Beatriz Suárez-Vence Castro
Las lágrimas del fiscal
La imagen de estos últimos días ha sido para mí la de Alejandro Pazos, fiscal en el caso del parricida de Moraña, porque, más allá de sensacionalismos,demuestran que debajo de la toga hay una ser humano que siente y sufre, algo que a veces se cuestiona en los funcionarios de Justicia.
Es cierto que hay jueces, fiscales y abogados corruptos, marrulleros y sin escrúpulos, pero esos, no son todos.
La imagen es importante también porque acompaña la primera sentencia dictada por un juez, jueza en este caso, que supone la aplicación en España de la recientemente aprobada prisión permanente revisable, que en otros países se conoce como cadena perpetua.
Este tipo de sentencias que tranquilizan a muchas personas a mí me producen una frustración inmensa. Porque no son un triunfo del sistema, más bien al contrario: son la claudicación ante la imposibilidad de poder aplicar una pena menor. La constatación de que hay personas que es necesario apartar del resto de la sociedad y encerrar casi de por vida. Algo ha fallado antes para haber tenido que llegar hasta ahí, además de la naturaleza del asesino.
El primer condenado a prisión permanente revisable en España, en la Audiencia de Pontevedra, tiene toda la pinta de ser un sociópata. No demostró la más mínima emoción en ningún momento del juicio a pesar de haber reconocido los hechos que eran ni más ni menos haber degollado a sus dos hijas, Amaia, de nueve años y Candela, de cuatro. Dijo que se arrepentía y que ya no podía hacer nada para remediar lo que había hecho, cosa esta última bastante obvia. Pero su cara no se correspondía con alguien arrepentido de verdad, que como es su caso, distingue entre el bien y el mal.
Cometió el crimen con premeditación y con una frialdad mayor que deja al personaje de Jack Nicholson en El Resplandor como una hermanita de la caridad. Alevoso también ha sido el asesinato, porque ha empleado una fuerza mayor que la necesaria, agravado el hecho por su parentesco directo con las víctimas y, en cuanto al ensañamiento, a pesar de haberlas sedado, lo doy por hecho por el arma utilizada: una sierra radial.
Es tan espeluznante el caso que se entienden las lágrimas del fiscal. Debió sentirse muy impactado, escuchando semejantes atrocidades cara a cara, testimonio a testimonio y no ver en la persona a la que acusa un mínimo de compasión hacia sus víctimas, en este caso además sus propias hijas. Enfrentarse a eso así y tener que aguantar el tipo porque se supone que es tu papel es doblemente duro.
Para la jueza también es un trago porque una sentencia así, por muy pionera que haya sido nunca es una victoria. Es simplemente algo que no queda más remedio que hacer por la seguridad de todos y por dar a quien ha hecho un daño tan atroz, su castigo. Pero no puede dejar buen sabor de boca, por muchos casos que haya visto, por mucho que sea su trabajo y el trabajo haya podido convertirse en costumbre. Sentenciar a alguien a estar encerrado de por vida ya da una idea de lo grave, gravísimo que ha sido el crimen. Confesado además en este caso sin un temblor en la voz.
Creo que por todo esto se derrumbó el fiscal, además de la presión mediática que habrá hecho su parte: frustración, rabia impotencia y tristeza, mucha tristeza. Si los que como él buscan un mundo más justo lo único que pueden hacer es, junto con la jueza y el jurado, llevar a alguien a la cárcel para siempre, sabiendo que no hay posibilidad de rehabilitación para un sociópata, que estar encerrado le va a dar igual, que lo hecho, como el mismo ha dicho, no tiene remedio, que ha matado a dos niñas porque ha querido y le ha resultado tan fácil, y no es además un caso aislado, algo huele a podrido delante de sus narices.
Nadie llega a poder matar a sus hijas como quien se corta el pelo a no ser que esté mal de la cabeza, que no es el caso de este individuo. Demasiados niños están muriendo, demasiadas mujeres, demasiado abuso de la fuerza. Cuando se llega, como ellos han llegado a la sala de un tribunal, suele ser con víctimas mortales de por medio. Falla la justicia preventiva, fallan sobre todo los valores humanos. Nos estamos acostumbrando a la violencia como algo habitual. A la física, a la verbal. La violencia forma parte de nuestras vidas porque la hemos ido dejando entrar. Porque en una persona que va a cometer un crimen como éste o como el de la niña Asunta, algo tiene que pasar antes, algo que no vemos porque hemos dejado de mirar.
Las lágrimas del fiscal podrían ser las de todos, si pensamos que el mundo sigue girando igual con crímenes como éste, en el que las víctimas son los más inocentes y contra los que solo podemos administrar, con nuestro sistema, una justicia a medias. Porque lo realmente justo habría sido conseguir evitar el crimen. Ya no hay justicia para Asunta Basterra, ni para Amaia, ni para Candela, porque ninguno de nosotros, con la sociedad que hemos creado, hemos sabido protegerlas. Una sociedad que no es eficaz protegiendo a los niños debe buscar urgentemente dónde falla.
No me extrañan las lágrimas y me dan cierta esperanza porque, lejos de mostrar debilidad, son señales de humanidad. Y en esa sala, hacía falta que alguien demostrara que no la hemos perdido del todo.