Luis López Rodríguez
Jardines
El mensaje, en apariencia, es claro, redondo, sin aristas. Las cuatro palabras que lo componen bastan para informar al lector de su objetivo. Pero si tratamos de profundizar en el asunto, nos encontramos con que la parquedad del enunciado (PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED) no nos aclara las razones que justifican la prohibición, si bien, la falta explícita de alternativas nos sugiere la conveniencia de su cumplimiento. La prudencia nos ayuda a concluir que en ese jardín es mejor no meterse.
Algo similar nos pasa con la sentencia del Tribunal Supremo que ratifica la condena a tres años y medio de prisión al rapero Valtonyc dictada por la Audiencia Nacional. En efecto, la sentencia declara culpable al acusado de los delitos de enaltecimiento del terrorismo, calumnias e injurias a la Corona. Hasta ahí el relato es sólido (siempre y cuando pasemos por alto que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya advirtió de que el delito de injurias a la Corona no debería existir al no corresponderse al Convenio Europeo de Derechos Humanos). Entonces pasamos a la argumentación para saber en qué manera el condenando ha perpetrado sus crímenes y vemos que el delito en sí lo conforman una serie de frases (algunas muy duras) extraídas de una serie de canciones. A continuación el auto concluye que algunas de las frases mencionadas son constitutivas de los delitos imputados. Fin. No especifica qué frase es constitutiva de cada delito ni por qué, es decir, se nos dice que el acusado ha expresado unas ideas que conllevan una pena de prisión, pero no sabemos cuáles son concretamente esas ideas, ni en qué forma esas ideas se han salido del amparo de la ley. Pareciera que lo que el Tribunal trata de decirnos es que, ante la duda a la hora de expresar una idea que nos parezca demasiado fuerte, apelemos a nuestra prudencia y no nos metamos en jardines.
Tal y como están las cosas algunos nos quedamos, literalmente, sin saber qué decir, no obstante, no nos queda más remedio que seguir hablando y cruzar los dedos por si hemos dicho algo improcedente.
Durante el último año hemos visto como se juzgaban frases sacadas de contextos de humor o sátira, expresiones de mala hostia o indignación, más o menos desafortunadas, más o menos torpes. Es como si la Justicia nos estuviera sometiendo al examen de gramática más difícil de nuestra vida, como si a través de sus sentencias quisiera limar nuestro lenguaje, como si quisiera pulirlo hasta dejarlo libre de asperezas y poder encajarlo dentro de unos márgenes que no incomoden, como si quisiera dejarnos sin alternativas, como si quisiera que a su paso no volviera a crecer la hierba.