Beatriz Suárez-Vence Castro
Voces
El pasado ocho de Marzo se produjeron movilizaciones en todo el mundo por el Día Internacional de la Mujer. Rechazo absolutamente cualquier tipo de abuso de un ser humano hacia otro ser vivo, sean mujeres (grandes perdedoras e ignoradas a lo largo de la historia), niños, (víctimas siempre en cualquier conflicto), incluidos los domésticos, otros hombres (violencia por motivo de guerra, terrorismo, etc.) o animales.
He escrito varias veces en esta pequeña ventana al mundo que se me ha dado y que no dejo de agradecer cada día que consigo parirla, -porque escribir es una especie de parto cuando sale de las entrañas- que la Ley contra la Violencia de Género me parece viciada de raíz porque conculca uno de los principios básicos que toda ley debe amparar: la no discriminación.
Esta afirmación mía me ha costado más de un disgusto con alguna de mis amigas mujeres que me consideran una traidora o, en el mejor de los casos, una esquirol. También con algunos hombres que están de acuerdo con ella.
Nada de lo que afirmo en general en mi vida está basado ni en un prejuicio ni en un capricho. Parte de la experiencia de mi paso por el mundo. La propia y la ajena, que es igual de válida para aprender.
Me gusta el trato con los hombres. He tenido la gran suerte de estar rodeada de hombres buenos en mi familia y de formarme en un colegio mixto donde compartí juegos tanto con niños, como con niñas. Disfruté muchísimo con ambos. Quizá sea ése el único prejuicio de base que se me pueda achacar para ver como veo la cuestión de la Ley de Violencia de Género: para mí la mujer y el hombre son merecedores de respeto por igual y entiendo que ninguno ha de pasar por encima de los derechos del otro. De la misma manera los dos géneros deben repartirse por igual las obligaciones dentro y fuera de casa.
Reconozco que he sufrido, como la mayoría de las mujeres desgraciadamente, situaciones de abuso por parte de hombres pero eso no ha impedido que, aun repudiándolo, haya pesado más en mí todo el cariño que los otros, los que sí se pueden llamar realmente hombres, me han dado. De la misma forma, he sufrido comportamientos abusivos por parte de mujeres y no por ello ha variado mi concepto de la mujer.
No son los abusos infringidos a otras personas los que definen nuestra condición de hombre o mujer, sino todo lo bueno que podemos hacer por los demás, todo el amor que podemos dar como seres humanos, independientemente del género.
Los abusadores no tienen para mí género, ni se merecen el calificativo de hombre o mujer, son solo individuos que, por la razón que sea, conviven con los demás arrastrando sus miserias y vertiéndolas sobre ellos. El abusador es una especie deformada del género humano. No se comporta ni como un 'hombre' ni como una 'mujer'. Se comporta como abusador y eso cambia su condición.
Históricamente las mujeres hemos sufrido un maltrato sistemático porque era precisamente el sistema el que lo permitía en las sociedades supuestamente civilizadas y lo sigue permitiendo en las menos modernas. Hace nada en China a las niñas se las mataba al nacer por ser hembras y suponer un lastre para las familias bajo el yugo de la política del hijo único. Todavía seguimos peleando contra la ablación de niñas y mujeres africanas. Ablación. En el siglo XXI y con una Comunidad Internacional encargada de defender los Derechos Fundamentales.
En un entorno más cercano, peleamos por la igualdad salarial con el hombre: nos pagan menos por hacer el mismo trabajo que ellos aunque lo hagamos igual de bien. Por políticas que amparen el derecho a ser madres, si eso es lo que decidimos, sin tener que renunciar a trabajar. Para poder conciliar el trabajo con el cuidado de familiares ancianos o enfermos. Derechos básicos que están lejos, todavía, debido a una política incoherente y discriminatoria hacia la mujer.
Tenemos que enfrentarnos, además, a muchas rémoras del pasado, a los coletazos de una sociedad patriarcal y machista que se resiste a desaparecer.
Sin embargo, creo, y permítanme todos y todas ejercer mi libertad de expresión, hemos equivocado una parte del camino para arreglar todo eso.
