraba a Ana y el resto también- También les recomendaría que, por favor, no permanecieran tantas personas en la habitación, el paciente necesita calma y reposo.

Cuando Ana y el médico salieron, Nicanor se dirigió inmediatamente a los hijos de K.

- Chicos, me hacéis el favor de dejarnos solos con vuestro padre, sólo será cosa de diez minutos, cosas de negocios.

Los jóvenes obedecieron desenfundando sus móviles del bolsillo trasero de sus pantalones.

- Tengo un notición sobre el caso de la Urquijo -dijo Nicanor, apenas cerraron la puerta del cuarto, desbordado de excitación.

K. se ajustó el sombrero sobre las cejas y le hizo una seña para que se acercara a la cama.

- Desde luego a mí sí que vosotros me vais a matar -añadió Baldomero, arrimando una silla y sentándose junto a los otros- Por cierto, a Ana no le he dicho ni pio del tema.

Atropelladamente, ensañándose con su flequillo, el periodista relató lo que escuchó en el autobús 118 por boca de la pareja de La Cátedra. El nerviosismo, que guardó celosamente para contárselo a K. cara a cara y no importunar a Baldomero antes, en la sala de espera, le llevaba a trabucarse, a olvidarse detalles que después retomaba y saboreaba contemplando la expresión de agrado de K.

- Entonces -dijo K.- son unas fotos pornográficas bien pagadas el cebo para que la chica vaya adónde tenga que ir. Evidente.

K. les contó todo lo ocurrido que desembocó en su atropello.

Baldomero callaba, asintiendo y negando para sí.

- Alguien tiene que vigilar a la chica todos los días desde que salga de La Cátedra hasta la nueve o las diez de la noche. -dijo Nicanor, ahora clavando sus ojos en un ausente Baldomero- Va a ser por la tarde y todos deberemos estar localizables y dispuestos. Por lo menos, Baldomero y yo; usted, señor K., recupérese que ya ha hecho bastante.

- Déjate de señor ni de leches, aquí todos somos una piña. Dime K. y de tú, Nica

Baldomero salió del letargo para dirigirles una ojeada concienzuda, primero a uno, luego al otro.

- Intuyo que el señor periodista y el magullado piensan en un servidor para las labores de vigilancia -dijo con retintín- Claro, no hay gilipollas más a mano que uno. Pues habréis de saber que yo tengo muchas cosas que hacer para que este negocio de mierda vaya maltirando. Mientras vosotros husmeabais, yo: Baldomero Prieto, he estado de acá para allá resolviendo mandangas.

- Iría con usted, por supuesto, el primer día para que supiese quién es la chica en cuestión -dijo Nicanor, en voz baja, evitando ser tajante.

K. le guiñó un ojo a Nicanor antes de añadir:

- La chica se llama Leo. Pero nada, Nica, tendremos que buscar a alguien de total confianza que nos haga ese importante trabajo logístico y no recurrir a alguien tan o-cu-pa-do como nuestro colega Baldomero.

Este masculló algo para sus adentros elevando sus ojos saltones hacia el techo.

- Tengo que irme, que cómo siga sin aparecer por la redacción me ponen de patitas en la calle.

Añadió el periodista para cortar el silencio.

- Ya te lo dije antes; ándate con el bolo colgando y verás por lo que te salen las investigaciones, chaval.

Baldomero y K. se quedaron callados al desaparecer Nicanor. K. escudriñaba el techo del cuarto a la vez que tamborileaba sobre el somier de la cama.

Entraron de nuevo los hijos de K. Se acomodaron sobre los pies del lecho y, el mayor, preguntó a su padre que qué tal le iba todo.

K. se encogió de hombros e hizo un chasquido con los labios.

- Y vosotros qué, cómo marchan los estudios; estaréis terminando.

Los muchachos le contestaron y el mayor de ellos se extendió comentándole sus proyectos de futuro.

- Estupendo, chicos. Por cierto ¿se podrá echar un truja aquí? A ninguno de los tres os importaría, ¿no?.

Los chicos se rieron.

- Me parece que como no te fumes lo que se fumó Clavijo.

Contestó Baldomero, levantándose de la silla.