Beatriz Suárez-Vence Castro
La muerte de Miss Marple
Siempre me ha parecido un enorme hallazgo literario el personaje de Miss Marple, porque rompe de manera tierna con muchos tópicos antipáticos.
Digna representante de una época, la victoriana, que se acaba con su generación, ella es, a pesar de los tics propios de su edad y el momento en que le tocó vivir, por obra y gracia de Agatha Christie, una criminóloga natural. Experta en calceta y psicología, a fuerza de observación, sin interferencias académicas, Miss Marple convierte a Scotland Yard en un grupo de simples aficionados.
Agatha Christie fue capaz de matar a Poirot, el detective protagonista de otras muchas de sus novelas, sin embargo no pudo hacer lo mismo con Miss Marple. Lo entiendo. Estoy segura de que en la mente de la escritora, Miss Marple tenía que ser inmortal.
"Solterona" a la que no le pesa nada tan incómodo calificativo, más incómodo todavía en la lengua natural de la escritora: "Spinster", palabreja que apenas puede pronunciarse sin arrugar la nariz. Ella lo es y no le importa. La escritora inglesa, a través de su personaje, reviste de la dignidad que la sociedad les había quitado a las mujeres que, por cualquier circunstancia o decisión propia, no se casaron en una época en que una mujer soltera era digna, como mucho de lástima.
Su método de trabajo es tan sencillo como ella misma. Ha vivido mucho y ha observado la naturaleza humana, que a pesar del paso del tiempo es y será siempre la misma en sus perversiones: codicia, envidia, miedo, celos todo aquello que, en sus manifestaciones más violentas puede llevar a matar y que se repite en patrones que ella retiene en su mente para establecer el perfil del asesino.
Mucho antes de la serie Mentes Criminales con todo su equipo de investigadores, existió su antecedente: la dulce Miss Marple.
Cuando alguien entra en una habitación y la ve al fondo, calcetando, medio absorta, al lado de la chimenea, piensa lo que pensaríamos todos, pobres infelices: es una viejecita que no se entera de nada. Porque entre nuestras debilidades humanas, como bien sabía Agatha Cristie, está el dejarnos engañar por las apariencias y dar valor solamente a lo que brilla, sin comprender el auténtico peso de lo que parece insignificante.
Creo que en la vida de todos nosotros hay una señorita Marple. Y si no la hay, debería haberla. Quizá mi generación haya sido la última en disfrutarlas. Puede ser una abuela, una tía o una madre, una hermana mayor o alguien que nos ha cuidado de pequeños pero que no pertenece a la familia.
Alguien que en las reuniones familiares atrae pocas miradas, acapara pocas conversaciones, pero siempre está pendiente de que no falte nada, de que todo el mundo esté a gusto. Alguien tan extraordinariamente generoso y modesto que ni siquiera se da cuenta de que lo es. Aquella con la que los niños dejan de llorar y los mayores de discutir, gracias a algo que dice, o a algo que hace, una mirada, una sonrisa o un comentario tan breve que sucede sin que se note, porque no ha sido hecho para tenerse en cuenta, si no para que todo esté bien.
Las familias están llenas de heroínas anónimas que no han estudiado porque "era otra época" pero que quieren que sus hijos o nietos lo hagan y porque a esos hijos o nietos les da más miedo una mirada de reproche suya, que una semana sin postre. Es quien encuentra todo lo que se pierde, sean objetos o personas, a quien tratamos con cierta suficiencia o paternalismo, sin saber que somos mucho más ignorantes que ella por muy gordo que sea nuestro currículo. Es quien calla, no porque otorgue, sino porque sabe la medida exacta del silencio y nos deja creer que sabemos más que ella porque es feliz si nosotros lo somos. La que observa sin juzgar. La que nos quiere con todos nuestros defectos y con toda su alma. La que siempre va a estar aunque no esté.
Agatha Christie recogió todo esto, tan humano, y lo convirtió en un detective atípico, porque supo ver que en el interior de estas mujeres que apenas cuentan para el ojo medio, están la sagacidad, la capacidad de análisis, la sabiduría, la inteligencia en estado puro, además de un corazón noble y valeroso.
Mis Marple es un personaje tan entrañable, con tal vida propia, que su autora no lo pudo matar. Tan inconmensurablemente lúcido en su juicio que aunque condena el asesinato, siente por el asesino una sola cosa: Compasión.
Si ustedes tienen la inmensa suerte de tener una señorita Marple en casa, no la miren desde arriba, denle el valor que tiene, cuídenla como se merece y colóquenla en el lugar que le corresponde.
Yo acabo de perder a la mía y quiero hacer lo mismo que Agatha Christie con la suya: otorgarle la inmortalidad. Sé que físicamente no puede ser, pero nadie nos puede robar el pensamiento ni borrar aquello que se escribe desde el amor.
Inmortal es lo que creamos, como un personaje literario o una escultura e inmortales son aquellos a quienes amamos aunque tengamos que, en algún momento inevitable, desprendernos de ellos y dejarles marchar.