Marisa Lozano Fuego
Luz y sombra
Las sombras acompañan a la esencia.Siempre, siempre, siempre. En ocasiones se mezclan con luz y percibimos claroscuros. Son parte de la misma tormenta. Nubes grisáceas, escindidas. Supongo que esa es la belleza de un paisaje natural. Al igual que de las personas. No podemos escindir luz de sombra, caricatura de belleza. No podemos amar el hueso separado de la carne, o el lunar sin cicatriz. Va junto, como un huevo y su cáscara.
La humanidad es misteriosa. El que lo terrible y glorioso vayan juntos es una realidad extraña. Nuestro ser es igual de poderoso para parir obras de arte, criaturas vivas, bombas atómicas, fábricas de contaminación. Podemos ser dulces, salvajes, contradictorios, coherentes. Y ambas caras van muy unidas.
En el amor sucede igual. No podemos elegir partes, piezas, secciones. Se toma el pack completo, con su tierna belleza y su falible humanidad. Es hermoso. Cada legaña y cada ojera, cada falla y cada sonrisa. Sería aburrido amar un imposible. Estresante ser perfección.
No somos máquinas sesgadas por un patrón robótico. No somos caleidoscopios de besos. Somos, a partir del nacimiento, un frágil y fuerte conglomerado de las mismas ternuras locas.
Y cuán hermoso resulta abrazarlas. La flaqueza, la arruga, una tristeza y cincuenta melancolías. La levedad del roce en la mejilla, el compromiso contraído y los silencios, silencios eternos que calman la furia del ruido.
Nunca seremos lo perfecto. Menos mal, cuánto lo agradezco. Cuánta juventud desgastada y cuántos libros de autoayuda consume la gente de a pie para tratar de convertirse, convertirnos en maravilla.
Sin comprender que, finalmente, la maravilla es justo ello. La tara preciosa y mellada en un mueble de salón –piel.