Muchas mujeres, amparadas por la ley arriba mencionada y por una ley social no escrita que decide sibilinamente lo que es correcto o incorrecto, están escogiendo en la búsqueda de la igualdad, la vía de la violencia, quizá no física pero sí agresiva: los gritos, el insulto, el ninguneo hacia el hombre, mentando los ovarios venga o no a cuento, vociferando, dañando el oído y la dignidad de hombres y mujeres que no piensan como ellas, que no se expresan como ellas, que no sienten ese resentimiento ni ese odio hacia el género masculino, aun habiendo sufrido lo mismo que ellas; ignorando cualquier opinión contraria, extendiendo su verdad como un concepto absoluto y universal.
Mi labor como docente me ha enseñado que la manera más eficaz para hacerse entender es a través del ejemplo. Puedo utilizar varios para ilustrar lo que digo, porque son recientes, reales y constatables.
El pasado viernes 2 de marzo, asistí al primer foro celebrado en Pontevedra sobre mujeres columnistas: allí se expresaron opiniones para todos los gustos. Más de la mitad: Rosa Montero, María Varela, Marta García Aller, Anita Botwin y la ilustradora Emma Gascó, me hicieron sentir orgullosa de ser mujer. El resto me abochornó. No ellas, corrijo: sus formas y sus fondos.
Me parecieron opiniones vertidas por voces que hablaban desde el resentimiento, azuzando a otras mujeres contra los hombres, con puestas en escena histriónicas para lograr el aplauso fácil y un discurso lleno de lugares comunes. No asistí a la jornada del sábado.
Por supuesto me he quedado con lo bueno, pero sin perder de vista esas otras voces porque para mí son un ejemplo del camino equivocado e influyen en la opinión de las demás sin empacho ni temor a equivocarse, convencidas de que no hay más que una verdad: la de ellas.
Créanme: existen otras verdades que no se exponen.
Otras, como la de un hombre, al que conocí personalmente, y que, cuando su hija tenía nueve años (hoy es una mujer de más de veinte) habló con ella para escuchar su voz por última vez y se tiró por una ventana, incapaz de soportar el infierno en que se había convertido su vida después de que su última pareja le arrebatara todo lo que tenía y le obligara a cambiarse de trabajo y de ciudad por una denuncia falsa. Se suicidó, cuando podría haber tenido mucha vida por delante, a causa del daño que la violencia psicológica ejercida por una mujer supuso para él.
La voz de su hija, la última que él quiso escuchar, creo estará ahora más cerca de las voces, que ven todo este asunto con objetividad y dolor, el dolor inmenso, en su caso, de haberse quedado huérfana de padre con nueve años, igual que les ocurre a muchas otras víctimas de violencia a las que dejan sin madre. Pero esas sí, salen todos los días en las noticias.
Otra persona, también hombre, a la que conozco desde que era niño está sufriendo un calvario para poder criar a sus hijos, ante la amenaza constante por parte de su ex mujer de llevárselos a su país (en el Caribe francés) y no volver a verlos nunca más. Hace dos semanas pasó 24 horas en el calabozo de la Parda por una denuncia de la madre de sus hijos, amparada por la Ley de Violencia de Género y respaldada por su abogada al presentar un parte de lesiones que posteriormente se demostró falso gracias a la intervención de un perito.
Este hombre pasó la noche más larga de su vida entre rejas y con un sello de maltratador estampado en la frente que le acompañará el resto de su vida.
Estas y otras situaciones del mismo cariz están teniendo lugar también. Aquí, ahora.
Remontándome en el tiempo, cuando el presentador de la Ruleta de la Fortuna, Jorge Fernández, fue elegido míster España, relató en una entrevista, que estará en las hemerotecas por si alguien lo quiere comprobar, que las mujeres le metían mano por la calle. Cuando él, agobiado, lo contaba, la gente, hombres y mujeres, se reían en su cara. Si esa afirmación la hubiese hecho una Miss España, habría ardido Troya.
Podría poner otros ejemplos que, cuando traigo a colación, mis amigas más radicales en esto del feminismo me dicen que son excepciones, pocos casos comparados con los de las mujeres que sufren violencia. Quizá tengan razón, pero no creo que el hecho de que la cantidad sea menor justifique su existencia.
