Esteban Fernández Santos
Cumpliendo años… (Y una voz en off)
Pasó el 25 de diciembre, tambaleante entre alguna religiosidad, ecos de villancicos en las plazas, cenas familiares con sonrisas forzadas y otras más entusiastas, anhelantes de la ternura familiar y el reencuentro. Lo mío intranscendente, opté por no darle importancia, dejar los recuerdos quietos y aferradas las nostalgias. De cuando en cuando la sonrisa se escapa, el semblante se relaja y la mirada se evade al placer del sentir ajeno, que este año me ha parecido más auténtico, más voraz y algo cómico.
Me olvidé, a fe que soy sincero, que el evento irremediable del 26 de diciembre era que cumplía años, cuarenta y nueve para los que me lleven la cuenta. Se pasaron como un suspiro, entre felicitaciones de los amigos que he dejado desperdigados por Barcelona, Granada, Salamanca y nuestra encantadora Pontevedra. De los nuevos recibí ilusiones renovadas, de los viejos la ternura y paciencia que siempre me regalan.
¿Por qué será que cuando uno cumple años se deja seducir por el temible ejercicio de hacer balance del año transcurrido? Quizá por empezar con "buen pie", hacer algo así como "borrón y cuenta nueva", lanzar un tímido suspiro y susurrarse "lo mejor está por llegar". Esto último empieza a irritarme, a pesar de que ayer encarrilé una conversación hablando de las ilusiones futuras como contrapartida a la incapacidad de lidiar con las realidades presentes, hoy me lo cuestiono, porque irremediablemente somos humanos. ¡Lo niego todo! Exclamé. En esta escabrosa autocrítica me solazo en lo NO conseguido como objetivo prioritario para el siguiente año, sin más: "Asignaturas pendientes". En lo conseguido en relación al año postrero, suma y sigue. ¿Sin más? Parece que sí. De las ilusiones cumplidas, a pesar del esfuerzo, no me siento satisfecho. Hace treinta años ni siquiera lo dudaría, por aquel entonces me tenía una paciencia ilimitada, hoy sonrío, tomo un poco de aire y sigue el caminar.
Pasan los años y se derrama la vida toda, que conste que en las letras no hay pretensiones de atisbos melancólicos, aunque pudiera parecerlo. Que pasen los años, sí, pero percibe cada uno de ellos con sus riquezas y sus miserias, que formen parte de ti, te ensalcen y te derrumben, sin dejar de sonreír y estremecerte. ¿Y entonces? Entonces siempre vale la pena, dejas alguna huella y al amanecer –simplemente- te despiertas.
Tengo un amigo que arrastra sus ochenta y dos años con pena. En estos días, como en los pasados, tiene por buenos oficios felicitar las amistades. Para ello hace uso de sus desvencijadas agendas (¡tres tiene!), armado de paciencia, escudriña atento, las gafas arremangadas a la mitad de la nariz, sus ojos azules brillantes otean sobre el papel amarillo y gastado, mientras musita: "Pobre, este ya se nos fue", "Lástima, fulanito, qué mala enfermedad tuvo", "Y citanito, parece que va a entrar por la puerta en cualquier momento". Tres llamadas hace, su interlocutor le pregunta y él contesta: "Pues vamos tirando, hombre. ¡Qué Dios aprieta pero no ahoga!". Ni media hora pasa, se acomoda las gafas, y desde la más profunda tristeza me dice, con la voz aturdida y quebrada: "¡Estebiña, si es así lo que me queda, mejor apaga y vámonos!". En esos cinco segundos que no sabes ni qué decir, sigo pensando que soy un crío, que me queda mucho por crecer, pero con estas "filosofías" los amigos de corazón nos batimos, con valor, contra marejadas y marejadillas: "¡No diga usted barbaridades, que nos queda mucho por hacer!". La vida se sonríe, mi amigo suspira y yo atraganto el llanto.
¡Tenemos tanto que aprender y tanto que soñar! Nuestra sociedad avanza a trompicones y encuentra soluciones, algunos parches, demasiados baches, mientras los años desesperan a aquellos que viven la vida por los días vencidos. ¡Y no me da la real gana de que nuestros abuelos suspiren resignados enfrente de los otros que les dicen a dónde ir, cómo vivir e incluso cuándo morir!
Mi octogenario amigo me relataba que hacía diez años había pedido una línea de crédito a su banco de confianza, y se la negaron por tener –por aquel entonces- más de setenta años. "¡Hasta los sueños nos arrebatan, Estebiña!". "¡Soy libre y cautivo de mi propia longevidad!". No me satisface pensar que los "mata ilusiones" son los mismos quienes dentro de treinta años sufran igual ostracismo y peor olvido. ¿Así es la vida? ¡Ni hablar! Así se la prostituye, así se la juzga, condena y, finalmente, culmina en el cadalso de la resignación más desesperada.
El devenir del tiempo me ha dado alguna sabiduría, cierta madurez, algo de compromiso, que te traten de "usted" y que algún camarero de la "vieja escuela" te espete: "¿Qué desea el señor?". Por supuesto que no te acostumbras, pero todo se andará. ¡Me obstinaré en NO resignarme! Que dicho así suena algo extremo, digamos un inconformismo educado y cortés, de impecable semblante y mejor talante.