Bernardo Sartier
Acabar con los ricos
La anécdota la oí en boca de Savater. Otelo Saraiva de Carbalho, triunfante la Revolución de los Claveles, visita a Olof Palme, primer ministro sueco. Otelo dice "en Portugal queremos acabar con los ricos"; Palme, mucha mili, ideólogo del Estado del Bienestar contesta "qué curioso, nosotros en Suecia solo aspiramos a terminar con los pobres". En el espejo de esa conversación debería verse parte de la nueva política: pociones mágicas para problemas complejos. Un error que reside en el empacho ideológico. Apóstoles del choripán y ahítos de populismo barateiro propugnan el ajustamiento de la soga a las grandes empresas, en la absurda pretensión de que la sociedad se dispare en el pie.
En esta particular cosmovisión, Amancio Ortega sería una pieza a cobrar. Lo acusan de explotador y, si dona para sanidad, deturpan el acto porque -dicen- donar desgrava; omiten, claro, cuántas familias viven de Zara. Yo no. Porque vengo de vuelta, soy un poco reaccionario y estoy en disposición de expresarme libremente. Plantéenme el dilema ideologías o empresas y les diré, sin ningún género de dudas, empresas. Ojo, empresas no contaminantes y en parques empresariales, pero empresas. Que por qué. Pues primero porque en nombre de las ideologías se mató mucho; y segundo, porque la clase empresarial es, sencillamente, imprescindible.
Stalin, Hitler, Truman, incluso los Papas provocaron millones de muertos. "Vale", dirán algunos. Pero la ideología hizo la Revolución francesa, un hito en la lucha por la libertad; pues no. La Revolución francesa no fue más que el hartazgo popular frente a los excesos de la aristocracia y el absolutismo. Lo dijo Trotsky: nada impulsa la revolución, la revolución emerge cuando no existe otra salida. Así es. Las revoluciones que mejoraron el estatus socioeconómico y consiguieron el bienestar no vinieron de la mano de la ideología o la política, sino del conocimiento científico y el emprendimiento. Las únicas revoluciones productivas fueron las industriales, nunca las de las siglas.
El individuo y su talento, la persona no militante y libre han sido siempre el motor del progreso. Las ideologías crearon gulajs y campos de concentración. Por eso veo más capacidad de cambio en un avance científico que en todos los discursos políticos de la historia. La arenga nunca transformó nada. La probeta y la máquina de vapor sí. Y las buenas ideas empresariales. Insisto: Ninguna ideología catalizó catarsis históricas, lo hicieron el hambre, la pobreza y la injusticia. En España, la ideología solo sirvió para matarnos a miles. Y, por supuesto, tan ideología era el nacionalcatolicismo de Franco como el republicanismo reformador e ilustrado de Azaña. Y por ideologías mismas, tan infructuosas ambas. Esas y todas.
La política es un mundo difícil para el que no sirve cualquiera; sorprende, sin embargo, lo fácil que resulta acceder a él: únicamente precisa el aspirante el cobijo de un partido. Dibujada pues miseria y grandeza de la política no se puede omitir que en materia de empleo lleva tiempo dando palos de ciego. Movida por la bondad de unas intenciones que no cuestiono, se pierde sin embargo en un bosque de torpezas. La fundamental, no interiorizar que no le compete hacer de empleador porque la creación de puestos de trabajo es responsabilidad del sector privado. La política debe limitarse a crear las condiciones objetivamente ideales para el empleo, y en esa acción, remover los obstáculos que lo dificulten o impidan. Pero falla la política en eso, aquí y en Europa.
Y frente a ese indiscutible fracaso de las élites dirigentes, limitadas al plano de la intención y la promesa hay que reivindicar al individuo emprendedor. Por poner un ejemplo cercano, a Froiz. Paradigma de la capacidad de trabajo y el talento aplicados al emprendimiento. Un joven que le dice a su madre que le enseñe a filetear para hacerse cargo de la carnicería del supermercado en el que trabaja; que arriesga y seduce a los bancos para que le financien la compra de ese supermercado. Y que con empeño y esfuerzo metastiza su empresa y la infiltra en el tejido productivo creando puestos de trabajo que, en tiempos de tribulación económica, permiten comer a muchas familias. Concluimos, pues, en que fuera de las empresas, Pymes y autónomos el individuo se enfrente a un frío glacial, un frío que los dirigentes propugnan atemperar pero en cuyo intento fracasan obstinadamente. Por eso, experimentada ya la ideología de partidos y sus dinámicas infructuosamente, no cabe más que ungir al individuo como recurso último de la riqueza posible. Conque limítense los gobernantes a evitarle a empresarios y autónomos trabas administrativas y fiscales que los desalienten, cuidando como oro en paño al loco maravilloso que arriesga una inversión para multiplicar puestos de trabajo.
A ese Froiz cuyo primer crédito fue una ternera que le regaló un tratante en una feria diciéndole "ya me pagarás cuando despegues". Y es que donde haya un empresario, un "rico" en la particular -y errada- jerga de Saraiva de Carbalho, habrá algún puesto de trabajo. Agotadas las ideologías y la militancia, expresiones máximas del gregarismo en que las estructuras partidarias sumen al individuo, solo cabe mirar a los creadores de empleo. Y preguntarse cuánto vale un Froiz, una SETGA, un Lago o una Pescamar -por ejemplo- en una Pontevedra de monumentos y funcionarios, con cotas preocupantes de desempleo y en la que algunos de sus munícipes sugieren -¡manda carallo na Habana!- el turismo mariano como recurso económico salvífico.
Se impone, pues, liberar el talento individual para que el emprendedor y el empresario creen riqueza y empleo, y para que el investigador implemente progresos tecnológicos y científicos. Y es que a estas alturas, la sociedad empieza a reparar en que solo el emprendedor es capaz de crear puestos de trabajo como garantía de una vida digna. Por eso no sería extraño que, hastiada, relegase la política para fijarse en "los Froiz" como en una suerte de nuevos mesías. Y es que ya lo decía Palme: la cuestión no es que no haya ricos, sino acabar con los pobres.