Luis López Rodríguez
La mujer invisible
Durante estos últimos días en los que tanto se está hablando de las mujeres, en los que las hemos visto –y seguimos viendo- dando la cara, no dejo de pensar (si es que en algún momento he dejado de hacerlo desde que la vi) en lo audaz de la película La mujer invisible de Noemi Chantada, y en lo acertado de su título.
La mujer invisible existe, pasa a nuestro lado, pero no la vemos porque hacerlo sería como enfrentarnos a un espejo que nos muestra lo peor de nosotros mismos. Aceptar semejante desafío es una hazaña al alcance de muy pocos, y de esos pocos son todavía menos los que podrían salir con buen pie de la experiencia. Por eso sorprende, emociona, cuando encontramos a alguien capaz de enfrentarse a ese espejo y sostenerle la mirada durante años para devolvérnosla sin rastro de rencor; abriendo un espacio aseado, diáfano, habitable, en el que se nos invita a entablar, por fin, un diálogo sosegado con nuestros demonios.
En La mujer invisible todo es y no es lo que parece. Para empezar se nos presenta como un cortometraje y, si atendemos a la duración de la cinta, podemos comprobar que consta, efectivamente, de unos quince minutos, pero una vez que la hemos visto y hemos tenido tiempo para digerirla y repasarla y pasan los meses y ves que puedes seguir estirándola y que nunca se agota, te peguntas si lo que te han vendido como un corto no será en realidad una saga de episodios infinitos o una novela río. La segunda confusión surge a partir de sus personajes, ya que, en principio, la película cuenta con una única protagonista, Luisa; ella es quien ocupa la pantalla y nos va contando su historia, y a medida que ésta avanza, comprendemos que Luisa no es Luisa, sino miles de mujeres sin voz ni nombre ni rostro, miles de personas que nunca pasarán a formar parte de nuestro círculo de amistades, porque la mujer invisible no lo es por voluntad propia sino porque hemos decidido apartarla y negarle el derecho a réplica, porque nos negamos a vernos en pie de igualdad con una prostituta. Ése, (la prostitución) al menos en apariencia, es el tema de la cinta, el cebo que vamos siguiendo mientras se desata en nuestro interior un debate sobre el valor, la dignidad, la marginación, la esperanza y el olvido, preguntas que van surgiendo guiadas por la lucidez de una mirada que no parpadea ni nos juzga y nos conduce, con una naturalidad escalofriante, hasta que conseguimos ver nuestro reflejo en la mujer invisible.
No sé la suerte que correrán los creadores de esta película, Noemi Chantada y Óscar Pardo (el 50% de todo esto en palabras de la directora), si seguirán trabajando en otros proyectos o habrán dado su carrera por finalizada, pero la falta de referencias directas a la situación de estas mujeres en los discursos que en los últimos días reclaman los derechos de todas, me llevan a pensar que la primera película de estos jóvenes vigueses me acompañará todavía durante mucho tiempo.