María Biempica
Un monstruo viene a verme
No recuerdo exactamente el momento en el que mi hijo Yago y yo decidimos ir a ver esta película, pero ya les adelanto que no pudimos haber escogido nada peor. Y es que últimamente son varios los monstruos que nos visitan cada noche, y a decir verdad, buena parte del día: el monstruo de la impaciencia; el monstruo de la duda; el monstruo de la soledad…
Demasiados monstruos los que a muchos nos acechan y aunque una siempre tuvo predilección por la gente diferente, cada vez que se asoma una de estas terribles figuras empiezo a sentir una inevitable rabia interna, pues lo único que quieren es paralizarnos aún más y teñir nuestros sueños de miedo.
La sala de cine parecía un velatorio al finalizar semejante despropósito de filme y Yago me abrazó tan fuertemente al levantarnos de nuestros asientos, que temí que nunca en su vida volviese a sonreír.
La cara desencajada del resto de niños que acudieron inocentes a ver la película evidenciaba el drama vivido durante la última hora, conscientes de que en realidad "el monstruo" o bicho raro debe de ser el que no sufra en sus carnes el drama del cáncer, de un divorcio o del bullying.
Le prometí a Yago compensarle con algo que le hará reír a carcajada limpia durante no menos de dos horas, y aquí el monstruo de la realidad vuelve a aparecer, pues sinceramente no se me ocurre nada de nada.
Mientras me ducho, Yago aprovecha para leer el artículo de su madre, pues le confieso previamente que hablo de él. Con la misma cara desencajada del cine y algo decepcionado me confiesa: "Hombre, le falta un toque de humor, como a la película…"