Beatriz Suárez-Vence Castro
Deus me perdoe
En uno de los espectáculos de Carlos Blanco y Luis Dávila utilizan esa frase tan estupenda que decimos los gallegos después de poner verde a alguien. Especialmente cuando el individuo en cuestión ha pasado a mejor vida. Algo así como: "Fulano foi sempre un fillo de puta, Deus me perdoe". Y, acto seguido, algunos se persignan.
Tiene su sentido ese gesto porque hay cosas que siguen estando muy mal vistas, en una sociedad en la que hay libertad de expresión para insultar pero no para expresar tu desacuerdo educadamente sobre ciertos temas.
Si uno se cuestiona conceptos establecidos como verdades absolutas, se convierte en un paria, por lo cual acaba por no expresarse y se va a su casa con la lengua sangrando de tanto mordérsela. Les pongo un ejemplo: "No hay niño feo". ¿Quién se atreve a poner en duda semejante frase? Si encima es mujer, la acusarán de no tener entrañas. Salvo que sea mujer y no sea madre, porque entonces, la gente da por sentado muchas cosas.
Las madres tienen un lobby. Una especie de poder en el que siempre tienen razón aunque no la tengan. Si usted, tenga la edad que tenga, cree conocer a una persona, no cante victoria: Espere a que sea madre. O padre, en algunos casos.
Aquellas conversaciones tan bonitas en que una puede ser una misma, sufren un serio menoscabo con algunas de sus compañeras del alma cuando éstas son madres. Después de decir algo que en cualquier momento anterior de la relación sería perfectamente acogido te sueltan la temida frase: "Claro, como tú no eres madre..." Nunca un punto suspensivo se ha notado tanto al hablar.
Pasa algo similar cuando, leyendo la entrevista de una mujer a quien siempre has admirado, dice: "Ser madre, indudablemente, me ha hecho mejor persona".
Las dos frasecitas en cuestión son las piedras modernas de la lapidación.
Tú, en un principio, después de pensarlas, te cuestionas todo, hasta tus más profundos valores y piensas que igual eres imbécil o mala persona pero luego tu maltrecho orgullo se rebela y acordándote de los antiguos filósofos dices: "Tranquila, no eres madre, pero existes". Y vuelves a pensar que toda tu vida tiene un sentido y que, quizá, hasta tu opinión valga la pena.
Las reivindicaciones femeninas cuando a una la dejan fuera duelen mucho y no hay manera, por mucho que quieras, de solidarizarse.
Yo no entiendo porque hay mujeres que reivindican la conciliación y luego se pasan la tarde entera en la que no trabajan, por ejemplo, vaciando calabazas de Halloween con los niños, mirando de reojillo el móvil encendido encima de la mesa para leer lo que ponen las otras madres en los grupos de whatsapp sobre sus calabazas respectivas.
Cuando terminan con la calabaza, agotadas, continúan la jornada laboral que han conseguido conciliar, para hacer la tarta de reunión de madres del domingo y coser los disfraces a mano. Y si a ti se te ocurre, como amiga, hacerles algún comentario al respecto te dicen, atacadas de los nervios: "Claro, como tú no tienes responsabilidades…"
Tú te vuelves a sentir fatal, pensando que eres una insensata y una frívola, hasta que te das cuenta que, aunque no tienes hijos, trabajas y llevas cuidando de tus familiares mayores toda la vida sin que nadie te haya hablado nunca de conciliar, aunque contabilices más ingresos hospitalarios que todo el lobby de madres junto y entonces, recuperas la autoestima.
Hay una presentadora de televisión que ha tenido mellizos hace poco y que se ha ganado mi admiración por haber hecho unas declaraciones llenas de sentido común cuando le han preguntado porque no habla más de sus hijos o no hace posados con ellos. Ha dicho que ella ha conseguido ser madre más allá de los cuarenta después de pasar un lento y doloroso proceso, pero que muchas otras mujeres no lo han conseguido y, por lo tanto, le parece una falta de respeto hacia ellas hacer alarde de su maternidad. Eso sí es solidaridad femenina.
Admiro también, en otro orden de cosas, a aquellas mujeres embarazadas que llevan vestidos, o tops de dimensiones adecuadas a las medidas de su nuevo cuerpo, en lugar de esas camisetas marca-barriga que vienen siendo el equivalente femenino de los pantalones marca-paquete en los hombres, Dios me perdone.
