José Benito García Iglesias
El desastre del 98. Los "últimos de Filipinas". Parte 4ª y última
El 29 de julio de 1899 los héroes de Baler embarcaron en el vapor Alicante, de la Compañía Trasatlántica. Después de una larga travesía arribaron a Barcelona el 1° de septiembre, siendo recibidos por las primeras autoridades.
El capitán Enrique de las Morenas y Fossi, fue ascendido, a título póstumo, al grado de Comandante y a su familia se le concedió una pensión anual de 5.000 pesetas para su viuda o sus herederos. El teniente Saturnino Martín Cerezo fue condecorado con la Laureada de San Fernando y a lo largo de su carrera militar llegó al empleo de general.
Resulta del todo inexplicable el porqué no se concedió una Laureada colectiva a los hombres que junto al teniente Martín Cerezo defendieron con tanto arrojo y entrega la fortaleza de Baler.
El teniente médico Vigil de Quiñones recibió la Cruz de primera clase de María Cristina. Al resto de supervivientes le concedieron a cada uno la Cruz de plata del Mérito Militar con distintivo rojo y, en 1908, el Estado les concedió una pensión mensual vitalicia de 60 pesetas. La misma pensión recibieron las viudas (las familias en caso de los solteros) de los soldados muertos en el asedio por las heridas recibidas o por enfermedad.
De los supervivientes, tres de ellos murieron poco después de llegar a España, otros murieron como mendigos en las calles de esa misma España, doce llegaron a combatir en nuestra Guerra Civil e incluso alguno de aquellos murió fusilado en esta atroz e "incivil" Guerra. Tras el estreno de la película Los últimos de Filipinas, en 1945, el gobierno franquista promulgó una ley ascendiendo a tenientes honorarios a los militares supervivientes de Baler que hubiesen militado en el bando nacional durante la Guerra Civil. De los ocho que aún vivían, sólo tres cumplían los requisitos, puesto que el resto tenían hijos o nietos que habían combatido en el bando republicano.
En las Filipinas quedaron para siempre más de 5.000 españoles, oficialmente se les consideró como desaparecidos en combate. Una parte de ellos murieron y sus cuerpos quedaron dispersos por la jungla, otros muchos fueron hechos prisioneros de guerra y se les encerró en campos de concentración e incluso trabajaron como esclavos, sin que nadie se preocupase por ellos. Nunca volvieron con nosotros ni recibieron el debido agradecimiento y reconocimiento. Solo ingratitud y olvido.
Entre ellos se encontraban los defensores de Tayabas. 450 soldados españoles bajo el mando del comandante Pacheco resistieron ante 15.000 insurrectos filipinos. La guarnición española fue presa de la malaria y el hambre, a lo que se unía las numerosas bajas y heridos provocados por los continuos combates. Finalmente, el 15 de agosto de 1898, Tayabas capituló, dos días después de que acabase formalmente la guerra y de que fuese tomada Manila. En la ciudad quedaban 20 oficiales y 175 soldados; las pérdidas filipinas ascendieron a 1.500 efectivos.
Los supervivientes de Tayabas fueron hechos prisioneros y pasaron a convertirse en esclavos de los oficiales vencedores, ante la total impasibilidad del Estado español que ni supo ni quiso saber nada de la suerte que corrieron los defensores de la ciudad.
En mayo de 1899, ante la falta de noticias sobre su liberación, los prisioneros de Tayabas decidieron fugarse, pero fueron apresados y encerrados en cuevas, estas se inundaban con las crecidas de un río cercano y solo lograron salvarse, gracias a su estatura, los tenientes Mediano y Viamente, y los que pudieron aferrarse a ellos. Los seis únicos supervivientes fueron enviados a un campo de prisioneros en Rosario.
El 3 de junio de 1899 el gobierno español dio por finalizada oficialmente la repatriación de prisioneros de Filipinas, poco después se rindieron "los últimos de Filipinas". Pero aún quedaban unos cinco mil españoles dispersos por las selvas filipinas.
El 13 de enero de 1900 el ejército de Estados Unidos conquistó Lipa, localidad cercana a Rosario, allí liberaron a algunos presos españoles, estos instaron a las autoridades norteamericanas a que marchasen sobre Rosario para liberar al teniente Mediano y sus hombres. Las autoridades norteamericanas se negaron a atacar Rosario, pues no era un punto estratégico y los prisioneros no eran de su país. Finalmente el coronel Anderson, engañado por los españoles, consintió en enviar a su caballería contra Rosario, con lo que los últimos presos españoles de Filipinas fueron liberados.
Cabe mencionar también la historia de un conciudadano nuestro, Celestino Poza Cobas, quien se había embarcado en un navío como médico y desde 1893 se asentó en Calapón, capital de la isla de Mindoro. Allí adquiriría varias propiedades. En 1898 le tocó vivir de cerca la guerra, siendo herido en un asalto que un millar de tagalos efectuaron al lugar donde vivía, defendido por 14 españoles. Después de resistir 40 días, firmaron una capitulación honrosa, quedando Poza y sus compañeros en calidad de prisioneros. En abril de 1899, arribó a Barcelona en el vapor Alicante procedente de Filipinas. Cuando llegó a Pontevedra fue recibido como un héroe.
En 1939 la iglesia de Baler fue reconstruida por iniciativa de Aurora Quezón, esposa de Manuel Quezón, primer presidente de la Mancomunidad de Filipinas, y balerense como ella. En la fachada de la iglesia el Comité Histórico de Filipinas colocó una placa que recuerda la historia del sitio y dice así:
"Una guarnición española de cuatro oficiales y cincuenta soldados fue sitiada por los insurgentes filipinos entre el 27 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899. Los ofrecimientos de paz y las peticiones de rendición fueron rechazados cinco veces. Los sitiados supieron por los periódicos dejados en el patio por un emisario del general Ríos que España había perdido las Filipinas. Durante muchos meses la única bandera española que ondeó en Luzón fue esta de la iglesia de Baler. Rotos por la desnutrición y las enfermedades tropicales, el mando español negoció una tregua con los rebeldes y los sitiados pudieron abandonar la iglesia para cruzar los montes. Dos oficiales y doce hombres murieron como consecuencia de las enfermedades, dos fueron ejecutados, dos oficiales y catorce soldados habían resultado heridos, seis desertaron. La valentía de la guarnición fue reconocida por el general Aguinaldo en documento oficial hecho público en Tarlac el 2 de junio de 1899. A su regreso a España los últimos de Filipinas fueron premiados por la reina regente, en nombre del rey Alfonso XIII y la nación española".
En el año 2000, el Instituto Nacional de Historia de Filipinas declaró la iglesia de Baler como un «hito histórico».