Bernardo Sartier
Arruarreixu
Con gorro de Papá Noel canta una empalagosa canción navideña ese pontevedrés omnipresente, archiconocido por su voz de megáfono enloquecido. Bajando la cuesta de Afar se cruza con una rapaza y la piropea con esa voz cazallera que es mezcla de la niña del exorcista y Paco Umbral: “Mari, que buena estás ¿me das un beso?”, y luego mira a un pavero que pasa por allí y lo interpela mientras las palabras arañan su faringe: “¡Tú que miras! ¿Tienes algo que decir en contra?”. Y el reconvenido calla y sigue su camino, desconcertado por la espontaneidad arrogante del nota y porque, es verdad, la belleza de la niña es irrecurrible.
Reina en nuestras plazas bramando su naturalidad y hablando de su libro, que es breviario de dos peticiones (tabaco y guita) y un alago a las féminas. (Aspira, merecidamente aunque en otro registro, a la toma de posesión del trono vacante de Neno, que también gustaba del “Mari” como apelativo genérico a las mujeres. Porque Neno era un demócrata y no discriminaba: todas eran Mari). A veces pide cuartos, pero la vida se le va en piropos sin que las feministas lo interdicten, acaso conscientes de que la locura sobrevuela el nido del cuco de su cabeza. O no.
A lo mejor es un cuerdo desprejuiciado al que se la fuman los convencionalismos sociales, esa férula férrea que un provincianismo reduccionista y cateto impone a los modales. Al fin, dónde ubicamos la frontera entre salud y enfermedad mental. Recuerden: Agarrado a la verja miraba uno desde el interior de un siquiátrico a los viandantes, y preguntaba muy serio…“¿sois muchos ahí dentro?”. Y quizá tenía razón, porque el verdadero psiquiátrico es la calle, no el hospital. Cuerdo desprejuiciado o enajenado inofensivo, gorronea tabaco con la naturalidad del que se sabe presa de una indigencia endémica, y acojona, con esa voz hecha caverna, a quien no lo sabe manso.
Manolito, el larguirucho que le zurraba a la zambomba frente a la Casa de la Oliva las pasadas navidades (“navidad, navidad, dulce navidad”) mira por el retrovisor al nota tronante y hasta ha desplazado su teatro de operaciones a los aledaños de La Navarra, quizá pelín acomplejado por el brillo de la nueva estrella pontevedresa; consciente, tal vez, de que en materia de extravagancia también los protas atrabiliarios tienen su moda y un ranking en el que suben a los cielos de la fama local o descienden a los infiernos de una irrelevancia como de anciano abandonado. Manolito fue muy popular en Pontevedra. Hace años un hijoputa le colgó un cartel del cuello: “Soy guapo, me quiero casar”. Y Manolito, pobriño, lucía orgulloso su cartel con la esperanza de que aquella tirada de tejos, pública e indiscriminada, diese sus frutos.
Supongo que la guapura de Manolito es opinable, aunque no su naturaleza angelical, porque Manolito es un ángel si bien que adornado con un punto de reprís, gota de irascibilidad en el océano de su carisma. Un día le dije en la pastelería Solla, otro de sus campamentos favoritos, “buenos días, Manolito”, y me miró muy serio y dijo “Manolo, si no le importa”, y fue como si me hubieran echado aceite de hígado de bacalao sobre el cruasán.
Pero hablemos de lo viral. “I want to wish you a merry christmas” ¿recuerdan? la empalagosa tonada que tarareamos como cobayas enloquecidos en la rueda del todos los años, y que nuestro protagonista de vozarrón acojonante transforma a su modo. Y así el “I want to wish you” lo convierte en “arruarreixu”, y luego sigue un “a merry christmas” que casi se entiende. Y yo me quedo con esa traducción made in Punta do Morro del “I want to wish you” y la inscribo en el registro de la propiedad de nuestros modismos, como “toro” (de merluza) o “reseso”, y entonces ya no deseo felicitarles las navidades sino decirles, sin más, “arruarreixu”. Y hasta creo que nuestros políticos deberían utilizar el “arruarreixu” como coletilla indisculpable, como fórmula estilística para que cuando Pablo Iglesias interpelase a Rajoy por el desempleo, por ejemplo, Mariano contestase “arruarreixu”; y Zoido se explicase, por lo de la mierda de cena de nochebuena de los maderos del Piolín, con un lacónico “arruarreixu”; y Pontevedraviva debería transformarse en PontevedraArruarreixu y la Quirón adoptar como razón social “Clínica Arruarreixu”.
Y en ese nuevo mundo yo ya no diría “con la venia”, sino “arruarreixu y Lores, cuando Moreira le sacase lo de la empanada de Otegui con Carmen da Silva, simplemente contestase “arruarreixu”, Jacobo. Error histórico no haber remedado a Los Ángeles con nuestro particular Paseo de la Fama en la calle de La Oliva, un suelo donde nuestras estrellas, una vez puestas las palmas de sus manos en el cemento fresco, se hiciesen eternas. Y así, desde Correos a la Plaza de la Peregrina iríamos leyendo Neno, Sangre, Adonis, ManopIas, Ismael Patata, Matagusanos, Finoca, Luis el Limpiabotas, Amparito, Soledad la de Marcón, Pescadilla, Michelín, Carroñas, Crisantito Conachas y todos los que, mansos de corazón, iluminaron la infancia y arañan hoy nuestra nostalgia.