Beatriz Suárez-Vence Castro
Permisividad
A Donald Trump le pasa igual que a Belén a Esteban. La de San Blas, es objeto de estudio en las universidades, que no acaban de entender cómo puede llevar tantos años en la televisión hablando de lo mismo y ganando tanto dinero si nadie reconoce que la ve.
Trump ha ganado las elecciones de Estados Unidos dejando a medio mundo perplejo. El otro medio estaba votándole mientras simulaba que no. Igual que el espectador de Tele Cinco se pasa la vida jurando que en su casa solo se ve la Dos.
Trump y Esteban son dos rubios con talento que han despojado a Madonna del título de "ambición rubia". ¡Ay, si la pobre Marilyn levantara la cabeza! Después de haber conocido tan íntimamente a los hermanos Kennedy no acertaría a comprender como se ha colado semejante ogro en la Casa Blanca y la misma Mónica Lewinsky (¿se acuerdan de aquella muchacha?) se hincaría de rodillas para rezar un padrenuestro o colocar un vade retro Satán en la puerta del despacho oval. Nada que ver con sus anteriores visitas a Clinton. Y es que la misma Hillary se iría a tomar un café con Mónica con tal de despertar de esta pesadilla americana. El mundo está inconsciente.
Hemos dejado que los energúmenos se impongan, ya sea desde una silla de tronista o desde un sillón presidencial, lo que es por supuesto mucho más grave pero no deja de tener la misma raíz: los malos modos, el grito, el insulto, la falta de respeto. Y el público jaleándolo y riéndose como hienas.
El insulto se confunde con la libertad de expresión, la grosería con el chiste, la maldad con la inteligencia. Hemos dejado de valorar las formas; son algo del pasado, reliquias obsoletas. Ya no se pide nada por favor, ni se dan las gracias porque son expresiones humillantes. Se coge lo que está a nuestro alcance o lo que nos dan y punto. Y así nos va.
¿Cómo es posible que haya ganado Trump?¿ Cómo es posible que la Esteban sea millonaria? Porque se lo hemos permitido. Somos un hatajo de seres permisivos que no ponemos freno a nada. No nos levantamos ante el abuso. Por eso hay bullying, por eso hay mobbing, por eso hay violencia. Porque lo permitimos.
Aún hay algo peor, a mi modo de ver: Lo permitimos cuando refrenda lo nuestro. El insulto de Pablo Iglesias mola pero no mola el de Trump. Ambos han echado mano de un populismo de todo a un euro y les ha salido bien. Sus ideas están en las antípodas unas de las otras, pero las maneras de ceño fruncido y discurso rabioso son las mismas. El País, periódico que no es sospechoso de derechista, ha establecido el mismo paralelismo entre ambos políticos y la izquierda más izquierda se ha rasgado las vestiduras. Se sonrojan y se escandalizan igual que la derecha más derecha cuando algo le ofende el oído, oído hipersensible, de piel fina.
Que Trump tiene maneras de energúmeno salta a la vista. Pero él alega, como muchos otros de ideas opuestas a las suyas que está ejerciendo su libertad de expresión y ¿quién puede discutir ahora eso si llevamos tanto tiempo dejando que todo el mundo se exprese aunque ello conlleve una falta flagrante del respeto más elemental?
Mientras el contenido sea de nuestro agrado, el continente no importa. Mientras el radicalismo arrime el ascua a nuestra sardina, nos parece bien. Y así toleramos el insulto, el grito, el desprecio y valoramos a quien hace gala de todo ello como una persona "de carácter".
He oído más veces de las que me gustaría definir a una persona maleducada, sea hombre, mujer, de derechas o de izquierdas como alguien con "un carácter fuerte". ¿Perdón? La fortaleza de carácter implica aguantar las tempestades de la vida, respetar a todo aquel que no piensa como tú, ser amable e intentar no perder los nervios ante la primera contrariedad, ser honesto y justo aun teniendo la oportunidad de no serlo y tratar a los demás como te gustaría que te tratasen a ti, a los hijos de los demás como si fuesen tus hijos.
Ser fuerte de carácter implica levantar la voz solamente cuando es necesario, no por costumbre con objeto de ahogar las demás voces. Ser fuerte de carácter implica superar tus miedos aun teniéndolos. Fortaleza de carácter significa tener el propósito de convertirse en un ser humano mejor cada día.
Nada de eso hace quien, aprovechando las oportunidades que le da la vida, en lugar de utilizarlas para construir, se dedica a echar por tierra los logros que aquellos que vinieron antes de él obtuvieron, sin el más mínimo respeto. Si eso implica tener un punto de vista conservador, entonces lo tengo.
No comparto ninguna de las ideas de Trump ni mucho menos sus maneras, pero tampoco la idea de Iglesias de que no vivimos en una democracia porque muchos lucharon antes de que él naciera, antes de que yo naciera, para conseguir lo que hoy tenemos. Por supuesto que hay que mejorarlo. Pero no dándole una patada al sistema, aunque a veces yo tenga igual que él esa misma tentación.
Iglesias, mal que les pese a él y a sus votantes, comparte con Trump los malos modos y una oratoria de soluciones milagrosas al estilo telepredicador. Esa misma que tantos millones de personas aplauden. Esa. La misma que lleva, en otro orden de cosas, a Belén Esteban a ser superventas y récord de audiencia.
Hagámonoslo mirar porque el problema no es solo de ellos. Nosotros somos los que les damos poder. A cada uno en su esfera. A cada uno en su ideario. Se lo damos los que consumimos lo que nos cuentan, los que les creemos y los que les jaleamos. Populistas son ambos extremos, el de Trump y el de Iglesias, porque dicen lo que sus votantes, sus pueblos, quieren oír. Lo obvio. Pero cada uno situado en su extremo sin moverse un àpice de su postura. En resumen, como la mayoría de nosotros.
Podemos presumir de querer salvar el mundo, pero si el sentimiento que nos empuja es la rabia, no lo vamos a conseguir.
A pesar del susto que nos ha dado al salir elegido, no creo que Donald Trump pueda llevar a cabo todas sus promesas electorales. Ya ha empezado a atemperar su discurso porque una cosa son las fantasías propias y otra el mundo real. Y este mundo real, este sistema, que no es tan nefasto en muchas cosas, no le va a dejar, por poner un ejemplo, levantar un muro en la frontera mejicana. Porque las Naciones Unidas pueden tener muchos fallos pero no las va a doblegar el delirio de un solo hombre.
Trump no es Hitler,ni vamos a dejar que lo sea. Podemos equivocarnos votando pero la Historia está ahí para no repetirla. Trump no gobierna el mundo, aunque así lo crea y aunque así nos lo hagan creer. Trump es solo el presidente de un país, por mucho peso que ese país tenga en el mundo. Solo eso.