Hay muchos hombres que no se atreven a denunciar el maltrato al que les somete una mujer porque sienten vergüenza, debido al hecho de que, socialmente, a la mujer maltratada por el hombre se la considera una víctima y al hombre maltratado por una mujer, un calzonazos.
La ley de Violencia de Género está acabando con la presunción de inocencia del hombre.
Vengo de un padre, ya fallecido, que me llenó de amor desde que nací y cuyo último pensamiento estoy segura, fue para mí. Que estudió con las primeras mujeres que fueron a la Universidad en España, que educó a sus hijas como lo hubiese hecho con un hijo: en el esfuerzo por el trabajo y la igualdad, que trabajó codo a codo con mujeres y tuvo en su despacho a una mujer como 'hombre de confianza'.
Comparto ahora momentos de mi vida con un hombre que me quiere bien y sigo teniendo buenos amigos, hombres con los que hablo de todo exactamente igual que con mis amigas. Salvo, claro, cuando hablamos de hombres.
En el mundo hacen falta los dos sexos. No acabemos con uno por defender al otro. Eso ya ha intentado hacerse durante mucho tiempo. La historia hay que conocerla, especialmente para no repetir sus fallos. Ni en la misma dirección ni a la inversa.
Por eso me opongo a la oposición vociferante que parece querer sustituir el patriarcado por un matriarcado igual de parcial y con una conducta igualmente abusiva que no acaba con la violencia si no que únicamente sustituye el maltrato físico por el verbal, sin perjuicio además de que llegue a ser también físico en ocasiones.
Reclamo la igualdad de derechos para la mujer, su realización plena en todos los aspectos de la vida: laboral, sexual, familiar. Quiero que tengamos lo que nos ha sido arrebatado durante siglos por hombres y mujeres que han formado parte de una sociedad machista y obsoleta.
Quiero hacerlo, sin embargo, utilizando mi propia voz y dejando utilizar la suya a muchas otras mujeres que, como yo, prefieren emplearla para hablar en lugar de vociferar. Voces tan de mujer como las que gritan, que no quieren ser iguales que el hombre, si no que se les reconozcan los mismos derechos que a ellos, pero sin que haga falta pasarles por encima, borrarlos de la faz de la tierra. Mujeres que no entienden un Feminismo que juzgue su feminidad.
A mis compañeras más exaltadas les diré, con todo respeto, que perseguimos lo mismo, pero de distinta forma. Conseguiremos un mundo igualitario el día que hombres y mujeres sepamos convivir pacíficamente, realizados ambos, ocupándolo a un cincuenta por ciento y dejando a las generaciones futuras un legado de entendimiento y paz.
Llamar a las armas aunque sean 'armas de mujer' no deja de ser un llamamiento violento y, además estéril, porque con él se destruye en lugar de construir. Las armas utilizadas en cualquier guerra, están también obsoletas. El ser humano no crece si se alimenta de rabia.
Les pediría también que respeten mi voz, y las voces de otras, tan mujeres como ellas, a las que juzgan de tibias o cobardes. Explicarles que, esa suavidad que tanto les molesta, no es más que un puño de hierro envuelto en guante de seda. Tiene la misma fuerza que sus puños al aire.
Decirles que no vamos a consentir que nos hagan a un lado en una lucha que también es nuestra, por mucho que ellas se la hayan apropiado solo para sí y hayan decidido que solo se puede luchar a su manera. No somos sus enemigas, ni las enemigas del hombre al que se oponen con tanto ahínco y que nosotras sí aceptamos como compañero en el mundo.
También somos mujeres como ellas, también existimos y llevamos la misma razón.
La actualidad, mucho mejor maestra que yo, trae la espantosa noticia del asesinato de Gabriel, el niño desaparecido en Níjar. A Gabriel lo mató la pareja de su padre (una mujer) y escondió su cuerpo en el maletero de un coche donde lo encontró la policía. Un niño varón asesinado por una mujer es un caso que no podrá juzgarse como Violencia de Género.
Solo espero que sobre su asesina caiga todo el peso de la ley, exactamente igual que sucede cuando el asesino es un hombre y la víctima una niña. Los dos hechos son igual de deleznables. La diferencia es que, en igualdad de condiciones, uno es reconocido y amparado por una ley específica y el otro, no. Como para hacerle la ola a nuestro Poder Legislativo.