Luis López Rodríguez
Jugada maestra
Desde entonces hemos vuelto a vernos unas cuantas veces, siempre en bares y siempre a horas intempestivas. Pero hace un par de semanas me llamó por teléfono preguntándome si me apetecía pasar por su casa y ver un partido de fútbol. Me sorprendió bastante, no sólo porque nunca nos llamábamos, sino porque, hasta donde yo sabía, a él nunca le habían interesado los deportes. Aun así, acepté. Compré un pack de seis cervezas y me planté en su casa. Una vez franqueada la puerta, la palabra caos y la palabra locura se me aparecieron intercaladas por la palabra mierda. Allí sólo podía vivir un chiflado. Además de la cantidad de papeles y basura, me llamó la atención ver dos televisores encendidos con sendos partidos de fútbol.
No esperó mucho para sincerarse: necesitaba dinero. La situación tenía que ser muy grave, ya que además de no tener tanta confianza conmigo, sabía que yo siempre he sido más pobre que una rata.
Estaba enganchado a las apuestas deportivas. Al principio había financiado su adicción con su sueldo de comercial de pescado; una vez perdido el empleo, continuó haciéndolo gracias a las facilidades para el endeudamiento que le ofrecían las empresas de microcréditos. A partir de ahí la espiral no había hecho más que crecer, ya que al necesitar más dinero para saldar sus deudas se veía obligado a hacer apuestas cada vez más arriesgadas, haciendo el bucle infinito. Ahora ya había sobrepasado todos los límites y necesitaba dinero para seguir apostando y remontar el vuelo, en sus propias palabras.
Le pregunté si siempre había sido jugador. No, hacía apenas tres años que había abierto su primera cuenta en una de esas páginas que anuncian las estrellas del deporte. El gancho, para él, había sido un bono de 150 euros que ofrecía la página sólo por registrarse. Lo que no le explicaron en un principio fue que tenía un plazo de un mes para gastarlos y sólo en apuestas arriesgadas. Lo que tampoco le dijo nadie es que en el caso de haber ganado, lo requisitos para poder cobrar, lo convertían en tarea imposible.
Una vez aclarado que no estaba en condiciones de prestarle dinero, perdió el interés en la conversación y se puso a ver los partidos mientras tomaba anotaciones. Apuré mi cerveza y me largué de allí.
El de Jony no es un caso aislado; según el último Informe Trimestral del Mercado de Juego Online, hay más de 600.00 usuarios activos en las casas de apuestas. Lo cierto es que la estrategia empresarial que llevan a cabo parece el plan perfecto diseñado por un ladrón de guante blanco. Algunas lucen el logotipo de Juego Seguro del Ministerio, tienen alianzas con Universidades y Asociaciones de Adictos -que les sirven a un tiempo como lavado de cara y estudio de mercado-, patrocinan a equipos de fútbol y emiten sus anuncios sin restricciones horarias, deprendiéndose, gracias al respaldo de las instituciones, de cualquier responsabilidad sobre los problemas derivados de la adicción al juego que padecen personas como Jony. Una jugada maestra.