Beatriz Suárez-Vence Castro
Salomón
La historia del sabio Salomón que reinó en Israel hacia el año 970 A.C. a quien su pueblo tenía en alta estima y a quien hoy seguramente no haríamos ni caso, me ha venido a la mente estos días con el bochornoso espectáculo que han dado nuestras dos reinas, la emérita y la actual.
Siempre he defendido a la reina Sofía que, en mi opinión, siempre ha sido y sigue siendo la única reina que ha tenido España.
No la he defendido por haber sido reina sino porque ha sabido estar a la altura de las circunstancias que la vida le ha traído, no siempre fáciles, por mucho que la gente se empeñe en pensar que la vida en los tronos supone una existencia regalada. Quizá sea cierto técnicamente, pero hay regalos envenenados.
Admiro a Doña Sofía porque me parece que posee la mejor cabeza y el mejor corazón de los que circulan en esa casa, tan extraña como otra cualquiera, que es el Palacio de la Zarzuela. Siempre ha estado en su lugar, siempre con una sonrisa, fuese cual fuese el panorama. Tuve además ocasión de comprobar personalmente su cariño, auténtico, hacia los animales. Y me conquistó.
Sin embargo, incluso los mejores cometen errores.
En la misa de Pascua en Palma, que tanto ha dado que hablar, se equivocó en varias ocasiones: La primera de ellas cuando se dirigió precipitadamente hacia la cámara que la enfocaba para sacarse una foto con sus nietas en un momento que no correspondía, saltándose a la torera un protocolo que conoce desde niña. La segunda equivocación fue hacer frente a una Letizia, (me cuesta llamarla reina) aparentemente calmada pero fuera de control, rasgo de carácter de esta mujer que ya empieza a ser preocupante por lo que pueda suponer para los españoles.
No es la primera vez que Letizia con zeta mete la pata en público pero sí es la primera en que lo hace tan a las bravas, utilizando a su hija Leonor que, por muy heredera al trono que sea, no deja de ser una niña.
A Leonor entre su madre y su abuela le han dado la Pascua. Su abuela- siento decirlo- también, porque dada la tensión" reinante", habría tenido que poner la tranquilidad de su nieta por encima de todo, y haber claudicado, aunque fuese en público, ante el disparate perpetrado por Letizia. Pero no contenta nuestra reina emérita con el aviso del interior de la Catedral, tuvo que volver a intentar pelear por el cetro, que en este caso era la pobre niña, en el exterior. Tercera metedura de pata de Doña Sofía y nuevo remango de Letizia con zeta.
El verdadero valor de un rey o reina se demuestra más en lo que decide perder que en lo que intenta ganar.
Lo que subyace en el fondo del affaire de Palma, que no es tan banal como pudiera pensarse, es una lucha de poder entre dos mujeres. Una de ellas no se resigna a perder el trono y la otra quiere apartarla de él para sentarse en su lugar y taparse bien con el manto de armiño. Un trono rebajado a la categoría de silla musical: cuando la música deja de sonar, gana la se ha sentado primero.
Han hecho el ridículo más espantoso, pero han hecho otra cosa mucho peor: utilizar a una niña para conseguir sus fines.
Doña Sofía y Leticia con zeta no han sido en Palma, a mi manera de ver que difiere mucho de lo que se ha expresado estos días, abuela y madre, porque no han pensado en el mal rato que le estaban haciendo pasar a la princesa Leonor. Han pensado, simple y llanamente, en acaparar protagonismo y hacer suyo el momento, olvidándose de que estaban en público y olvidándose de los sentimientos de una niña que a sus once años tiene edad suficiente para enterarse de casi todo y a la que probablemente hicieron pasar, innecesariamente, uno de los peores ratos de su vida pública.
La utilización de los niños por parte de los adultos está tan instalada en nuestra sociedad que ni sorprende, ni llama la atención. No se ve como un problema y lo es. Muy grave.
Se utiliza a los niños todo el tiempo. En las Redes Sociales, en Publicidad, en espectáculos, en divorcios, en la casa del vecino y en la Zarzuela. Con una falta de respeto absoluta, como si fuesen monitos de feria, trofeos para enseñar o cetros que sostener con orgullo.
Se olvida algo tan obvio como que los niños son personas; jóvenes, pero personas, exactamente igual que los adultos que abusan de ellos. Corrijo: exactamente iguales no: mejores, porque son más puros. Esa pureza es la que les estamos robando los adultos. A ojos vista. Sin pudor. Sin que nadie les defienda. Ni siquiera ese cargo institucional decorativo que es el Defensor del Menor.
La idea de que ser padre o madre te hace menos egoísta no me parece cierta. Solo se cambia el foco: trasladamos el ego a la persona de los niños. Se cambia la frase: "yo, más" por "mi hijo, más". Se proyectan en ellos deseos no alcanzados y se intenta vivir por ellos sin respetar su propia vida. Interferimos constantemente, no para educar y corregirles porque eso, paradójicamente, está mal visto en público y en privado, si no para que hagan los que los adultos quieren hacer.
A los niños les estamos inculcando un concepto erróneo de la libertad. Les sobreprotegemos, no les damos responsabilidades ni les inculcamos el valor del esfuerzo, se lo damos todo hecho, solucionando en su lugar los errores que puedan cometer, les dejamos que manden en casa, que sean caprichosos, que monten un número por cualquier cosa, que no respeten a las generaciones anteriores. Como si eso tuviese algo que ver con ser libres.
En cambio, les atiborramos de tareas extraescolares, les exigimos que sean los primeros en lo que hagan, que lleguen donde sus padres y sus abuelos no han llegado porque tienen la oportunidad de hacerlo.
Es cierto: tienen oportunidades de crecimiento que las generaciones precedentes no han tenido pero tienen que aprovecharlas a su manera y siguiendo sus propios deseos.
La cara de la princesa Leonor en la misa pascual de la catedral de Palma es el espeluznante reflejo de toda la confusión que estamos sembrando. Igual que la de otros muchos niños a los que se les apura por llegar a una meta que, en la mayoría de los casos, no les hace campeones más que de un stress y un egoísmo heredados.
La expresión de la princesita, permitiendo primero que su abuela le pasase la mano por el hombro y, a una señal de su madre, igual que un perrito amaestrado, la retirase, me ha parecido terrorífica.
Me ha dado miedo también la reacción de algunas personas, muchas de ellas madres, que han criticado a la niña. A la niña.
A esos adultos les ha importado más la lucha entre dos reinas que la manipulación que se ha hecho de una menor delante de las narices de todos. Por supuesto ningún político, padres también algunos de ellos, ha aludido en sus manifestaciones a nada que tenga que ver con Leonor, para ahorrarse problemas.
A la princesa heredera al trono podrán entrenarla en los tres ejércitos, enseñarle idiomas, Protocolo, Derecho y Ciencias Políticas, pero si no le inculcan con el ejemplo, que es como mejor se aprende, que el respeto a los demás aunque no piensen como ella, es la base sobre la que se sustenta una convivencia pacífica, no podrá ser una buena reina.
El incidente de Palma no dice mucho a favor del comportamiento de los reyes. La manera de interpretarlo de nosotros, como pueblo, tampoco.
La memoria trae las palabras del político y escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, ministro de Justicia bajo el gobierno de Manuel Godoy, que sostenía que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Creo que, aunque no siempre ni en todas las sociedades, su afirmación puede llegar a ser cierta.
Al fin y al cabo lo que está colocado arriba no es más que el reflejo de lo que hay por debajo. Un reflejo que no queremos ver.