José Benito García Iglesias
El desastre del 98. Los "últimos de Filipinas". Parte 2ª
A finales del mes de mayo las noticias se agravaron de forma preocupante. Las partidas rebeldes, compuestas en su mayoría por miembros de la sociedad secreta Katipunan, atacan simultáneamente a las tropas españolas y se apoderan de los pueblos alrededor de Baler, los defensores quedan aislados, les han cerrado todas las vías de comunicación con el resto de la isla.
Sabedores de que lo que se les venía encima no era una rebelión fácil de aplacar, los soldados españoles hacen acopio de todos los víveres que se encuentran y de gran cantidad de munición. El 27 de julio de 1898, el capitán Enrique de las Morenas decide atrincherarse con todo el destacamento en la iglesia del pueblo, se defenderán con todo lo que tienen, que no es mucho, decididos a resistir hasta la llegada de refuerzos, si esto se produce, o en el peor de los casos hasta que tras una sangrienta lucha no quedara ni uno solo de ellos con vida.
Comienza el asedio a Baler y lo que en principio iba a ser una resistencia a la espera de refuerzos, más tarde se convirtió en una resistencia heroica. Cientos de tagalos atacan a los españoles por todas partes, pero los cazadores logran repeler todas las ofensivas. Tras agruparse, los tagalos vuelven a la ofensiva y los españoles vuelven a repelerlos, y todo ello sin sufrir ninguna baja.
Los días van pasando y la decisión de los españoles de mantener el puesto no cambia, a pesar de los mensajeros de paz que de tarde en tarde les enviaban los tagalos. Trataron por todos los medios hacerles comprender que nadie vendría a rescatarlos y que se habían quedado solos. Pero para los defensores eso no eran más que argucias para hacer que se rindiesen, sin embargo ninguno de ellos estaba dispuesto a capitular. Los tagalos llegaron a enviar a dos frailes a la iglesia para convencerles de que esa guerra ya la habían perdido, pero el oficial no hizo caso a la sugerencia de abandonar la defensa e invitó a los monjes a quedarse con ellos para dar apoyo espiritual a los soldados, cosa que hicieron.
El 13 de agosto de 1898 los estadounidenses se instalan en la capital Manila, España había capitulado, la guerra había terminado. En un tratado ridículo los EE.UU. se apropiaban de Cuba y Puerto Rico, esta última en pago al impuesto de guerra, y en el Pacífico la isla de Guam ya era de propiedad norteamericana y por las Filipinas tan solo se pagarían 20 millones de dólares. A España no le quedó más remedio que firmar, estaba inmersa en una gravísima crisis económica y moral, además pensaba que podían peligrar otras posesiones en África y en el Mediterráneo. A la cabeza de la delegación española que firmó el Tratado de París se encontraba don Eugenio Montero Ríos.
Las condiciones de salubridad de la iglesia eran deficientes. Tabicadas las ventanas y al no contar con ventilación se respiraba un aire denso y viciado, además, las enfermedades comenzaban a extenderse entre los defensores favorecidas por las malas condiciones higiénicas y la escasez de alimentos en buen estado.
El peligro de aquella zona se llamaba beri-beri, era la enfermedad más temida. Se producía por la carencia de la vitamina B1 (tiamina). En aquellos tiempos no se conocían las vitaminas y se descascarillaba el arroz, en esa cáscara estaba la vitamina B1 tan necesaria. Muchos se ven afectados por esta enfermedad pero también por la disentería.
La enfermería se llena de soldados, entre ellos el mismísimo capitán Enrique de las Morenas, la enfermedad estaba diezmando a la tropa y se llevó por delante al propio capitán, quien fallece el 22 de noviembre de 1898. Todos lloraron su muerte, pues era como un padre para cada militar allí presente. También el teniente Juan Alonso Zayas falleció víctima de la enfermedad. La guarnición queda al mando del teniente Saturnino Martín Cerezo, un bravísimo extremeño determinado a aguantar hasta el final. Siempre prefirió seguir aparentando delante de los emisarios tagalos, decenas de parlamentarios les enviaron para convencerles de la derrota del ejército español, que su superior estaba vivo para no infundirles ánimos.
Al caer Manila los tagalos llevaron piezas de artillería hasta Baler. Las paredes de la iglesia aguantaron los impactos de la artillería, no así el techo que queda totalmente destruido. La lluvia inunda los lechos. Apenas podían dormir. La ropa se había gastado y andaban todos vestidos con andrajos, también iban descalzos al no tener calzado.
Comenzaron las repatriaciones, pero en la iglesia de Baler el teniente Martín Cerezo seguía resistiendo con sus hombres, nadie les informó del final de la guerra. Cuando las noticias llegaron a Manila los oficiales encargados de organizar las repatriaciones enviaron algunos emisarios a Baler, como el capitán Olmedo, para informar a los defensores de que la guerra ya había acabado. Pero Martín Cerezo desconfiaba de todos y pensaba que era un engaño por medio de un impostor. Fueron cinco las veces que se intentó convencer al teniente Cerezo de que la guerra había terminado y cinco fueron los fracasos.
Cuando se agotaron las raciones de carne enlatada comenzaron a comerse lagartijas, serpientes, ratas, cuervos. Cualquier bicho viviente con algo de carne caía a la cazuela y se repartía entre todos a partes iguales. La situación se vuelve angustiosa en la Navidad de 1898, los alimentos ya se habían terminado y solo les quedaba infusiones de naranja amarga. El teniente Martín Cerezo destaca diez hombres para que salgan de la iglesia en busca de alimento y a tiro limpio logran cazar un carabao, una especie de búfalo, y consiguen meterlo en la iglesia. De esa forma ya tenían carne fresca para tres días. Hay que decir que entre los alimentos que habían reunido para resistir el asedio, nunca tuvieron sal y esta era básica para poder conservar los alimentos, por lo tanto la carne que conseguían no podían conservarla días.
En otra salida desesperada consiguieron encontrar semillas de calabaza, eso fue un auténtico tesoro pues, tras plantarlas en un huerto cercano al recinto, se logró detener el temible beri-beri y tratar con estos alimentos mejor a los enfermos.
La guerra había terminado, pero ahora los filipinos luchaban contra los norteamericanos, el Tratado de París no les otorgaba la independencia y eso es lo que ellos pretendían.
Los norteamericanos, en un gesto de “amistad” deciden rescatar a los defensores de Baler. El 13 de abril de 1899, en las proximidades de las playas de Baler se sitúa el cañonero USS Yorktown y con su reflector ilumina la iglesia del pueblo. El teniente Cerezo responde con un paño empapado en petróleo, la algarabía estalla entre las tropas españolas pensando que son los esperados refuerzos. Escuchan un cañoneo y todo hace suponer que Baler será liberado. Esa era la intención, pero el buque tan solo cuenta con 16 fusileros y con esa tropa es con la que pretenden llevar adelante la hazaña. Los tagalos les responden con un intensísimo fuego y los fusileros junto con el teniente que los mandaba mueren en Baler sin poder rescatar a los españoles. El Yorktown se retiró apesadumbrado, al menos los americanos habían tenido el gesto de intentar rescatar a los defensores de Baler. Martín Cerezo desolado ordenó continuar con la resistencia, con una defensa a ultranza.
Los tagalos estaban ya luchando contra los norteamericanos y los españoles eran un amargo vestigio del pasado, por eso era necesario zanjar definitivamente lo de Baler.
Continuará…