Beatriz Suárez-Vence Castro
Mentar a la madre
He estado un par de veces en Las Palmas de Gran Canaria durante el Carnaval. No he asistido nunca a la Gala Drag Queen, porque o no he llegado a tiempo o estaba todo lleno, a pesar de que las entradas son carísimas. La he visto por televisión. Tengo amigos heterosexuales, homosexuales, bisexuales, comunistas, votantes del Partido Popular, de Podemos, taurinos, animalistas, carnívoros, veganos e incluso gallegos alérgicos al marisco, circunstancia que me parece la único rara de entre todas ellas. Escucho cuando hablan, como ellos me escuchan a mí: con el máximo respeto y cariño, riéndonos si viene a cuento, como hacen los amigos de verdad. Alguna vez hemos discutido, como es normal con semejante mosaico, pero hemos pedido disculpas cuando nos hemos pasado de la raya y hemos seguido queriéndonos. Más, si cabe, porque la autenticidad de las personas es lo que, a mi modo de ver, las hace interesantes frente a la hipocresía que se acepta en el mundo moderno como componente inevitable de una vida social activa.
El arte siempre me ha parecido una parte importantísima de esta vida social: conecta sentimientos, expande conocimientos y nos ayuda a romper nuestras propias barreras mentales. Por eso la discusión sobre si el arte puede o no tener límites, lo mismo que la libertad de expresión o el humor es muy compleja. Teniendo en cuenta todo lo anterior, creo que los humanos tenemos un mecanismo interior que coincide bastante con el del prójimo sea del pelaje que sea: Cuando se meten con nuestra madre. Esto, por muy tonto que uno sea, se entiende a la primera. Se meten con tu madre y te molesta. Es normal y todo el mundo lo comprende. Lo mismo que cuando se meten con tus hijos, aunque no haya por dónde cogerles. Son tus hijos y te duelen.
En la última gala Drag Queen se ha proclamado ganador un participante cuyo número consistió en hacer con las figuras de la Virgen María y de Jesucristo su rosario particular, esto es: travestirse primero de Virgen María y luego de Cristo crucificado diciendo frases como: "Si quieres mi perdón, agáchate y disfruta".
Llámenme suspicaz pero me da que el chico quería liarla desde el principio y tiró por el camino más fácil para provocar: dar donde más duele. Para los cristianos, su madre, además de la que les trajo al mundo, es la Virgen María, y Jesucristo el hijo del Dios en el que creen, y su Dios mismo. Esto, que a los ojos de tantos hoy en día parece lo más rancio y retrogrado del mundo, no es más que una creencia religiosa tan respetable como la de quien cree en Alá o en Buda. Sin embargo, actualmente el modo de pensar cristiano está considerado menos guay y moderno que, por ejemplo, el budista. La gente en España encuentra normal descalzarse al entrar en un templo budista, pero antes de hacerse la señal de la cruz en una Iglesia, prefieren arrancarse los ojos con dos cucharas.
Se tiene todavía la imagen del cristiano como beato propenso a escandalizarse por cualquier cosa, asociado a la derecha más radical, católico recalcitrante. Da igual que personas como Antonio Banderas que han hecho de todo y lo hemos visto, sea cofrade en Málaga y siga saliendo en procesión. Mucha gente ve solo lo que quiere ver. Si eres una cosa, no puedes ser la otra. O todo a la vez. El ser humano no es tan plano, afortunadamente. Como todo el mundo se puede meter con lo que la gente considera menos cool, llámese ser cristiano o empollón en clase de la ESO, pues leña al mono que es de goma. Vamos a ridiculizar al primero y hacerle bullying al segundo. Como ahora el bullying, que hasta hace poco era superguay, ha dejado de serlo, pues vamos a por los cristianos que son minoría y no se defienden. No nos defendemos hasta que en nombre del arte vemos a la Virgen y a Cristo en una recreación a la que no se le puede llamar ni siquiera carnavalesca porque el carnaval, como opinaba la semana pasada en esta misma sección, es la fiesta del ingenio y de la imaginación. El Carnaval en sí mismo es un arte, pero no todos los que participan en él son artistas. Como no todos los curas son pederastas, no todos los gordos lo son por comer mucho, ni todos los Drag Queen son el emblema de la libertad sexual. Los hay como este muchacho que, frívolamente, la quiso liar parda, lo consiguió y encima se llevó el primer premio, que espero que no haya tenido que pagar ningún cristiano con su dinero. Igual que no me parece bien que la gente que no quiere pagar a la Iglesia en la Declaración de la Renta, tenga que hacerlo, no me parece bien tampoco que haya que pagar con dinero público un espectáculo que se ríe en tus narices de algo en lo que crees.
