Manuel Pérez Lourido
Asesinato en prime time
Muerte envasada telemáticamente. Desgracia retransmitida, desazón envuelta en titulares. Una sopa de letras amarga que se sorbe entre la curiosidad y el escalofrío.
De tarde en tarde, pero siempre más pronto que tarde, un suceso macabro sacude la monotonía informativa, aupado por el morbo y la simpatía hacia las víctimas. Suele ser algo con lo que resulta fácil identificarse, un asunto de esos que "le puede pasar a cualquiera", una pena que observar que ojalá no tengamos que sufrir. Con ese alivio de que no nos está pasando a nosotros, con esa leve angustia de lo frágil que es todo, con esa empatía básica por el dolor ajeno cuando es accesible y verificable, el país entero se entrega a la causa. Los medios de comunicación despliegan una actividad frenética en busca de las mismas frases, similares enfoques, argumentaciones repetidas y parecidos análisis. Por el camino se resfría la ética, luego pilla neumonía y termina intubada y en la UCI.
No se apuesta por las medias tintas: hay víctimas de manual y malos malísimos. Impera el trazo grueso, el dedo acusador. No es la temporada del investigador de matices, quien pretenda una exégesis del contexto quedará sepultado por un aluvión de argumentos. Se juzga sin juicio y se culpa sin defensa. En última instancia, una palabra envuelve el lejano halo reservado para la misericordia: "psicópata". Un concepto para explicar lo inexplicable, para traer algo de luz, aunque sea la del fondo de un túnel, a un momento oscuro. "Es un psicópata", "es una psicópata", es el único mantra al que agarrarse para no precipitarnos en la total desesperanza, en la absoluta incomprensión de lo que somos como especie.
Especialmente repulsivos resultan algunos movimientos en torno a las víctimas y los depredadores: esas tertulias vespertinas que reúnen a unos cuantos nigromantes en torno a las vísceras del crimen. Esas opiniones hechas con la boca llena, próximas al eructo y que, desde luego, provocan náuseas en cualquier observador medianamente sensibilizado. Los mismos que ayer despellejaban a un colega o al primo del tío de una amiga, hoy debaten con el rictus de las desgracias sobre asuntos que les quedan grandes y sobre los que se permiten elucubrar solo porque tienen una boca y un altavoz. Miserias dentro de la miseria, despachando urbi et orbe qué pensaba hacer la asesina, adónde pensaba huir y cuáles eran sus intenciones una vez logrado su objetivo. Nunca la tecnología estuvo tan al servicio de la estulticia humana.
Al fondo, borrándose, desdibujándose, a solas con su dolor que es lo único evidente, los familiares de las víctimas doblan el recodo de la actualidad para sumergirse en un balsámico anonimato que jamás debieron haber perdido.