Marisa Lozano Fuego
Cómo tallar un corazón
El otro día me entregué a la tarea de construirme un corazón. Quería uno de material resistente, resistente como la goma, para que la pena le rebotara. Quería que fuera de esponja para poder escurrirle las lágrimas.
Trabajé, trabajé de noche con diversos materiales y haciéndome callo en las manos. Se me rompían las uñas y había esquirlas de corazón por todas partes, rojas, amarillas, violetas (nadie sabe cuántos colores puede tener un corazón)…arterias marrones, mestizas, desdibujadas, rosa pálido. Tampoco se conoce los lenguajes que hablan, me volví loca tratando de programarle un diccionario, la RAE no bastaba, hacia conceptos como je t´aime, ich liebe dich, incluso gestos con las manos, y todos significaban lo mismo.
Cocinar bizcocho, un abrazo, tomar una mano en el hospital…el corazón se arrugaba, envejecía, me mostraba en tecnicolor escenas familiares, llanto… a cada latido brillaba.
El corazón se me escapaba de las manos, era el estandarte de todos los corazones del mundo, del dolor, de la furia, la poesía, del cariño fraterno y del deseo…no podía reproducirlo con mis manos, como es imposible clonar a un ser humano a la manera de un ordenador. Trabajé y trabajé, me arranqué el mío el pecho a ver si servía de modelo, pero era tan contradictorio, tan frágil, tan ferozmente vainilla…se derretía fácilmente, cometía los mismo errores, la gente me decía que era "bueno", pero durante toda mi vida en la Tierra, eso no había sido un valor añadido…
La frustración cada vez era mayor, y resolví construir un corazón de piedra, eso, eso. Eso es lo que la mayor parte de la gente quiere, eso es cuanto dicen que no daña y permite a uno estar protegido. Eso es cuanto te permite defenderte de aquellos que te traicionan, a veces sin querer, y eso hace que no duela. Eso hace que no les falles por emotividad excesiva, o por no saber ordenarlo. Eso hace que no sientas amor, dolor o ganas de expirar. Todos aseguran que tienen uno, critican tanto la blandura que no me iba a quedar atrás.
Así que arremetí con mi escalpelo, quitándole recuerdos y nostalgias, despojándole de besos acumulados, de salivas, de nombres, de promesas. Me felicité por el resultado, creía que ya estaba: una piedra de cuarzo perfecta, casi traslúcida, que opacaba la ternura y no dcejaba pasar el dolor. La sumergí en agua. Se hundía. La hidraté con besos. Resbalaban. Traté de golpearla.
No lloró, no se deformó, apenas se le escaparon diminutas láminas. Le puse un programa de la dos, no latía. Lo senté frente a una pizza de queso.
No salivaba.
Empecé a preocuparme en serio, la tres quesos siempre fue religión. No podría seguir viva con un corazón así. Me sentí Poe (a veces me pasa, sobre todo cuando retumba algo debajo de mis pies. Luego me doy cuenta de que son los vecinos, y se atenúa mi neurosis.)Pero esto era un caso real: mi corazón de cuarzo se ahogaba, destrozaba mis arterias y luchaba por abrirse camino en el maremágum de carne. ¡No lo entendía!
Me habían dicho que era muy práctico. Que podía combatirlo todo: el odio, la envidia, la ira, la fragilidad tan sublime del amor sin condimentar. La nostalgia de mis difuntos, la insoportable levedad del ser. Pero carajo, NO LATÍA.
Me dispuse a idear un plan. ¡Tanto trabajo para nada!
Nunca me ha gustado currar en vano. Tomé medidas (eso de los metros automáticos, un rollo, me rebotan todos, así que lo medía a dedo. Tengo diez (suficientes)….
Decidí seguir una receta casera y reciclar mi viejo corazón. Siempre es más ecológico. Dicen, para qué cambiar si funciona. El caso es que el de piedra funcionaba aún menos … y no existe una máquina perfecta. El caso es que los dos podían reventar de un infarto, así que opté por ser conservadora (las esquirlas me destrozaban y sentía frío por dentro, frío mío, frío de ellos…siempre he sido bastante esponja).
Así que abrí el cajón y ahí estaba. Latiendo tímido y muy fiero, también un poco taquicárdico. Lo miré con rabia y cariño. Le tomé en mis manos, sangraba. Supuse que era lo que debía hacer un corazón. Ahí estaba, la cicatriz del antes, y la nostalgia del ahora, y todas, todas esas cosas que parecían válvulas marchitas. Me abrí el pecho con una cuchara (los cuchillos me dan pavor, desde que vi Psicosis, en la ducha pongo neones)…y hala, adentro.
¡LATÍA! Seguía lleno de remiendos, inseguridades, poemas. Traumas, culpas, y sis, te quieros. Lloraba, reía, temblaba. Me empezó a recorrer la sangre y los recuerdos de los que se fueron, los que se quedaron, la aurora de tantos Domingos mirando las mismas estrellas.
La terrible fragilidad, la fortaleza que Mamá me enseña..y supe que ese era, ese mismo, no otro.
Podría fabricarme uno más duro, o más canalla, o más práctico, pero definitivamente no sería mi corazón. Y tampoco sería capaz de acoger a nadie. Y siempre he pensado que un corazón debe tener una antesala grande, con sofás viejos y una chimenea para sentarse a conversar.
En mi viejo corazón cabían las palabras gracias , por favor, y lo siento.
También el humor, la esperanza y las ganas de perdonar. En mi viejo corazón abundaban las ganas de enamorarse a pesar de ser remendado tantas veces que daba horror. En mi viejo corazón albeaba un arco iris de sueños tan locos, tan raros, tan míos…
¡Sí, sin duda, ERA ÉL!
Algún día se pararía y otros se ahogaría de ternura, quizás no soportase la vida igual que un corazón de roca, de cuarzo, de papel albal.
Pero siempre he pensado que mejor malo conocido, y la piedra no pega bien con mis venitas insumisas.
Me cosí el pecho con regaliz y salí Ahí Fuera. Todavía no sé lo que he hallado, pero sin duda mi viejo corazón recuerda cómo es un latido.
Así le dije: "Viejo, caminemos".
Hizo "pum", y apresuré el paso.
A cada paso, sentí que volvía al mismo punto de partida.
Y que extrañamente, avanzaba.
Supuse que al fin ese era el único camino.
Mal que pese, duele o escueza, me gusta obrar….de corazón.