José Benito García Iglesias
Esos duelos de antaño con sables y churros
En la España del siglo XIX ser director de un periódico conllevaba una serie de riesgos añadidos que se entendían que eran propios del cargo. Uno de ellos era el de estar dispuesto a batirse en duelo cuando así lo requería la ocasión: un político agraviado, un marido vilipendiado, o cualquier otro personaje que entendía que cierta noticia publicada en ese periódico atentaba contra su honor y su buen nombre.
Se comentaba incluso que cuando a alguien lo nombraban director de un periódico y ponía en conocimiento que no estaba muy ducho en el manejo del sable o de la pistola, se le proporcionaban unas clases para ejercitarse, con un afamado maestro, en el arte del manejo de las armas.
Se le daba tanta importancia batirse en duelo en duelo cuando se ocupaban ciertos cargos de gran relevancia, que algún director de periódico fue “apartado” de la dirección del mismo por negarse a un duelo al que lo desafiaba un personaje político del momento. Al mismo tiempo el crédito del periódico aumentaba entre el público según la destreza con los “hierros” en el campo del honor de su director.
Algunos de los periodistas más afamados del momento, junto con políticos y personajes de la aristocracia de la época vivían en constante pendencia y era una cuestión cotidiana que dirimiesen sus “diferencias” en este tipo de lances.
Llamativo fue el fracasado duelo que recogen las crónicas de la época entre Montero Ríos y el marqués de la Vega de Armijo, cuando ninguno de los dos bajaba de los setenta años de edad en aquel momento, incluso fue motivo de chufla en algún periódico donde se les representaba en mordientes caricaturas, como dos entrañables abuelitos achacosos, con pantuflas y portando unos sables de panoplia.
A continuación relatamos, tal como lo refleja Prudencio Landin en su libro "De mi viejo carnet" en el capitulo titulado "Sables y churros", un lance en el que este cronista de la vida pontevedresa fue citado por los padrinos de Luciano Varela Martínez, en aquel momento joven, al igual que Prudencio, poeta romántico, porque se sentía agraviado por los comentarios vertidos por el periodista que se metía con sus versos, y no en una ocasión, pues habían sido dos y en publicaciones distintas.
Así que siguiendo la corriente de la época fueron nominados padrinos y emplazados para un duelo. El arma elegida había sido el sable, que era de todas las posibles la menos peligrosa.
Prudencio asistía a las clases de esgrima del maestro italiano Attilio Pontanari afincado en nuestra ciudad en la calle Manuel Quiroga y así nos relata los momentos previos al susodicho duelo:
"… me dio unas lecciones "espesiales" como él decía (Pontanari), para el mejor éxito de la empresa. A Luciano lo preparaba igualmente otro buen espadachín, Ignacio Vizcaíno, excelente pintor y técnico de Obras Publicas, que con Pontanari y Valle Inclán había lucido sus facultades de luchador en una fiesta del Liceo Casino. Por cierto que este entrenamiento de Luciano Varela se hacía a la misma hora que el mío, en el probador de la sastrería "La Villa de Madrid", del aragonés don José Aguilar, en la casa inmediata a la en que yo actuaba, pared en medio. Varela según me refirió posteriormente, pudo percibir más de una vez, a través del tabique, la voz firme y vibrante de Pontanari cuando en el fragor del bélico ensayo solía decirme: ! Un paso adelante...y a la "cabesa!”.
La noche anterior al momento de la verdad se cruzaron ambos contendientes, cuando salían de sus correspondientes ensayos, y se miraron sin rencor, ya que en realidad no lo sentían, más bien los semblantes eran de compasión y arrepentimiento de la tontería que estaban cometiendo, y ganas no les faltó para poner fin a ese absurdo.
Diremos para que no quede en ascuas el duelo, que se personaron el día fijado a las siete de la mañana en el campo del honor, esto era en una finca de Salcedo, con padrinos, armas y medico incluido, el duelo era a sable, como ya referimos, y como todos entendían que esta justa era un despropósito, alguien, secretamente, ideo la solución al mismo, y así nos lo relata Prudencio Landín:
"Cuando nos disponíamos Luciano y yo al asalto, alguien abrió interiormente la puerta de una cuadra y salió impetuosamente un perrazo, ladrando y acometiéndonos a todos. Aquello fue una desbandada. Padrinos y combatientes abandonamos más que de prisa nuestros puestos de honor para defendernos del sabio animal que tan oportunamente convirtió en sainete aquel malogrado drama de capa y espada.
Todo ello, una maniobra bien intencionada de don Joaquín Peñalosa, secundado por un agente de policía y por alguno de los padrinos, que coronó fraternalmente la jornada ofreciéndonos un desayuno de leche recién ordeñada, aguardiente del país y churros calientes, en aquella dulce huerta de Salcedo".