De momento, uno de los patrocinadores del ganador de la gala, Multiópticas, se ha desmarcado declarando que el apoyo solo fue realizado por el socio local de su empresa en las Palmas. Trident, la otra empresa que financió la actuación ha dicho que no pretendía ofender a nadie. La opinión del alcalde de la isla difiere de la del Presidente del Cabildo (Diputación insular). Al primero le ha parecido bien la actuación y al segundo, no. El ganador no lo fue por decisión del jurado de la gala, si no gracias al voto telefónico del público con llamada de pago, mediante la cual se participaba en el sorteo de un coche. El trasfondo de todo esto es, independientemente del negocio que suponga, a mi modo de ver, una gran ignorancia colectiva que se está confundiendo con progresismo. El único cristiano que conocen los niños es a Ronaldo y cuando hacen la primera comunión creen que el traje es un disfraz, como puede ser el de Pikachu. La historia de la religión, profeses o no alguna, es parte de la cultura y el hecho de saber cómo se llaman las partes de una ceremonia religiosa o los componentes arquitectónicos de una catedral no quiere decir que seas un meapilas. Es parte de la cultura del mundo, igual que visitar un museo y enterarte de lo que está viendo o ir a un concierto del Boss y saberte las canciones. Igual de pop, igual de guay.
El componente religioso será diferente para cada cual, pero mofarse de ello solo deja patente una cosa: ignorancia supina. No podemos obviar a Hitler o a Franco en los libros porque hayan sido en su momento asesinos legales. Forman parte de la Historia, aunque no nos guste y no conocer lo que han hecho no nos hace más sabios, nos hace desconocer una parte de la historia del mundo que es también, querámoslo o no, la nuestra. No vamos a envenenarnos por tocar la foto de un dictador aunque podamos elegir, libremente, no verla. Matar a todos los nietos de Franco, por ejemplo, no arreglaría para nada la Historia pero sí nos convertiría a los demás en asesinos tan despiadados como aquellos a los que odiamos. Estamos confundiendo la justicia con el resentimiento y la venganza. Estamos confundiendo el arte, la expresión más sublime de la comunicación humana, con chapuzas que buscan la ofensa por el placer de ofender, no por comunicar nada. Estamos llamando formalismo al mínimo respeto, y libertad de expresión al insulto premeditado y alevoso, amparado además por el anonimato en las redes sociales.
Estamos creando una sociedad vengativa que se complace en causar daño en nombre de valores manipulados para degradar a quien no piensa como nosotros porque, dando carnaza, conseguimos el aplauso que necesitamos para seguir alimentando nuestro ego. Estamos amedrentando a quien tiene tanto derecho como nosotros a estar aquí. No todo arte vale porque no se puede llamar arte a algo que no está hecho por el placer de crear, con talento y sensibilidad, sino para herir otras sensibilidades. Cuestionar lo establecido porque hay necesidad de hacerlo y con un criterio propio es síntoma de madurez y salud mental pero tirar piedras contra algo, simplemente por satisfacer un deseo propio de destruir lo que a uno personalmente no le gusta, sin aportar nada, sin defender nada , ganando dinero a costa de ello y autoadjudicándose un papel transgresor, es únicamente, mezquino. Si además se hace buscando el aplauso se llama manipulación. Y si consigues que te aplaudan, tienes un logro bien triste, porque quienes te aplauden son tan mezquinos como tú.