Luis López Rodríguez
Tripas
Después de quince años se le seguían revolviendo las tripas cada vez que los escuchaba acusar a otros de proteger a asesinos, de pedir y proclamar independencia para el trabajo, y respeto a las decisiones y resoluciones de jueces y fiscales. Quince años. Quince años al servicio del Sargento Gibson, el Capitán Wolford y el Teniente Coronel Philip de Camp, utilizando a la Fiscalía como defensa, evitando que la policía o el CNI interviniesen en las investigaciones, presionando y difamando a jueces para que no fueran más allá, permitiendo que la policía no cursara la orden de detención internacional dictada por la Audiencia Nacional contra los tres presuntos asesinos, cambiando la ley en el último momento para dejar sin validez el dictamen del juez Santiago Pedraz y propiciar que el proceso por crímenes de guerra con víctimas de nacionalidad española no pudiera volver a llevarse a cabo. Quince años. ¿Dónde estaban los grandes titulares pidiendo el linchamiento de los presuntos asesinos y reclamando responsabilidades a los cómplices de su impunidad? Algunos silencios son más elocuentes que el mejor de los discursos.
El 8 de Abril de 2003 amanecía duro en Iraq, el ejército estadounidense lanzaba dos misiles a primera hora contra las oficinas de Al Jazeera en Bagdad matando al reportero Tareq Ayyoub e hiriendo al camarógrafo Zouhair al-iraqi. Las oficinas del canal Abu Dabhi TV también serían objeto de un ataque aéreo dejando otros dos periodistas heridos, y hacia el mediodía de ese mismo 8 de Abril, un tanque estadounidense que llevaba horas sin variar su posición en un puente sobre el Tígris disparaba sobre el Hotel Palestina en el que se alojaba buena parte de la prensa internacional sin que mediase agresión previa (ni posterior) desde el hotel o sus inmediaciones como en una primera versión trataron de justificar desde el ejército americano. Las consecuencias de ese ataque son bien conocidas por todos: el periodista ucraniano de Reuters Taras Protsyuk y el camarógrafo de Telecinco José Couso perdían la vida y otros tres periodistas resultaban heridos. A lo largo de ese abyecto 8 de Abril todas las conexiones en directo no estadounidenses desde Bagdad eran apagadas. Se imponía la ley del silencio, un silencio del que, quince años después, el Gobierno español sigue siendo cómplice.
Otra vez Abril, <<el más cruel de los meses>> según T.S. Eliot, y se le seguían revolviendo las tripas al ver aquellos rostros, aquellas expresiones de suficiencia y superioridad moral cada vez que hablaban de la humillación de las víctimas sin que se les cayeran todos los dientes de vergüenza. Ellos, que atizaban con la bandera española a cualquiera que no apoyase sus iniciativas, eran capaces de cambiar leyes y dejar tirados a sus compatriotas ante los abusos de los ejércitos de sus aliados políticos. Ellos, capaces de pedir el endurecimiento de las penas para los crímenes más graves en aras de la Justicia (así, con mayúscula) tras haber reventado el concepto de Justicia Universal y hacer saltar por los aires los acuerdos de la Convención de Ginebra.
Ellos, quince años después, dando lecciones de moralidad, una moralidad muy parecida a la falta de escrúpulos y conciencia, una moralidad enferma que les permitía llorar ante el cadáver de José Couso al tiempo que seguían echando tierra sobre su memoria. Quince años después seguían ahí para destrozarle las tripas.