Las madres orgullosas olvidan que hay mujeres que quieren pero no pueden tener familia y que sus contundentes afirmaciones sobre el auténtico sentido de la vida, pueden generar mucho dolor.
Otras mujeres, simplemente miran a su alrededor y deciden no ser madres. Son juzgadas por ello como egoístas y frías. Unas terceras, no tienen instinto maternal. Aunque les gustan los niños, no han oído nunca el famoso tic-tac del reloj biológico y se quedan a cuadros cuando les preguntan ordinarieces tales como: "Y, ¿no te da miedo que se te pase el arroz?"
Tampoco comprenden la poesía del parto ni mucho menos que alguien quiera entrar en un quirófano a grabar a su pareja gritando como una posesa en medio de sangre y demás fluidos mientras asoma la cabecita de su hijo por donde asoman todas la primera vez, y mucho menos que luego, ambos de mutuo acuerdo, lo cuelguen en Facebook. Además,si algún amigo no le da al " I like", dejan de hablarle para siempre.
Sin embargo, estas mujeres a la que la sociedad moderna considera irrealizadas, no expresan su opinión, para no molestar, porque a pesar de lo que digan, también tiene su corazoncito.
Hay madres y madres: madres abnegadas, madres maravillosas, inteligentes y valientes, como mi amiga Cristina, que no dejan que sus hormonas ocupen el lugar de su sentido común, a pesar de haber traído seis hijos al mundo, madres celosas, madres pasotas, madres auténticas y madres tóxicas. Pero todas tenían ya estas características antes de convertirse en madres. Quién tenía buen corazón lo sigue teniendo, aunque ahora, lógicamente tenga más espacios ocupados por el amor que siente hacia cada uno de sus hijos. Y quien era una egoísta lo sigue siendo cuando se convierte en madre, porque la maternidad no cambia la personalidad, si acaso acentúa sus rasgos y sus emociones y eso unas veces es bueno y otra no.
Algo muy parecido sucede con algunos padres, como apuntaba más arriba, aunque sus motivos suelen ser diferentes. No hay más que ver como en los partidos de fútbol de categorías base, les gritan a sus niños ahogando la voz del entrenador, convencidos de que presionándoles serán los nuevos Messi o Ronaldo. Si al equipo de su niño el árbitro, con toda la razón, le pita un penalti, lo espera a la salida con otro grupo de padres para meterle una somanta de bofetadas. Y eso que el árbitro en esas categorías suele ser apenas un adolescente, poco mayor que su hijo y por supuesto, también hijo de alguien.
Sensible se nace y uno no desarrolla la sensibilidad en el momento que se hace padre o madre o sargento de la Guardia Civil. Se es sensible o no se es, independientemente de tu condición o profesión. Conozco porteros de discoteca sensibles y poetas bastante desconsiderados con el prójimo.
Las series y películas americanas han contribuido mucho a perpetuar la leyenda de que la sensibilidad está vedada a quien no se convierte en padre o madre. Cuando en la película en cuestión secuestran a un niño, los padres siempre piensan que la policía no está haciendo lo suficiente y cuando ésta intenta explicarles que están equivocados le espetan la pregunta a bocajarro: "¿Usted tiene hijos, agente?".
El agente aludido, sea hombre o mujer, ya puede prepararse como la respuesta sea no, porque inmediatamente pensarán aunque tenga una hoja de servicios impecable y haya salvado más vidas que Supermán, que le importa un bledo que la criatura aparezca viva o muerta. Se pondrán pesadísimos para que lo releven del caso y se lo asignen a otro que aunque tenga problemas de alcoholismo incurable, sea padre de familia numerosa.
No quiero decir con todo esto que ser padre te ablande el cerebro o que ser madre no sea una bendición. El panorama que he pintado no se da, a Dios gracias, en todos los casos pero a mi modo de ver hay muchos más de los que debería.
En una sociedad que presume de laica se han sustituido los antiguos dogmas de fe por afirmaciones igual de absolutas, que tienen a mucha gente repudiada socialmente.
Igual que antes la Iglesia, que tan arcaica les parece a los autores de tales afirmaciones, otorgaba excomuniones a quien no seguía su ortodoxia, ahora, la gente segrega a aquel que, por motivos personales no sigue al rebaño y está a gusto en su lana de oveja negra, por muy difíciles que le pongan las cosas.
El ser humano pide libertad pero cuando ve a alguien realmente libre, quiere encerrarlo.