Mar Moreira
Un 26 de abril para no olvidar
El 26 de abril será una fecha que muy pocas podremos olvidar, la fecha en que se hizo pública la sentencia que el tribunal de Navarra había impuesto a la manada.
Miles de mujeres pasamos de la incredulidad al odio: no habían sentenciado a la manada, nos habían sentenciado a nosotras.
Ese gran jarro de agua fría despertó a mis demonios e hizo resurgir mi miedo, ese que tanto trabajo me había costado contener. Un empujón contra la pared, el frío de los azulejos, el golpe, aquella masa que me presionaba y no me dejaba escapar, el terror, la parálisis volvían a ocupar mi mente.
Era el verano del 94, una tarde como otra cualquiera; veníamos de la playa toda la pandilla, parábamos allí, en aquel bar que estaba junto al parque en el que nos encontrábamos a diario.
Como cada tarde, partida de cartas o de dados mientras nos comíamos un bocata; como cada tarde, cogimos en el almacén, donde había una pequeña cocina, las cartas, cubiletes, bolígrafos... Como cada tarde, como ninguna otra tarde: La puerta del almacén se cerró tras de mí, un fuerte empujón me golpeó contra la pared, notaba el frío de los azulejos en mi cara, el cuerpo que me aplastaba impidiéndome escapar de aquel rincón. El miedo no te deja pensar, no te da margen de maniobra para poder entender lo que está pasando y el pánico te paraliza.
Cuando logré zafarme de él y salir de aquel cuarto, de aquella pesadilla, mi primer pensamiento era que nadie me iba a creer y que, si lo hacían, me mirarían con lástima, quedaría marcada.
Una vez fuera me encontré con una de mis mejores amigas, me miró a los ojos y no hicieron falta palabras: ella estaba fuera, no entraba allí, porque a ella también le había pasado.
Quedó como nuestro secreto -existía el miedo a ser acusadas, a ser marcadas, a que pusieran en duda nuestra palabra- un secreto que he arrastrado con un tremendo dolor y con la culpa al pensar que otra niña podría estar pasando por lo mismo o peor.
22 años después, somos nosotras las acusadas. No hemos sufrido violación porque no hubo lo que estos jueces consideran violencia: no hubo huesos rotos, ni desgarros, quizás ni tan siquiera lo habrían considerado abuso sexual porque no hubo penetración, quizás tendré que dar las gracias a ese malnacido por seguir viva.
Mis monstruos han reaparecido, una sentencia les ha abierto la puerta para volver a campar a sus anchas dejándonos claro, a mí y a todas, que sólo nos queda el miedo, que a los ojos de la justicia estamos desamparadas, que no nos podemos confiar, que debemos asumir que el asco y el miedo formarán parte de nuestras vidas.
Nos han condenado a toda una vida de miedo, sin derecho a ser libres