Alexander Vórtice
Día de año nuevo
El día de año nuevo llega al amparo de la llovizna y de los deseos que quisimos -sin conseguirlo- llevar a buen puerto.
Los años que ya han pasado, que ya hemos (sobre) vivido, se resumen en el día 1 de Enero, a media tarde, cuando el silencio de las aceras es abrasador y la letra de aquella mítica canción del grupo irlandés U2 se muestra severamente adecuada para alimentar añoranzas:
Bajo un cielo rojo como la sangre
se ha reunido una multitud vestida de
blanco y negro.
Un brazo entrelazado, los pocos elegidos,
los periódicos dicen, dicen que es verdad,
que es verdad
y podemos abrirnos paso.
Aunque divididos en dos podemos ser uno,
empezaré de nuevo, empezaré de nuevo.
Ah, y quizás es el momento justo...
Ah, quizás esta noche
estaré contigo de nuevo...
Pasa una vida entera y llega el silencio ácido, la neurona estresada y la batalla ganada. Pasa el terciopelo que rozó nuestra piel en la niñez y enseguida conseguimos habitar en paisajes remotos donde el desorden es una forma de alimentar la inocencia perdida o la desnudez de un día calcinado por los rayos ultravioletas.
El año que comienza es la antesala de un nacimiento y el quebradero vetusto de una muerte condenada al olvido. Debo reconocer que aún respiro el aire gris de Dublin y tarareo "New year's day", cual madre primeriza que le da el pecho a su bebé creyendo que para a su criatura sólo le esperan días gozosos, sin sombras ni enemigos.
Pasan los días y las marmotas aún amanecen tiritando a causa de las nevadas nocturnas. Pasa la vida que no has vivido y la vida que tuviste que dejar de vivir por motivos de "guerra interior" o, tal vez, a consecuencia de la "contienda exterior" (sitiado por un sin fin de contradicciones, normas sacadas de un saco roto y alimentos espirituales que te van dando la energía necesaria para ir tirando hacia la cuestión que se establece en ese "¿hacia dónde nos dirigimos?").
Se quiebran los almanaques y las cisternas añaden su huella humeante frente al espejo del cuarto de baño. El día de año nuevo la luna aparece de improviso y los jóvenes duermen una borrachera contundente, un mal coito y un amor que, a eso de las seis de la mañana, resolvió dejarte tirado por motivos vomitivos o de aburrimiento.
El día de año nuevo yo repaso la idea que decidí descartar al toparme con otras ideas que se antojaban, en inicio, más nobles. Ojeo los poemas desobedientes que jamás escribí, brindo con la lírica que añadí cautelosamente en mi cuaderno de demoras, alabo a los autores que mordieron mi mente con sus sabias reflexiones, rezo por los amigos fallecidos y/o perdidos y mastico en mi mente la frase de Albert Schweitzer:
"Con veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado; con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen".
Así pues, cual acto de repaso vital, yo les sugiero, estimados lectores, que se miren fijamente al espejo durante unos segundos y se hagan una idea de qué rostro es el que ostentan en este preciso momento.