José Benito García Iglesias
Las casas de chicas que fuman. Segunda parte (última)
Con el definitivo derribo de la muralla medieval, la calle Xan Guillermo quedaba demasiado expuesta a la vista de la ciudadanía, máxime cuando su ubicación era justo enfrente a la fachada de la iglesia de Santa María, por ello se hacía necesario un desplazamiento de los lupanares hacia un lugar más "discreto". Así, poco a poco, se fueron desplazando y a comienzos del siglo XX ya se habían asentado a continuación de esta vía, ocupando la calle Campo do Boi y también parte de la calle Milano de los Mares y de la plaza de Cornielis de Holanda.
Esta nueva ubicación era una zona en la que antaño se asentaban humildes familias marineras que se dedicaban a las labores relacionadas con la pesca. Casitas pequeñas de bajo y planta superior que los burdeles ocuparon sin modificar prácticamente su fisonomía, solo lo justo para poder desempeñar las actividades propias de la mancebía.
Al igual que sucedía en los lupanares que se encontraban en los callejones de Fonte da Moureira y rúa do Ouro (Louro), los locales mantenía esa estructura de bar en el bajo y los cuartos en el piso de arriba. Si bien aquí en el bar, además del espacio propio para el esparcimiento y la consumición de bebidas, había una pequeña zona destinada a la orquesta, bueno, una orquesta formada por una batería y un acordeón, en algunos locales de más porte el grupo contaba también con un clarinete o un saxofón.
Esta reducidísima orquesta era más que suficiente para estar toda la noche amenizando a la concurrida clientela y mantener el ambiente propio del lugar. Los hermanos Pazos en la batería o Manolo Balchada al acordeón, entre otros, ponían unos ritmos que hacían las delicias de los locales en los que el baile era también uno de sus componentes. En el caso de Manolo Balchada, al ser zurdo, tocaba el acordeón al revés (cabeza abajo) con ello dicen que marcaba unos ritmos endiablados.
Tal fue la adaptación a los inmuebles que incluso las pilas de salgar, típicas de estas casas de marineros para salar el pescado, eran reutilizadas como neveras. Todas las mañanas pasaba el camión de reparto del hielo y dejaba dos o tres barras en cada local, estas se depositaban en la pila con agua y sal, y era ahí donde se ponían las bebidas a enfriar. Decir también que la bebida estrella era la botellita de champan, más conocida como "benjamín" y que daba para dos copas.
La prostitución de A Moureira tenía su idiosincrasia propia y se diferenciaba de la de otras ciudades, la familiaridad y el vínculo que esta zona tenía con la ciudad era grande y así se daban casos como el vivido en una ocasión en las dependencias de los juzgados.
Durante un juicio, el abogado acusador, persona muy conocida en nuestra ciudad y que tiempo después alcanzó un alto puesto en la política nacional, preguntaba a la acusada:
¿No es verdad que usted, en su medio de vida es más conocida por la "Landó"?
A lo que esta le respondió:
Sí señor, por cierto, en ese medio de vida al que se refiere, a usted le conocemos por "Carallo Campante", dado que nunca paga.
Ante el revuelo que se formó en la sala con las risas y los comentarios de los presentes el juez decidió suspender la sesión.
Sabino Torres, que vivió la noche bohemia de los lupanares de A Moureira entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, y buen conocedor del ambiente que por allí se respiraba, nos dejó escrito en su libro "As Tres Columnas", con gran despliegue de detalles, los pormenores de la vida en esta zona de la ciudad.
Así sabemos que con la excepción del Bar Nuevo, el resto de burdeles estaban regentados por mujeres que anteriormente se habían dedicado al oficio y que trataban con gran humanidad a sus pupilas, todas ellas venidas de fuera.
Las meretrices de A Moureira no participaban en el porcentaje de las bebidas, que dicho sea de paso, no incrementaban sus precios en comparación con otros establecimientos de la ciudad, valía lo mismo un café, un coñac o una botella de champán aquí que en el centro. Sus únicos ingresos eran los porcentajes, bastante altos, que se llevaban por las "ocupaciones" con los clientes.
La dueña del burdel con el porcentaje que le correspondía tenía que alimentar y dar cuarto a las pupilas. No existía la figura del "chulo" y no estaban explotadas por ningún tipo de mafia. La prostitución estaba regulada, con tarifas por ocupación y con una cartilla sanitaria por chica. El lunes era el día de reconocimiento médico, este se pasaba en Sanidad y si alguna no reunía las condiciones higiénico-sanitarias pertinentes, se la ponía en cuarentena y no podía ejercer.
Dentro de lo triste y lamentable que era verse empujadas a ese sórdido mundo, al menos su situación no se veía agravada por otro tipo de componentes.
Establecimientos como el Bar Las Tres Columnas, Bar Español, la casa del Patín (donde ejercía junto a dos compañeras la afamada Mimitos), el Bar Nuevo, Bar Farturas, Bar de Olinda, el Café de Ramiro, Bar El Abanico, o las casas de La Tomasa, La Andaluza, La Marañón, Pandora o María a do dente, componían el entramado de burdeles de A Moureira.
Meretrices con nombres como la Pitisa, la Cañahueca, la Santanderina, la Landó y las mencionadas Marañón, Andaluza, o Pilarín más conocida como la Mimitos, componían el ramillete de las más conocidas y que sus nombres llegaron hasta nuestros días.
En 1956 la ONU decretó una medida para qué se cerrasen los locales de prostitución y se prohibiese esta. En España pronto se aplicó esta medida aunque de forma escalonada, no así en A Moureira que con la intervención del nuevo párroco de Santa María, don Peregrino Reboiras, rápidamente obró para que fuese de inmediato cumplimiento. Este fue el fin, así, de la noche a la mañana, los lupanares se quedaron vacios y la prostitución desapareció de A Moureira.