Beatriz Suárez-Vence Castro
Un bonito detalle
Manuel, que no se llama Manuel, nos las ha hecho pasar canutas este curso a sus compañeros y a mí con su exceso de energía. No tiene hiperactividad ni déficit de atención. Tiene diez años y muchas ganas de jugar y moverse. Es listo y nervioso. Muy nervioso. Y hablador. Muy hablador. También es muy buen compañero.
Llega tarde porque le da una pereza tremenda la primera parte de mis clases que consiste en hacer ejercicios escritos de gramática porque tiene disgrafía: lee muy bien pero a la hora de escribir confunde letras y las cambia de orden. Así que el spelling le cuesta Dios y ayuda. Y le cansa. Entonces busca cualquier cosa que le haga salir de esa maraña de letras que tiene delante: contar cuadrículas de su libreta, hacer un dibujo al margen, borrar con la goma, no porque haga falta borrar si no solo para ver las virutillas que desprende. Y yo soy la mosca cojonera que lo reconduce. Termina siempre suspirando.
La segunda parte de la clase es la que a él le gusta: jugar. A lo que sea: juegos de mesa, mímica, memoria, cartas. Todo le vale. Le da igual que tenga que hablar o leer en Inglés durante el juego. Como si fuera en árabe. No tiene que escribir y es su momento feliz.
Pero hasta llegar a ese momento feliz hemos pasado mucho cargantes. Hasta sus propios compañeros le han ayudado a centrarse cuando el día era de NO. Su nota media bajó en el segundo trimestre y ambos tuvimos que ponernos las pilas. Ha sido un viaje bonito, pero duro. Duro para los dos.
Ayer por la mañana estaba en la pequeña oficina de la academia, poniendo al día otras cosas que no están relacionadas directamente con las clases pero que es necesario gestionar. Delante del ordenador, con las gafas puestas, charlaba de vez en cuando con Pili, que sí se llama Pili, y es quien me deja todo limpio como una patena, cosa que tiene un gran mérito donde hay niños y una perra.
En esto estaba cuando levanto la cabeza y veo a Manuel, plantado en mi despacho, con sus diez años iluminándole los ojos, la cara entera. Me saco las gafas y le digo: -Hola, Manuel- (obviando que no teníamos clase hasta la tarde y que lo suyo era una aparición inesperada) porque eso ya lo sabíamos todos.- ¿Cómo estás?
-Bien,- me dice- que, que… venía a decirte que ya sabemos la nota final de curso.
-¿Y?- , le pregunto como corresponde en esos casos, con expresión neutra
- Pues un notable o un sobresaliente -
Procuré que mi enhorabuena fuese al menos la mitad de efusiva que su expresión de alegría y orgullo y le di las gracias, sinceramente, por haber tenido el detalle de acercarse antes de la clase de la tarde para decírmelo.
Se fue flotando, igual que vino, dejándonos, a mí con las gafas en la mano y a Pili, con la fregona parada, reflexionando en voz alta: "Qué contento va, madre mía. Que cosa tan extraña que un chiquillo venga a ver a su profesora sin que nadie lo mande y antes de la hora."
Pues sí que es raro, pero Manuel pasa por la academia de camino a casa y no pudo esperar a la clase de la tarde para compartir su alegría conmigo. Porque sabe lo que nos hemos esforzado para llegar hasta su notable alto. Sabe también que las notas no son lo más importante pero que son, por desgracia, la única manera en que medimos los conocimientos y, haber pasado de un seis a un ocho, ha sido para él la antesala de un verano como tiene que ser: sin clases de refuerzo (aunque esto no me convenga decirlo) de baños en el mar, de aprender a navegar por primera vez, de jugar con sus hermanos y sus amigos hasta caer rendido sin ninguna otra preocupación. Un verano de sol, sal y juegos, como deben ser los veranos de los niños.
Vino a clase por la tarde y, para su alegría y la del compañero que vino también a pesar de estar ya de vacaciones escolares, nos saltamos la primera parte y nos fuimos directamente al Inglés Lúdico que se anuncia en el cristal, a la segunda mitad de la clase que fue entera de juegos. Se portaron de maravilla. Hablaron Inglés sin que yo se lo pidiera porque ya saben ahora, un curso más sabios, sin la presión de los exámenes ya acabados, que eso es lo que van a hacer allí: mejorar su Inglés y disfrutar, hacer de un segundo idioma su otra forma de expresión, de diversión y de vehículo para hacer nuevos amigos, para vivir nuevas experiencias.
Este curso ha habido más ochos como el de Manuel y cincos pelados que me han hecho la misma ilusión porque detrás ha habido mucho esfuerzo también y hasta un "Pass with merit" en el P.E.T. de Cambridge, el primero con sello propio. Y todos, todos me han llenado el corazón.
La visita inesperada de Manuel fue un bonito detalle que resume lo que ha sido este primer año de aventura para todos los que hemos participado de una manera o de otra en crear ilusiones; porque en eso consiste enseñar y aprender.
Gracias a Manuel y a todos los demás compañeros por hacérmelo pasar mal y bien, por hacerme desear muchas veces que tuviesen un botón de apagado, por enfadarme y por emocionarme, por cansarme y por darme "combustible" de energía, cariño, y la pizca de alegría que me faltaba este año para recordarme que la vida, sigue. No con todos tus seres queridos porque es dura y no lo permite. Así de dura es y así de bonita también.
Y siempre, siempre, merece la pena.