Ricardo Sanjurjo
Jaime Vaamonde: Pasó haciendo el bien
Hablar de Jaime Vaamonde Souto, decirle adiós, supone muchas cosas. Porque Don Jaime (y para mí siempre era «Don Jaime», por mucho que me dijera mil y una veces que «de tú»), para bien o para mal, no dejaba a nadie indiferente. En mi caso es para bien. En mi caso y en el de muchas personas que lo hemos conocido. Porque yo, y muchos otros, estamos hoy donde estamos gracias, y no en poca medida, a lo que él hizo por nosotros. Y no estoy hablando sólo de curas. Somos muchos los que podemos decir que hemos tenido el honor de habernos encontrado con aquel hombre sencillo de Cutián en nuestra vida.
Don Jaime, como decía, no dejaba a nadie indiferente. Porque a pesar de su sencillez, a pesar de su timidez era una de esas personas con presencia, que calaban bien hondo en el que está delante. Y si hay que buscar una palabra para describirlo, sólo se me ocurre una: pastor. Esa fue su vocación y eso hizo, dejándose literalmente, además la vida. Fue pastor hasta que el cuerpo le dijo «basta» y, aún así, él se negó a rendirse.
Don Jaime fue un pastor apasionado por sus ovejas, por las personas que Dios a través de la Iglesia ponía bajo su cuidado. Por todas: las ricas y las pobres, las de la derecha y de la izquierda, las de arriba y las de abajo. Y lo procuró hacer lo mejor que supo, a pesar de los sacrificios que eso le conllevaba.
Con palabras dulces, de ánimo, de apoyo. Y, también, con bastón en mano. Porque el pastor, el buen pastor, no sólo guía a las ovejas con caricias, sino que de vez en cuando tiene que ponerse firme sacar el cayado para reconducirlas.
Hoy nos toca decirle adiós a un coruñés, un betanceiro, mejor dicho, de alma pontevedresa, porque aquí pasó toda su vida pastoral excepto los meses, pocos meses, que estuvo en A Coruña , entre Vilagarcía y Pontevedra, y aquí dejó gran parte de su corazón, de su obra, de su legado. Pero nunca para él: siempre para los demás, siempre para Dios.
Hoy nos toca decirle adiós, un adiós que será «hasta luego», a una persona excepcional, de las que hay pocas en este mundo. De esas que uno puede decir que es bueno. Bueno de verdad. Porque lo era. Porque, como decían de su Maestro, «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Porque nos quería bien a todos, aunque en más de una ocasión tuviera que hacer bueno eso de «quien bien te quiere te hará llorar».
Pero, ¿cómo se dice adiós a una persona así? ¿A una persona que ha dado todo lo que tenía por y para los demás? Pues eso es lo que nos toca hacer ahora. Confiados siempre, como él mismo confiaba, en que no se va a la nada, en que se va a los brazos del Padre, a ese destino que tanto ansiaba.
Y se hace, también, con una sonrisa agradecida por todo lo que ha hecho, por todo lo que nos ha dado, por todo lo que ha sido y lo que nos ha hecho ser. ¡Gracias, Don Jaime!