Rodrigo Cota
Francisco y el relativismo
Me caía bien el Papa Francisco hasta el otro día, que se reunió con Benedicto XVI e inmediatamente asumió el discurso contra lo que la Iglesia llama "la dictadura del relativismo moral". Esa tesis fue muy difundida por Benedicto aun siendo cardenal Ratzinger, y su formulación se puede resumir con brevedad y simpleza, que es lo mío: nada en esta vida es relativo, y por tanto, cada acción provoca una reacción y esa reacción será tan buena o mala como la acción que la provoca. Más simple todavía: las malas acciones tienen consecuencias negativas y las buenas acciones consecuencias positivas.
Y es verdad. Todos, o casi, asumimos sin conflicto esa tesis y actuamos consecuentemente a diario, o lo procuramos. Y es cierto que el relativismo moral nos puede llevar a ignorar ese principio desde la base de que todo es relativo y por tanto las consecuencias de nuestros actos no dependen de su bondad o su falta de ella, sino de una respuesta aleatoria que desconocemos a priori, lo que nos llevaría al caos, y de hecho nos lleva.
Así pues, yo soy el primero en pensar que el relativismo es nefasto. Pero dado que no existe una conciencia colectiva y consecuentemente cada uno de nosotros tiene su propio concepto de lo que es bueno y lo que es malo, el discurso antirrelativista se vuelve pernicioso en cuanto alguien, en este caso la Iglesia, decide indicarnos qué es bueno y qué es malo. Su alegato emana de unas escrituras supuestamente sagradas de las que se han extraído una serie de dogmas inamovibles e igualmente sagrados, según dicen. Todo lo sagrado hay que recibirlo con extremo cuidado, ya que no se presenta como algo discutible. Es entonces cuando la dictadura del relativismo se transforma como por arte de magia, o lo pretende, en dictadura del antirrelativismo, pues la Iglesia dispone, un ejemplo, que las relaciones sexuales tienen la concepción como finalidad única, que no última, y por tanto el uso de preservativos es inaceptable en todo caso, aunque eso suponga que millones de personas contraigan el SIDA o que en África haya mujeres que tengan una docena de hijos que morirán de hambre.
Por eso, de este nuevo Papa Francisco, tan revestido de simpatía y naturalidad, esperábamos que ajustara el discurso de su antecesor, entre otras cosas porque proviene de una zona donde la Iglesia se ha encontrado con una realidad tan alejada de la que han vivido en Europa todos los papas que han precedido a Francisco desde hace dos mil años. Y por eso causa una grave decepción comprobar que nos espera otra vez más de lo mismo: la discriminación de mujeres y homosexuales; la perpetuidad de la pobreza y de la injusticia; la negación del individuo como ente con conciencia autónoma y la imposición de una moral trasnochada y de una retórica destructiva.
26.03.2013